La formación inicial se compone de Edu D. (elEdu), Hugo P. (Grafo), Hernan G. (PIC), Carli C. (Calito), con la participación especial de
Jorge V. (El Alquimista) y Raúl D. (RD), pero esperamos seamos mas. En este partido como en los partidos de la vida hay alegrias, tristezas, polemicas, amores, desamores, cambios y transformaciones, seria un placer que participes de ellos junto a nosotros..

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viernes, 3 de abril de 2020

VIAJE AL ORIGEN DE LA GAMBETA


Para vos, enano

Cada vez que me decido a frenar, a mirar por el espejo retrovisor sin nada que obstaculice mi visión, puedo imaginarlo concentrado como quien intenta poner toda su pericia al servicio de la acción. Su primer gambeta fue con las manos. Sí, con las manos. Para un futbolero, a principios del siglo veintiuno, ver un pibe agarrar la pelota con la mano podría haberse convertido en un factor de riesgo de padecer un paro cardíaco. A mí no me asustaba en lo más mínimo, creo que no ponía por delante mi pasión, y sólo me dedicaba a disfrutar de ese momento de creatividad del pequeño Lautaro. Adelantaba la cabeza, ponía primera, corría hacia la pelota y con envidiable decisión frenaba justo frente ella. Estiraba esos brazos  flacuchos que bailaban en la camiseta manga larga que acusaba restos de mermelada de durazno en los puños (señal que la merienda había precedido al juego en el patio), separaba bien esos deditos que hace poquito habían apretado mi dedo índice en la clínica, y convencido de su objetivo agarraba la pelota, separaba las piernas y la hacía pasar por entre ellas. A veces el balón se trababa un poco por la espesura del pasto o por el casi imperceptible roce con el jogging verde que la abuela le había hecho a medida. Pero cuando  al bajar la cabeza quedando con el mundo al revés mirando entre sus piernas, y veía que  la pelota había pasado, comenzaba un nuevo desafío que iba acompañado de un relato futbolero que susurraba la emoción que sentía por haber sido capaz de realizar su gambeta. Y allá iba mi enano, corriendo emocionado, brazos en alto sacando chispas del pasto con sus zapatillas negras con abrojos.
¿Será que a veces nuestro corazón está conectado con el destino? Mi impaciente argentinidad rebotaba en mi mente con insistencia diabólica esperando el momento en el que Lauti toque la pelota con el pie. Y rápidamente otra agobiante incógnita: ¿será derecho o zurdo? No, imposible que sea zurdo si en mi familia todos le dimos con la diestra y la otra era para tener el mismo par de zapatos nomás. O tal vez aquel esguince de rodilla que tuve cuando estaba en inferiores y que me obligó a usar el pie izquierdo durante la recuperación pasó por osmosis atípica a mi adn y le traspasé la envidiable habilidad que tienen los que le pegan con la misma que Messi y Maradona.
¿Y si sale arquero? Por ahí por eso la persigue y la agarra con las manos. Le gusta revolcarse, disfruta del pasto, sus pantalones tienen esas hermosas manchas en las rodillas que denotan un arduo trabajo cerca de la tierra, todos signos y señales que podrían hacer pensar que en su relato silencioso nombra a Goyén como lo hacía yo cuando jugaba en la vereda de mi casa y mis amigos  pateaban al arco inventado entre el poste luz y un buzo cualquiera.
¿En qué puesto jugará? En las carreras arranca rápido, es decidido, pareciera que no le tiene miedo a los choques (a juzgar por las marcas que tiene en la frente y en otras partes del cuerpo), pero pareciera que no va a ser muy alto, así que por ahí le quedaría bien ser un wing. O por ahí un marcador de punta con recorrido, de esos que llegan al área contraria, que no dudan en pisar campo contrario para sumarse al ataque.
Pero todo eso va a tener más certeza si de una vez por todas se decide a tocarla con el pie. Pero parece que no le llegó la hora todavía a las extremidades inferiores. El juego de las manos y las piernas abiertas como si fueran un túnel sigue siendo divertido, le agrega más dificultad y también la hace pasar en sentido inverso: de atrás hacia adelante. Y el festejo se acrecienta, el relato en forma de susurro cobra una emotividad tal que a los que asistimos a tamaño espectáculo nos dibuja una sonrisa comparable con los que pagan una entrada para ver a su ídolo máximo. Y la aventura se hace extrema cuando con la insistencia propia de un jugador profesional pidiéndole al árbitro que le saque amarilla a ese jugador que hizo una falta, Lauti les pide a su hermana y a su prima que dejen por un rato la hamaca y se animen a hacer lo que él había intentado con persistente emoción. Así  es que Julieta y Josefina dejan por un momento su juego y se suman al campo de juego. Ambas con joggings, cómodas para saltar y estar atentas a las pruebas de acrobacia que Mariana, mi mujer, preparaba con esa imaginación propia de una madre que sólo quiere disfrutar de una tarde con sus hijos y sobrina.
Julieta tiene el pelo lacio, casi como suaves flechas de un color oscuro que combinan a la perfección con esos ojos que no paran de moverse cuando el juego le entusiasma y ella habla en voz alta adelantando todo lo que va a suceder en su guión de directora de juego. El jogging rosa y gris hace juego con sus zapatillas de princesa que de vez en cuando lleva los cordones desatados en señal de protesta a los que quieren mantenerla atada. Es que esos piecitos que transitan la casa con una fuerza inaudita, llevan en su andar la mágica sensación que me provoca oírla llegar. Y nadie que pueda provocar eso en un ser humano, puede quedar encerrada o atada a los requerimientos de otro mortal.  Ella lo mira a Lautaro y sabe que su gambeta no requiere tanta habilidad para alguien con su recorrido de vida, que ya tiene sala rosa y sala celeste aprobadas. Pero igual se presta a la prueba, con la misma emoción de una principiante que ha quedado en evidencia delante del público que espera sus movimientos en el escenario.
Josefina es un poquito más pequeña, más reservada. Se sienta en un escaloncito que sirve de límite entre las baldosas amarillas del patio y el comienzo del parque que hoy sirve de campo de juego para estas proezas deportivas. Desde allí observa cada movimiento, cada palabra soltada al viento por sus primos que la animan para sumarse a la aventura con la pelota y no se dan por vencidos hasta recibir una respuesta positiva. Ahí es cuando Jose deja su cómoda estadía en el escalón, se pone de pie y como el sol de esa tarde de otoño se va dibujando una sonrisa en esa carita redonda, brillante, fresca, que queda perfecta en el marco que forman su flequillo y el pelo que cae sobre sus orejas sin sobrepasar las mejillas. Como si siempre estuviese en una foto, transmitiendo todo con su mirada y su sonrisa.
Y ahí es cuando se pone a  funcionar una maquinaria de risas, asombro y energía que envuelve la tarde y nos tiene a Mariana y a mí como espectadores de lujo. Cada tanto nos codeamos en una clara señal de socorro porque el mate cebado espera entre nuestras manos pero no lo registramos, tal vez, porque lo único que interesa en ese momento es que a los tres peques les salga el truco con la pelota. Seguramente las tareas del hogar podrán esperar un rato más, nadie se quiere perder estos encuentros. Son esos segundos que te regala la vida para atesorar y traerlos a la mente en días de encierro o de melancolía. O simplemente, cuando podemos bajar un cambio y no depender de las agujas del reloj ni del calendario para darnos cuenta que el tiempo pasa y con él se agiganta la importancia de las pausas placenteras.  Sobre todo cuando los vemos abrazarse luego de que cada uno de ellos pudo completar la hazaña y se funden en un abrazo tan profundo como el rincón donde guardo esta película.
Pero al final, ¿de qué jugará Lauti? Todavía no pateó, ni siquiera para alcanzársela a sus compañeras de juego. Tendría que meterme en su juego y obligarlo “disimuladamente” a poner la redonda en el pasto e incitarlo a chutar hacia mí - pienso por un instante. Pero como quien viaja dentro de su propio corazón, a ese lugar de donde vienen todas las decisiones que saltan a la realidad de una manera prematura, casi sin forma, aterradas por la exposición humana que no tiene en cuenta los conflictos que las atraviesan, simplemente elijo detenerme y disfrutar.
Hacia allí viajé hoy. Muchas veces estuve cerca, tal vez pasé y ni me di cuenta.
En ciertas ocasiones me acobarda la idea de agobiarte y que la presión sea más intensa que la intención. Debe ser esa dicotomía de sentirme con autoridad para poder aconsejarte que se va desvaneciendo cuando te veo llorar o reír por esta pasión que elegiste. No debe haber pasión más grande que la que se lastima y vuelve a renacer porque nos ofrece el tiempo necesario para volver a mezclar las cartas y jugar la mejor mano en la siguiente partida.
Así que luego de volver al patio de tu niñez, ver tu gambeta con las manos, tu sonrisa pícara, tus brazos flacuchos balanceándose, tus manos fuertes que aprietan mi dedo índice, tu camiseta manga larga con mermelada de durazno, tus pantalones con las rodillas embarradas, tus zapatillas negras con abrojos, tu relato en forma de murmullo, tu pedido insistente para jugar con Julieta y con Josefina, tus marcas en la frente, tus pruebas acrobáticas con mamá, tu abrazo pidiendo que te acompañe… vine hoy a decirte que sea cual sea tu puesto, tu pasión y tu gambeta voy a estar al lado tuyo esperando que la pelota cruce hacia el otro lado, ahí donde vos querés que llegue para reírte, agachar la cabeza y correr levantando los brazos.


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jueves, 2 de abril de 2020

COMO UN DUENDE ENTRE LAS SOMBRAS

“Que noche llena de hastío y de frio, el viento trae un extraño lamento….”. La voz del polaco suena inconfundible desde el estéreo de la camioneta.
Mientras maneja rumbo a la capital a buscar a Gustavo y Eduardo, bajo una fuerte y persistente llovizna, Jorge canturrea por lo bajo –“..parece un pozo de sombras la noche..” Tal cual Polaco, que noche fulera! -piensa Jorge- Esto va a seguir así, cuando hay sudestada difícil que pare hasta mañana. Menos mal que voy con tiempo así los muchachos no se mojan mientras me esperan. “Garuuua, solo y triste por la acera va este corazón transido con tristeza de tapera…” sigue el polaco con su voz aguardentosa. -Espero que Gustavo esta vez no falle. Eduardo seguro que va a estar porque cuando se trata de asado y guitarreada no se la quiere perder. Además, el ya vino para el oeste varias veces, ya está acostumbrado al conurbano profundo. Pero Gustavo no, un par de veces estuvo para venir y a último momento falló. Encima los muchachos están recargosos con eso de que Gustavo no existe, que es mi amigo imaginario y otras boludeces más. ¡ ¡Ya van a ver cuando lo conozcan! Seguro van a pegar onda enseguida. “Perdiiido, como un duende que en las sombras más la busca y más la nombra, garua...tristeza…¡hasta el cielo se ha puesto a llorar!” termina el polaco mientras Jorge va bajando de la autopista.


A los pocos minutos de estar estacionado frente a la plaza Once, Eduardo llega corriendo y se lanza adentro de la camioneta. - ¡Hola Jorgito!¿Cómo estás?¡Que noche de perros viejo! ¿Igual se hace el asadito no? Traje la viola porque hoy le vamos a dar hasta tarde. - ¡Si Edu, por supuesto! ¡Mira si nos va a parar una lloviznita de mierda! -Y el otro muchacho, ¿va a venir? Preguntó un Eduardo ansioso por rajar para el oeste. - ¿Gustavo? Sí …seguro que viene!, le mande mensajito hace un rato y me dijo que a las 7 estaba acá.- contestó Jorge mientras limpiaba los vidrios de la camioneta para ver mejor cuando se acercara Gustavo. - ¡Ahí viene! Está cruzando la plaza.-dijo Jorge aliviado de ver venir a Gustavo y que esta vez no hubiera fallado. Entre la llovizna, Gustavo se acercaba dando saltitos buscando esquivar los charcos. Jorge abrió la ventanilla y le hizo señas para que subiera en la parte de atrás. Gustavo entró, cerró la puerta de la camioneta y mientras sostenía una botellita de agua, y sin saludar a Eduardo, con una voz apenas perceptible dijo: -Perdoname Jorge, creo que no voy a poder acompañarte esta noche… El silencio que siguió a sus palabras duro apenas unos segundos pero pareció una eternidad. Antes de contestar, en esa fracción de tiempo interminable, a Jorge se le cruzaron mil imágenes. La ilusión por el encuentro tantas veces soñado, la vergüenza de llegar sin Gustavo y aguantar las cargadas de los muchachos, ese grupo de escritores inquietos que estaban esperando allá, en el oeste lejano… - ¿Como que no podés? ¿Qué problema tenés??-La frase dicha con un poco de angustia y de fastidio pareció que podría torcer la decisión de Gustavo. -No se Jorge, no me siento bien del estómago. Además, se va a hacer tarde y mañana tengo cosas que hacer. A Jorge la sombra de una duda infinita empezó a nublarle la razón. En su fuero intimo pensaba: ¿Cómo que no se siente bien? ¿Por qué no me mando un mensajito si hoy todo se resuelve por celular, si hasta las relaciones sentimentales más largas se terminan mandando un whatsapp?. ¿Por qué esperar llegar al límite y encima con Eduardo siendo testigo de este momento tan vergonzoso?? Eduardo, el otro pasajero de esa noche de garua interminable, atónito testigo de ese diálogo inquietante, revoleaba los ojos intrigado ensimismado en sus propios pensamientos. ¿Qué está pasando acá? ¿Cómo es que en esta noche tan fría y tan mía se produce esta situación impensada hace solo un momento? ¿Seré yo la causa de este desencuentro? ¿Este muchacho estará incómodo por mi presencia? ¿Tendrá temor de pasar la línea de fronteras de la Gral. Paz que nos adentra en tierra de infieles? La cabeza de Eduardo bullía de interrogantes. -Me dolió el estómago todo el día, por eso estoy a pura agua.- amplio Gustavo su cuadro intestinal para dar mayor dramatismo a las razones de su deserción. Jorge miraba hacia atrás con el brazo apoyado en el respaldo de su asiento a un Gustavo que se debatía en seguir esgrimiendo razones de su ausencia o bajar del vehículo y que termine todo de una vez. Entonces Gustavo hizo un último intento para complacer a un Jorge que a esa altura se estaba poniendo intranquilo. -Por ahí si el asado termina a eso de las once podría ir… El intento fue peor, fue como un mazazo en la poca paciencia que le quedaba a Jorge. ¿Un asado en el conurbano, con guitarreada y vino puede terminar a las once!?? ¿Qué le pasa a este muchacho!?? Esa propuesta imposible de aceptar fue el intento definitivo. -¡No Gustavo, yo no te puedo traer a esa hora, mejor no vengas! Un silencio atroz invadió la cabina de la Partner. Eduardo a esa altura se mordía el labio inferior inquieto ante el inminente desenlace. -Bueno Jorge, es lo mejor, combinamos para otro día...chau…nos vemos en la próxima. Gustavo se bajó despacio, se acomodó la campera para cubrirse de la garua que seguía clavando con sus púas y desapareció como un duende entre las sombras de la noche. Pasaron unos segundos interminables. Jorge aferrado al volante, sin arrancar el motor, miraba al horizonte sin ver, sin decir ni una palabra. Y entonces escuchó lo que necesitaba, una palabra de consuelo que lo saque de ese estado de bronca y desolación, que lo haga volver a la realidad y olvidar rápidamente lo que había pasado con Gustavo -Che Jorge, ¿porque no vamos yendo? ¡A ver si encima se pasa el asado! - dijo finalmente un Eduardo despreocupado por las razones de Gustavo y ansioso por llegar y entrarle a las achuras… Leer más...