La formación inicial se compone de Edu D. (elEdu), Hugo P. (Grafo), Hernan G. (PIC), Carli C. (Calito), con la participación especial de
Jorge V. (El Alquimista) y Raúl D. (RD), pero esperamos seamos mas. En este partido como en los partidos de la vida hay alegrias, tristezas, polemicas, amores, desamores, cambios y transformaciones, seria un placer que participes de ellos junto a nosotros..

......Tu comentario es bienvenido!! (gracias)...........
Queremos recibir tus aportes y sugerencias a: correomanoinquieta@gmail.com

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Diciembre, las fiestas; Enero, los Torneos de Verano

El mes de diciembre siempre se presenta en nuestras vidas casi de improviso. Venimos transcurriendo
el año tranquilos, aunque algo cansados, hasta que a fin de noviembre, de repente, tenemos la sensación de que el año ya termina y a su vez queremos finalizar todo lo que estamos haciendo hasta ese momento. En los trabajos, es el momento de pensar en las vacaciones, reservar la primera o segunda quincena de enero y febrero, que finalmente quedan chicas para la gran demanda de descanso que se produce en la gente. En el ámbito docente, también se precipita el fin del año, con el cierre de notas y los consabidos exámenes de diciembre que nos depositan directamente en las fiestas de Navidad y Año Nuevo y por determinismo cronológico, en el tan esperado enero.
Para el fútbol es el final de los torneos oficiales, pero después de un breve receso, el comienzo del fútbol de verano. De acuerdo a la información que surge del sitio www.universofutbol.com.ar, un portal muy completo dedicado justamente a las estadísticas y el fútbol, los torneos de verano en Argentina arrancaron en 1968, ese año se disputaron dos: La Copa Mar del Plata, que curiosamente el campeón fue un equipo de Hungría: el Vasas, que por lo investigado era un buen equipo en ese tiempo: había ganado la liga de Hungría en 1960/61, 1961/62, 1964/65, 1965/66. Después ganó otra en 1976/77, pero luego nunca más figuró, salvo la Copa de Hungría en la temporada 1985/1986. El otro torneo del año 1968 fue La Copa Libertad, ganada por Boca Juniors. El único año en que no se disputó ningún torneo de verano fue 1976. El golpe de estado genocida fue el 24 de marzo de ese año, pero con anterioridad, el 18 de diciembre de 1975, el Brigadier, Orlando Cappellini encabezó el "Comando Cóndor Azul", un intento de Golpe de Estado contra el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Nuevamente comprobamos la relación directa entre la vida cotidiana y el fútbol. En este caso, en el verano de 1976 no estábamos con la alegría o el humor necesario para gozar del fútbol de verano. Hasta 1990 todos los torneos se disputaron en Mar del Plata, con excepción de 1981, donde se disputaron dos en la ciudad de Córdoba. A partir de 1992 ya hubo otras cedes en escenarios de toda la Argentina. 
Los equipos extranjeros que ganaron algún torneo fueron: Atlético Nacional de Colombia (2005), Cerro Porteño de Paraguay (2007), Nacional de Uruguay (1989), Palmeiras de Brasil (1972) y Vasas de Hungría (1968). Una última curiosidad es que en 1974 el torneo no se terminó “para ahorrar energía eléctrica”. 
El resumen de títulos obtenidos por los equipos participantes en los torneos de verano de todo el país, entre 1968 y 2012 es el siguiente: 

  • Boca Juniors 38 (Último: Copa de Oro Mar del Plata 2011) 
  • River Plate 27 (Último: Copa Ciudad de Mar del Plata 2012) 
  • Independiente 17 (Último: Copa de Oro Mar del Plata 2012) 
  • San Lorenzo de Almagro 15 (Último: Copa Ciudad de Mendoza 2011) 
  • Racing Club 8 (Último: Copa Provincia en Buenos Aires 2012)
Leer más...

viernes, 21 de diciembre de 2012

Aquel final del mundo


“El problema es cuando te tomás todo al pie de la letra”, así sentenciaba una y otra vez cada charla al borde de la cancha, tirado de costado cual modelo de revista de moda en una sesión de fotos en la playa. La raya de cal zigzagueaba infinitamente y cada vez que se quería acomodar, Osvaldo largaba una de esas frases que uno nunca se olvida, o que mejor dicho, recordamos en los momentos donde el bocho recurre a la esencia de las cosas. Claro que él tiraba la frase con una carcajada detrás, como para ponerle otro tono a la conversación.
Él estaba en todos los partidos, no se los perdía por nada del mundo. Podían jugar con 9 los equipos que se enfrentaban, podía retrasarse el árbitro o el encargado de marcar las líneas, pero Osvaldo tenía un lugar de privilegio en la verde platea. Y hasta se traía su propia butaca, porque en ese momento “la fournier” era una mas de tantas canchas del potrero donde cada domingo se llenaba de gente para ver al 11 Colegiales.
Osvaldo vivía cerca de casa, y no se como hacía pero me lo cruzaba en cada lugar donde iba. Si iba a la verdulería, ahí estaba meta charla con don Toto, recordando algún gol de su River, adulando cómo había bajado la pelota el Enzo ó asombrado con alguna corrida de Caniggia. El tema era que siempre estaba cerca de cualquier movimiento del barrio a tal punto que algunos vecinos ya habían dictaminado que Osvaldo era Droopy de carne y hueso.
Los que formábamos parte de las inferiores de la cuadra sabíamos que hiciéramos lo que hiciéramos él estaría cerca, expectante de saber cómo terminaba el fulbito ó dispuesto a delatar la guarida del último de la escondida.
La calle de mi casa era por ese entonces mi lugar en el mundo, y en el de otros tantos chicos que disfrutábamos de los placeres de la vida infantil. Vivíamos a tres cuadras de la cancha, pero preferíamos nuestro propio estadio en cualquier rectángulo de la calle Arenales. Cualquiera podría decir “¿por qué no van a jugar a la cancha, si ahí no molestan a nadie?”, pregunta que en ese momento tal vez hubiese sido respondida con un movimiento de los hombros hacia las orejas y cara con labios cayendo a los costados, y que años más tarde puedo desmenuzar gajo a gajo.
La calle era de asfalto, pero era la única porque al cruzar Einstein se hacía de tierra y bajaba hasta Almirante Brown en una pendiente que muchas veces servía para las carreras con las cubiertas de camiones que mangueábamos en la gomería de El Negro. Del otro lado, desde Fleming y hasta Aristóbulo del Valle también era tierra y era algo así como el límite de estado: de ahí venían los que nos desafiaban al fulbito.
Los pocos autos que pasaban eran los de Pepe, el almacenero que tenía una chata roja; Ganga con su parsimoniosa camioneta antes o después de un Flete y Marcial con su F100 cuando cerraba la carnicería. Por lo tanto jugáramos a lo que jugáramos las posibilidades de ser interrumpidos por cuestiones de tránsito eran escasas a nulas.
Así, el polideportivo Arenales contaba con innumerables canchas de fútbol (de todos los tamaños y formas), canchas de paleta, no de tenis, de paleta que en algunos casos eran maderas artesanalmente cortadas y trabajadas en desnivel entre el cordón y el asfalto. Hasta en un momento recuerdo que los más grandes habían recorrido las verdulerías para confeccionar una red hecha con bolsas de papa y cebolla para hacer más sofisticada la cancha de piso duro marcada con alquitrán de hulla (o sea, las líneas de brea que sellan las juntas de las calles de asfalto). El invento no tuvo el éxito que se merecía por su dedicación, ya que muchos de los jugadores invitados a participar de los Torneos se quejaban asiduamente porque no veían donde picaba la pelota en el campo contrario.
Había veredas con tierra para jugar a las bolitas (Troya, opi, gallito, etc), al Hoyo Pelota, juego que los más creciditos aprovechaban para corretear a las chicas que ya tomaban impulso en lo que a despertar sexual se refería.
Contábamos también con espacios verdes para el Rango, la mancha, carreras de velocidad como así también numerosos escondites para la escondida: baldíos, casas abandonadas, el micro escolar que Don Enrique había recibido como parte de su jubilación pero que nunca había podido poner en marcha. Este hombre  pasaba su tiempo entre la quiniela y las cartas, pero además tenía una pasión entrañable: el boxeo. Había boxeado en su San Francisco natal y cuando se vino desde Córdoba trajo entre sus cosas los guantes con los que había transitado los rings de su pueblo.
Y algunas tardes nos invitaba a la vereda de su casa, bajo el paraiso cuyas bolillitas eran nuestro principal arsenal para alimentar nuestro poderoso globo y rulero, y ahí improvisábamos el cuadrilátero, nos separaba por tamaño y peso y a guantear se ha dicho. Y nada de llorar, el que pega más veces, gana. El KO estaba prohibido en la calle. Era una regla.
Y por si todo esto fuera poco, a la tardecita se abrían los bares de cada casa y se podían degustar exquisitos mates y refrescos sin necesidad de pagar entrada.

Pero había algo más en esa cuadra. Algo que poco a poco se acercaba a su fin.
Por estos días me encantaría esforzar mi memoria selectiva y recordar alguna palabra de Osvaldo, alguna señal que haya flotado en el aire y que yo, tan metido en mi personaje de chico jugando a ser chico, no haya notado que también se apoderaba de mi.

Era un domingo de diciembre a eso de las cinco o seis de la tarde. Los chicos preparábamos los arcos para jugar después que Radio Rivadavia había dado por finalizada la fecha empezaba el último partido: el nuestro. En décadas cercanas hubiese sido el “codificado” de la fecha o algo así, el tema es que era nuestro ritual.
Pero ese día empezaron a salir todos los varones de la cuadra, y cuando digo todos no estoy exagerando en mi rol de chico que juega a ser chico. Estimo un partido de 15 contra 15, en una extensión de unos 50 o 60 metros, es decir mitad de cuadra, desde mi casa hasta la casa de Ganga y Juana.
Así que empezaron a dividir los equipos para que queden parejos. Los tres varones de mi familia (en ese tiempo Fede era chiquito) jugábamos para el mismo equipo. Mi viejo se instaló en la defensa haciendo gala de su sentido de tiempo y distancia para cerrar como último hombre. Mi hermano mayor, Carlos, jugaba en todos los sectores donde estaba la pelota tal vez poseído por el espíritu de Giunta ó Bernuncio que en ese momento se tiraban de cabeza para marcar. A mí me gustaba jugar adelante, a lo “mandinga” Percudani esperando algún pase o rebote en el cordón para poder definir.
Para el otro equipo jugaba Osvaldo.
 Él jugaba bien cerquita del arco, para empujarla. Sus compañeros no querían que se aleje del área, no le pedían que baje a recibir ni que “abra la cancha”  para tirar un centro porque sabían que su oportunismo era determinante y que alguna le iba a quedar. Si me preguntan a quien se parecía no me animaría a compararlo con ninguno, él se adjudicaba ser el Enzo, aunque en ese momento Francescoli andaba por Europa.
Osvaldo era joven, pero ni siquiera hoy se cuantos años tiene. Pero desde que lo conocí lo recuerdo con sus muletas de madera, pasando por mi casa o bajando del colectivo que cada 40 minutos pasaba por la esquina de Einstein y Arenales. Algunos decían que tuvo un accidente cuando era chico, otros que había nacido así…yo nunca quise preguntarle. A la distancia en el tiempo supongo que si él nunca lo contó fue porque no quería recordarlo, y así todos supimos respetar ese silencio. Un silencio que no era fúnebre ¡eh! Para nada. Su saludo era siempre alegre, y era el primero en llegar después de las doce a brindar en cada casa por la Navidad o el Año nuevo.
El partido tuvo muchos goles, no todos deben recordar cuál fue el resultado, porque a medida que la noche se adentraba los jugadores continuaban su trote hacia los vestuarios sin dar aviso al técnico ni a las autoridades del partido, y así el cotejo fue llegando a su fin. Y con el silbato final de mi vieja que nos llamó a los tres para que, previo paso por la ducha, nos sentemos a la mesa a comer el segundo plato de fideos del día (¡qué ricos son recalentados a baño María!), se terminó aquella final.
Esa misma noche, y sin predicciones de ningún tipo, se transformó el mundo. Nunca más vi un partido igual, ni tampoco pude deleitarme con la media vuelta de Osvaldo pegándole con el borde externo de su muleta derecha engañando al arquero que pensó que le iba a dar con los pies. Ahí fue el final para mí.
Hoy no espero el final de nada, pero tal vez haya alguien jugando a ser chico en la calle Arenales o en cualquier lugar del mundo donde se pueda jugar en paz, palpitando cómo su mundo inicia un proceso de cambio que jamás imaginó.
Leer más...

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El Messi de Baghdad

Hay un Messi de Baghdad que emociona desde un arco y sin una pierna. Que juega con la camiseta 10 del Barcelona y que pone sus muletas como postes de un Camp Nou imaginario y que usa guantes y que también se divierte con una pelota de fútbol. Hamoudi dice que quiere ser como el astro argentino y por eso no descansa pese a las secuelas de la guerra. Este chiquilín de ocho años que perdió la zurda luego de uno de los tantos bombardeos a la capital de Irak es el eje de una historia contada en un cortometraje que se acaba de estrenar en el festival internacional de cine de Leuven, en Bélgica. Baghdad Messi, dirigido por el kurdo Sahim Omar Kalifa, dura 19 minutos y narra esa devoción que Hamoudi tiene por La Pulga y por el Barcelona. Tal vez, el propio Lionel Messi ya esté al tanto de este tráiler que circula en las redes sociales. Ambientado en la zona rural, el adelanto de este film ovacionado por el público belga muestra a Hamoudi desde el arco y con la pelota en la mano, y con ese entusiasmo por que su equipo pueda jugar, quizás, a la velocidad y con la precisión del Barsa. Grita y gesticula, como un arquero de Primera. Sueña y se imagina, como un chico de cualquier potrero del mundo, ese diez que, a esta altura, es un espejo inagotable. Celebra, Hamoudi, un gol de su equipo –todos vestidos con camisetas del Barcelona y diferentes diseños– y da pequeños saltos apoyado en su pierna derecha hasta llegar al abrazo con sus amigos jugadores. La imagen, capaz de vencer y de caminar hacia la utopía. La final de la Champions League 2009 también juega un papel determinante en esta narración de Kalifa. Barcelona, el equipo de todos, y Manchester United, en Roma, genera la lógica atención de estos chicos futboleros que aguardan, pacientes, por ver a Messi y a sus otros amigos. Sin embargo, se rompe el televisor y deben resolver el asunto antes del comienzo del partido. El ingenio de Hamoudi será clave para sortear el obstáculo y disfrutar del juego y de su ídolo. Baghdad Messi, dicen, tiene buenas chances de ser premiada en el festival de Bélgica como mejor película antes de participar en el noveno festival de cine de Dubai, que se llevará a cabo del 9 al 16 de diciembre. El juego en un mundo castigado y la niñez que conserva esa pureza donde los sueños plantean igualdad. A Hamoudi le falta una pierna y quiere ser Messi. En realidad, lo será desde su capacidad para no perder la esperanza y proteger el estado de ánimo. Conmueve, su historia. Y ese es un premio que quizás el Messi auténtico no tenga que recibir en ninguna alfombra roja ni con trajes y trofeos. Porque lo ganó. Arcos de piedras y muletas. La cancha de tierra, seca, y una pelota que suspende y libera a estos chicos de ruidos y de horrores de oscuras escenografías. El Messi del Barsa anda en busca de un nuevo récord y se prepara para la cita de Brasil 2014 y empieza a despegar de comparaciones de otros tiempos por un nivel de rendimiento que no entra en el campo de lo posible. El Messi de Baghdad, sus manos y los guantes, la pierna lo sostiene y el alma lo mueve. La pelota entra al arco. Hamoudi queda en el piso y con ese lamento de un niño que acaba de recibir un gol. Se levanta, Messi, con esas dificultades pero con todas las voluntades. Se saca los guantes, se lleva las muletas de vuelta a casa. A pensar que, tal vez, La Pulga sepa, algún día, quién es. A dibujar, en esa almohada y de noche, jugadas con el diez en la espalda.

Leer más...