Albert Camus, arquero y escritor.
Quien no se preguntó alguna vez, que motiva a ese tipo estar ahí, custodiando su soledad, su destino cambiante y su propio abismo. Quien no se lo pregunto, cuando de repente lo miramos, distantes, diferentes, bufones, dignos y solemnes. Ese artista solista en medio de una banda que de vez en cuando lo deja tocar. El niño, el muchacho aislado, pero rodeado de una multitud expectante de su soledad. Todos los demás se ocultan, aparecen y desaparecen, mientras este ermitaño cubierto por guantes y amor propio, debe permanecer atento a la espera de algún ataque fulminante o pelotazo hiriente que lo haga protagonista.
Quien no se pregunta qué motiva a ese joven, ser arquero. Un puesto individual en un deporte de equipo. El que viste distinto, en medio de camisetas que se reconocen. El que entrena diferenciado, mientras los demás se sincronizan en un solo conjunto. El único que puede utilizar las manos, en un deporte en el que nos maravillamos con las habilidades que nos brindan pies ajenos.
Debajo de los tres palos es el guardián de pecados y errores ajenos. Guardián del egoísmo de sus delanteros, de los deslices de vanidad de sus mediocampistas, de los traspiés de sus defensores. Allí está para impedir los goles, para impedir la fiesta ajena. Debajo de los tres palos, el uno en su espalda, el uno consigo mismo, condenado a estar siempre atento, cuando muchos dejan de estarlo.
Eduardo Galeano, escribió sobre Camus, el “arquero escritor” en su libro El fútbol a sol y sombra: “En 1930 Albert Camus era el San Pedro que custodiaba la puerta del equipo del fútbol de la Universidad de Argel. Se había acostumbrado a jugar de guardameta desde niño, porque ese era el puesto donde menos se gastaban los zapatos. Hijo de casa pobre, Camus no podía darse el lujo de correr por las canchas: cada noche, la abuela le revisaba las suelas y le pegaba una paliza si las encontraba gastadas. Durante sus años de arquero, Camus aprendió muchas cosas: ‘Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser lo que se dice derecha’. También aprendió a ganar sin sentirse Dios y a perder sin sentirse basura, sabidurías difíciles, y aprendió algunos misterios del alma humana, en cuyos laberintos supo meterse después, en peligroso viaje, a lo largo de sus libros”.
Sabemos algo los que jugamos y sentimos el fútbol. Lo natural, lo instintivo es darle a la redonda con los pies. La vocación de atajar puede darse por múltiples motivos e historias, y ahí está lo interesante del pibe que decidió ser arquero, esas múltiples historias que finalizaron en una volada de palo a palo para sacarla al córner.
De chico, la decisión de ser arquero es generalmente por descarte: "Vos, gordo, andá al arco". También predomina la evasiva y la excusa de no querer ser: “un gol cada uno… " “Quien todavía no atajo…”.
La “arqueridad”, en cambio, se vincula quizá a un cierto grado de madurez como alguna vez reflexiono Juan Sasturain. Madurez de haber aceptado sus limitaciones. Porque la verdad, supongo que ningún niño decidió ser arquero si jugando era un fenómeno. Hay que tener cierta madurez y fortaleza mental para aceptarlo. ¿O cuantos jugadores de futbol conocemos que jamás aceptan sus limitaciones y piensan que son más de lo que son?
El que ataja es porque se aceptó rápidamente. Aunque sea un poquito. Y aceptarse es tener conciencia de que se puede trascender en el juego que se ama de otras formas y también asumir que se puede perder seguido, en cada jugada. El arquero apuesta siempre y no tiene empate. Tanto el gordito que se banca las puteadas porque no le salió al habilidoso que venía con pelota dominada, como el vocacional que la perdió en un lujo y también es masacrado sin piedad, ambos aprenden de entrada eso de "el puesto más ingrato". Como el referí, el arquero suele ser bueno cuando pasa inadvertido, cuando hace fácil lo difícil, cuando simplifica. Se repara en él cuando se equivoca y su error no es suyo solamente: todos los demás lo pagan por él y él paga por todos.
Riquel Romalme, el reconocido neurocientífico de La Universidad de Astrorgen, al oeste de Moustreal, después de decenas de estudios y varios años observando guardametas, dice al respecto: “Se dice equivocadamente que el rol del arquero es muy narcisista, ayuda también a veces que lo ponen en ese lugar ciertos periodistas. Es cierto que es el que salva y el que hunde. Quizá tiene veinte atajadas extraordinarias pero le pifia en un centro y pasa a ser el responsable de la derrota. Con semejante sube y baja, no hay posibilidad de ser narcisista. Seguramente serán muchos más los partidos en que va a ser etiquetado como culpable que como salvador. Es así que la fortaleza anímica debe estar muy desarrollada para bancarse los sinsabores del puesto, las críticas de los sabios de siempre y hasta de los propios compañeros. En síntesis, se debe trabajar mucho fuera del campo de juego para que el arquero pueda tener desarrollado un elevado grado de concentración, de aceptación de responsabilidades, de tolerancia a la frustración y de manejo de las presiones. Debe aprender una lección fundamental: no existen las pelotas fáciles. No es bueno tener mucha confianza ni tampoco muy baja. En el fútbol siempre se buscan culpables: el árbitro siempre está a mano, es el más fácil, pero ellos ya están preparados para eso, nunca tuvieron hinchada propia. Un paso atrás del árbitro, está el arquero, al cual muchas veces esos que lo quieren e idolatran, lo pueden llegar a despreciar de un momento a otro.”
Continua su explicación, el mejor neurocientífico de todos los tiempos: “Nosotros hace veinte años que trabajamos con arqueros de distintas nacionalidades. Apuntamos a que digan en voz alta: ´no estoy acá de casualidad´, ´lo estoy haciendo bien´, ´sigo concentrado aunque la pelota esté lejos´, ´no me debo relajar´; frases de ese estilo para que estén activos aunque no les llegue la pelota”. Finalmente el Doctor Romalme, quien detalla que utiliza tests para conocer los miedos del arquero y luego trabajarlos, explica: “Al ser un puesto tan individual, existe mucho miedo a fracasar, a equivocarse, a no dar lo que se espera de él. Lo que más trabajamos es el fenómeno de lo que yo llamo ‘Dejá Vú’,el error que queda en la memoria inmediata mientras transcurre el partido. Quien supere el fenómeno “Dejá Vú”, tiene resuelto gran parte de su carrera”.
Así es que llegamos a esta historia, la historia de Federico. Su primer gol, cuando recién empezaba a jugar al fútbol en el club del barrio, había sido un gol en contra. Cuando todavía no entendía las reglas del juego, su primer festejo en el fútbol había sido en contra de su propia valla, en contra de su equipo y sus compañeros. Lejos de entristecerse por esta situación, se enfureció para siempre con aquel arquero que tendría que haber impedido su error. Cuando le explicaron que el gol era en el otro arco, miró sobre su hombro y vio a su compañero que debajo de los tres palos le reprochaba haberle anotado mientras iba a buscar la pelota adentro. Lo miro y lo siguió mirando largo rato, sin entender como no había podido evitar su humillación. ¿Como podía ser que ese muchacho robusto no había podido atajar aquel débil remate que lo hizo blanco de burlas durante el resto del día? Contuvo bronca e impotencia durante los días que le tocó volver al club, pero ya había tomado una decisión.
Apenas tuvo la oportunidad de volver a entrenar con sus compañeros, le dijo al técnico:
-Quiero ir al arco.
El técnico le explicó:
-Mira Fede, ya hay un arquero, está Pablo, vos de defensor podes jugar, lo haces bien.
A lo que Federico contestó inmediatamente:
-No importa, puedo esperar mi oportunidad. Quiero atajar, quiero ser arquero.
Así fue que casi el primer año de empezar a jugar al fútbol se lo pasó mayormente en el banco de suplentes. A los pocos entrenamientos en su nuevo puesto ya tenía méritos para ser titular, pero la madre Pablo, el arquero titular, era la tesorera del club y no había forma de que sacaran a Pablo para que él pueda atajar alguna vez un partido entero. Hasta que llegó aquel día que cambió todo. Su equipo se enfrentaba con el primero del campeonato y Pablo se comió diez goles. Esto no alcanzaba para sacarle el puesto, pero al décimo tanto se largo en llanto y tuvo que entrar hasta su mamá a consolarlo mientras gritaba: - ¡No quiero atajar nunca más!
Desde ese día Federico se paró debajo de los tres palos para siempre. Pero los destinos suelen salir a pasear solo para dar vuelta a la manzana, y las historias a veces se repiten para recordarnos que quien no cree en los caprichos del destino, este vendrá a darle un bofetada para humillarlo.
Federico logra después de mucho atajar y esperar, llegar a primera. Debuta en la Primera del Club Atlético Ituzaingó a los 16 años. A los 18 siendo una promesa consolidada, lo compra uno de los equipos denominados grandes del fútbol argentino. Pero pasa largo tiempo en el banco, debido a que el titular era quizá, uno de los mejores arqueros que tuvo el fútbol de nuestro país. Un arquero empecinado no solo en ser el mejor, sino en quedarse en el mismo club largos años. Federico vuelve a repetir su historia y espera en el banco su chance, espera lo que alguna vez espero de chico, que se repita la oportunidad de ser el titular, como en su infancia. En algún momento, un traspie, una transferencia, un retiro anticipado, estaba seguro, le iba a brindar lo que anhelaba. Pero este presente no se parecía en nada al pasado de su niñez.
Durante casi 15 años fue suplente del mismo arquero. Un arquero único, que casi no se lesiono, que tuvo el récord de ocho años seguidos sin faltar un minuto. El destino cruel se reía de su suerte y lo condenaba a una espera eterna que renovaba en esperanzas efímeras cada fin de año. Solo cuando por fin se retira del fútbol el arquero titular, Federico encuentra la chance de atajar seguido, pero ya tenía avanzados 33 años. Le había llegado la hora de demostrar las cualidades que lo destacaban, pero pronto se daría cuenta que su largo letargo en el banco de suplentes lo transformaron casi en un arquero amateur, un arquero de entrenamientos. Atajo quince partidos seguidos como el nuevo titular y su rendimiento fue tan malo que en un partido contra Talleres de Córdoba, sus propios hinchas le tiraron de la tribuna una mano ortopédica. La presión que sentía de atajar con publico fue tal, que no podia rendir como sabía. Ese mismo partido el equipo venía de una racha perdedora tal, que sus hinchas provocaron incidentes en su propio estadio, por lo que se condenó a jugar al club sin público el resto del torneo. Paradojas del destino, los 13 partidos que se jugaron hasta finalizar el torneo con la cancha vacía, Federico fue figura. Esos partidos, mantuvo el arco invicto, con atajadas memorables que muchos recuerdan como casi imposibles. Eso lo puso en las tapas de los diarios y en rumores de transferencias a Europa pese a su avanzada edad.
Terminaba el año y las noticias confirmaban la vuelta de los hinchas a la cancha en el inicio del nuevo torneo del año siguiente. Y para sorpresa de muchos, paralelamente anunciaban también que Federico se retiraba del fútbol profesional. Los que lo conocían sabían o intuían el porque, pero nadie dijo nada. Esa fue una de las múltiples historias debajo de los tres palos, que hay que contar, que hay que buscar...
Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante alguna gambeta espectacular, un pase magistral o un disparo certero. El arquero no tiene esa suerte, la multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia. Te equivocas una vez y perdiste el partido, te equivocas una vez, y te putea todo el mundo, podes ser la figura del partido durante 89 minutos, pero te comes un gol y pasas a ser el peor del mundo. Aunque no lo crean, muchos piensan que eso es lo lindo de ser arquero. Lo hermoso de la pasión de atajar, es que es un desafío que se construye día a día, un aprendizaje minuto a minuto dentro y fuera de la cancha...
Quién le quita a los arqueros bordear el límite de suerte y verdad de dejar a vida en cada pelota. La sensación de libertad al estirarse por completo al tratar de que la pelota no entre en el arco. El buscar a cada instante el amado objetivo de contener el esférico con sus manos antes que cruce la línea de meta.
Tuve la oportunidad de preguntarle al protagonista de esta historia sus motivos. El protagonista en tiempo real y protagonista en tiempos pasados y futuros que imagine e inventé para este cuento y estas reflexiones.
Le pregunté a Federico que le gustaba de ser arquero y porque había elegido ese puesto. Debo admitir que esperaba respuestas obvias. Respuestas del tipo “me gusta tirarme al piso” “me gusta agarrar la pelota con las manos”, “porque es el puesto más importante de la cancha”, “porque me sobran huevos para jugar ahí”, o la más simple “no se, ni idea”. Mi imaginación no salía de esas respuestas.
Pero grande fue mi sorpresa cuando me dijo: “Me doy cuenta que debajo de los tres palos soy importante para el equipo, para mis compañeros. Vos me lo dijiste cuando empecé a atajar y lo entendí enseguida”. Ahi nomas me di cuenta, que todo lo que pensé que motivaba a un arquero, elegir ser arquero, no era lo que la mayoría intuye. Me di cuenta que ese individualista que se pensaba diferente, distinto a los demás, en un juego solitario dentro de un equipo de conjunto, era el primero que pensaba en sacrificarse por sus compañeros. No pude más que sonreír de orgullo para mis adentros, y pensar que Federico aprendió algo que a muchos les cuesta toda la vida entender. Como Albert Camus años atrás, aprendió a ganar sin sentirse Dios y a perder sin sentirse basura, cuando su vida recién está empezando, ya resolvió una gran parte de los misterios del alma humana, y esa enseñanza, se la debe al fútbol. Leer más...