Hay cierto aroma a grito
guardado. Así como quien atesora por largo tiempo las ganas inquietas de la
victoria. En algunas ocasiones creí haber encontrado la razón para gritar,
abrazarme y llorar olvidando (casi obviando) todo lo que me rodeaba, pero con
el paso del tiempo me fui convenciendo que algo seguía en lo profundo de mis
entrañas queriendo hacerse realidad.
La primera vez que pude sentir
esa brisa reconfortante, apenas unos meses más tarde de conocer el mundo, tiene
en mi presente el valor que merece, aún cuando muchos quieran quitarle sabor a
algo que no debe mezclarse. Pero intento buscar una imagen, un color, una
palabra y sólo logro diapositivas con relatos de otros tiempos. Tal vez alguna
vez vuelva a verlas y encuentre rostros, sonrisas, abrazos, gente feliz a pesar
de todo.
Como un terremoto recuerdo
aquella tarde fría, mientras pateaba sueños que alguna vez tomaron forma. Ahí sí
tengo escenas más nítidas: gritos, abrazos, un televisor, alguna radio
desafinada, más gritos y unas ganas inmensas de saltar, de ir corriendo a
buscar a mis amigos, esos que se iban convirtiendo en tanques que esperaban
agazapados mi larga carrera hacia la felicidad, hacia el desahogo, la
eternidad. Pateamos hasta entrada la noche, recreamos cada momento con la
minuciosidad de un director de cine. Dejamos miles de fotos que hoy son parte
de la vereda de mi infancia, del potrero de mi pasado. Cada tanto vuelvo, lo
necesito para creer en lo que tengo y no desperdiciar nada de lo que me gané
hasta hoy.
Pasaron muchos años, y con ellos
todo lo que formó mi pasión. Esa pintura con trazos seguros pero con gestos
indefensos ante la crítica de los que tuvieron en sus manos la decisión de
abrirme el camino que busqué con las armas más nobles.
Al mismo tiempo vi pasar
ilusiones que chocaron con vehemencia contra las más diversas realidades: excesos
de confianza en lo conocido; riqueza y envidia; soberbia enfrascada; locura que
aún hoy extraño; paciencia y trabajo tapada por el exitismo; más soberbia.
Hoy, sentado mientras pienso cómo
hacer para acelerar el paso del tiempo, ya tengo miles de fotos para mostrar y
contarte después: abrazos, gritos, rostros, lágrimas listas para caer delante de mis
pies apresurados que quieren salir corriendo y enfrentar a los tanques que una
vez más me esperan al final de la vereda.
Lo que no saben es que en esa
vereda no tengo miedo. Sólo siento, en lo más profundo de mis entrañas, unas
ganas locas de hacerlo realidad una vez más.