La formación inicial se compone de Edu D. (elEdu), Hugo P. (Grafo), Hernan G. (PIC), Carli C. (Calito), con la participación especial de
Jorge V. (El Alquimista) y Raúl D. (RD), pero esperamos seamos mas. En este partido como en los partidos de la vida hay alegrias, tristezas, polemicas, amores, desamores, cambios y transformaciones, seria un placer que participes de ellos junto a nosotros..

......Tu comentario es bienvenido!! (gracias)...........
Queremos recibir tus aportes y sugerencias a: correomanoinquieta@gmail.com

lunes, 19 de diciembre de 2011

Messi y los dos linajes - Juan Sasturain

Es sabida la brillante tesis de Ricardo Piglia respecto de Borges, que se puede sintetizar en la alevosa construcción, por parte del mismo maestro, de una doble tradición personal, dos linajes que confluirían en su obra y le darían (in)equívoca identidad: el linaje de la sangre –encarnado en la memoria de su madre, que narra / confunde la historia familiar (Isidoro Acevedo, el coronel Francisco Borges) con la Historia a secas, el devenir de la Patria– y el linaje de los libros, representado por la infinita biblioteca de su padre, esa multitud de volúmenes ingleses entre los que –dice– se crió.

Inevitablemente argentino y deliberadamente universal, Borges –el conjunto de la obra borgiana– es impensable e inexplicable si no se reconoce la convergencia / superposición / complementariedad única y enriquecedora de estos dos reconocidos linajes. Por eso es original y, además, por talento, es un genio.

Claro que no siempre –o casi nunca– la apreciación de esa totalidad compleja irreductible a categorías simples resulta satisfactoria para ciertos lectores, críticos o clasificadores dispuestos a desechar todo aquello que no quepa o calce en la budinera previamente dispuesta: qué clase de escritor tan argentino es éste, tan universal que parece que podría ser de cualquier otra parte. Algo así.

El tema de Borges, su carácter excepcional y las dificultades que presenta encasillar su figura para cualquier mentalidad que piense la identidad en términos de apropiación (nacionalista o de cualquier tipo) reaparece, transpuesta, corrida, pero con renovados elementos de análisis, en el caso, no tan distante como parecería, de Lionel Messi, un genio argentino / universal absoluto con identidad –por lo menos– en discusión.

Al respecto creo, sinceramente, que si bien el maravilloso jugador no ha formulado al menos hasta ahora –que yo sepa– teoría o declaración alguna en cuanto a lo que considera sería el origen de sus habilidades y saberes, el entramado íntimo de factores y experiencias, las vivencias clave que han hecho de Messi lo que Messi es jugando al fútbol, tenemos elementos más que suficientes como para proponer en su nombre y para su / nuestra mejor comprensión del fenómeno (que lo es) algunas hipótesis tal vez no descaminadas.

Cabe acaso hacer un leve rodeo conceptual. Es sabido que para jugar al fútbol primero hay que saber jugar a la pelota. Un saber no implica el otro ni lo sobreentiende ni lo sustituye. Como la relación entre hablar y leer-escribir. Son dos cosas distintas y de aprendizaje sucesivo, habitual/naturalmente no simultáneo. Hoy está en crisis esto.

Antes de los arcos, del gol, de la idea de compañeros y de rivales, antes del fútbol mismo están la pelota, la relación individual con ella, el de-safío de controlar, amansar, manejar, dirigir, escamotear un objeto que está hecho intencionadamente para moverse, ser incontrolable... Además, maravillosamente, el fútbol adquiere su sentido y grandeza a partir de imponerse libremente la inhumana dificultad inicial: la interdicción básica, el tabú de no usar la mano.

No en todas partes se aprende a jugar a la pelota de la misma manera. Creemos que en la relación con la pelota (cómo se juega, cómo se la usa, se la concibe, piensa y trata) suele radicar la escurridiza identidad –concepto hoy en crisis– de una comunidad futbolera: país, región, cultura, clase, raza y sus mezclas. Y eso tiene que ver con la experiencia primaria, inicial, de contacto con la movediza esfera.

El padre futbolero argentino llega a casa y trae de regalo a su tambaleante hijo varón de año y medio la primera pelota. La suelta y cuando el bebé va a agarrarla escucha: “No, con el pie”. Esa es la regla primera y fundante. La otra es meses después, cuando tras patear ida y vuelta durante rato largo, el padre no devuelve la pelota sino que pone el pie encima y dice: “Vení a buscarla, sacámela”. Y cuando el pibe tira la patadita patea el aire, ya no está ahí. Y hay que sacársela a papá, que la pisa, la oculta con el cuerpo, pone el culo, gambetea. Primero se aprende eso. Y al socializar, se nota. En un cumpleaños de cuatro años, se suelta una pelota y todos corren detrás, el que la consigue gambetea hasta que otro se la quita y éste sigue hasta que la pierde y así... La primera relación con la pelota –en la Argentina– es de dominio y posesión: es algo que uno consigue, tiene y retiene, gambeteando, a base de habilidad, manejo, astucia, hasta perderla. Los arcos y los compañeros vienen después, con la idea de partido –que ya es fútbol, no pelota– y finalmente se adquiere, a regañadientes, como debe ser, la idea de pase. El pase es el último recurso cuando no puede tenérsela más...

En este país y en esta cultura, esta manera de concebir empíricamente el juego desde la posesión individual de la pelota se desarrolló históricamente en un ámbito irregular e improvisado, el potrero –que exigía destreza extrema en el dominio–, y se expresó en una forma de enfrentamiento ocasional y anárquico, el picado, que no era otra cosa que suma de individualidades. Demás está decir que no todas las culturas futboleras están basadas en esta idea-fuerza primigenia. La argentina, sí. Con todas sus virtudes y limitaciones, es desde esta base conceptual inconsciente que hemos generado nuestras grandes individualidades desequilibrantes: grandes jugadores de pelota –aptitud técnica– que, a veces, fueron grandes jugadores de fútbol: concepto táctico. No siempre, claro. Lo que sí, la ecuación no es reversible. Porque la (destreza) técnica se desarrolla, se aprende, pero no se enseña.

Así, aprender –y enseñar– a jugar al fútbol es una operación radicalmente diferente, que requiere un salto cualitativo, con la adquisición de otros conceptos, que pueden ser diferentes según la experiencia, la escuela, incluso la ideología de los responsables de impartirlos como válidos. Y no en todas partes ni momentos se ha jugado ni se juega al fútbol de la misma manera. En eso también hay diferencias que marcan idiosincrasia.

Volviendo, tras el necesario rodeo, al caso de Lionel Messi, creo que se trata, como en el ejemplo borgeano, de la notable confluencia de un doble linaje. Parafraseando a Piglia, en la Pulga hay un linaje de la sangre, mamado intuitivamente en la primera infancia y preadolescencia, que tiene que ver con la experiencia inigualable e intransferible de haber aprendido a jugar a la pelota en la Argentina. Lionel no se crió en Manresa ni a orillas del Llobregat, sino en Rosario: respiró, transpiró esa tradición y esa técnica. Y fue y es un extraordinario, único, jugador de pelota.

Pero también o sobre todo –a diferencia de otros o de todos los demás– confluye en él, se superpone, sobre esa base técnica furiosamente argentina, otra tradición conceptual, no intuitiva sino más letrada –digamos– que tiene que ver con una manera de concebir el juego, de jugar al fútbol con todas las letras, que es la que recibió, como un dotado Harry Potter en bruto, cuando fue a escuela del fútbol universal que es la del Barcelona, del gran Johan Cruyff y los ancestros holandeses, vía Guardiola & Co, hasta ahora.

Las perplejidades que genera su aparente rendimiento dispar según juegue con la camiseta que representa una tradición o con la otra, tienen que ver –estoy seguro– con no reconocer en él esta condición genial, insólitamente anfibia de su talento. A la inversa de lo que solemos preguntarnos con tantos de nuestros precoces y muy buenos jugadores de pelota arruinados por jugar al fútbol en condiciones –países, clubes, tácticas– que no aprovechan sus aptitudes, hay que atreverse a preguntarnos si Messi hubiera sido lo que es si se hubiera quedado a jugar al fútbol acá.

Yo creo que no.

Pagina 12, Lunes 19 de Diciembre del 2011
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-183702-2011-12-19.html
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lunes, 12 de diciembre de 2011

Amantes del Futbol – Las mejores puteadas de la cancha PARTE II

Gracias al aporte de blog “El acumule de Internet” (http://elacumule.blogspot.com), volvemos a recrear una de las mayores alegrías del futbol argentino, un nuevo conjunto de puteadas que seguramente serán el deleite de los amantes de este viril deporte:

"Ni con una 38 afana una pelota este hijo de puta"
"Denis, la concha de tu madre....doná los órganos mueeertooo!!!"
"Graf no le metés un gol ni a tu mujer"
"Palermo... sos feo de cuerpo!"
"Campodónico volvé a la cárcel la concha de tu madre"
"Ramacciotti poneme a mí.”
"Vivaldo viejo choto, afiliate al Pami fooorro."
"Tenés menos luces que Parque Chas."
"Luchettii tenés nombre de fideo fracasadoooooooo."
“Probá con vender la solidaria!!!”
"Transpirá la camiseta Bedoya, hacé que jugas, transpirala"
"Cordone, Viejas Locas busca guitarrista. Presentate drogón!"
"Arbitro que cobras???, Amontonamiento?!!!"
"Severino anda a barrer andenes, deja el reallity muerto hijo de puta (en alusión a Wilson delantero de atlas)"
"El ogro sale a la cancha, y un plateísta le grita -¿que hacés acá Fabbiani?, cuestión de peso ya empezó!!!"
"Abelairas... Comprate una tortuga y andate despacito a la concha de tu madre..."
Al arquero Leyenda: "Leyenda, no llegas ni a cuentito hijo de puta!"
"Bieler, ponete un GPS"
"(Matías) Giménez, sacate el paracaidas para correr, hijo de puta!"
"Nanni, te vinieron a ver empresarios de italia hoy... de un frigorífico, pecho frío!"
"Mouche, salís hoy a la noche que no transpirás hijo de puta"
"La culpa no es de Chittzoff, la culpa es del HDP, que le regalo la primer pelota, porque no le regalo una caña de pescar!"
"Tercer bandeja en la Bombonera: "En esta cancha de mierda te tropezàs y te caés en el área chica"
"No los aplaudan que van a querer salir jugando siempre estos hijos de puta!"
"Moucheeeeee se nota que te hicieron sin ganas hdp!!!!"
"Garcé, las lineas son de cal"
"Zandoná! Andá a abrazarte con ellos!!""
"Fabbiani!!!, tenes menos pique que el riachuelo, hijo de putaaa!!!!"
"Ponéte la ropa de tu vieja y disfrazate de la pqtp! Esto no es volley, se juega con los pies!"
"Gerlo sos como Maldini con las rodillas enyesadas!"
En la cancha de Ferro, 1° B metropolitana, antes de empezar al 9: "Sí puto, sacate fotos con los edificios que volves a tu cancha sin pasto"
"Gracian preguntale a Mick Jagger como es y cambiate la sangre!"
"Pellerano sos mas amargo que el Terma la puta que te pario"
"A Buonanotte: "Devolvele la voz a tu hermano sietemesino la concha de tu madre""
"Fabbiani la cancha no es chica, vos sos gordo"
"Tenes menos futbol que Flavio Mendoza"
"Mouche, sos una ensalada de frutas, todo menos huevo!!!"
"Chilavert vas a volver a Japón para hacer sumo paraguayo comemandioca"
"No tiras un taco ni trabajando en Ricky Sarckany !"
"Bieler, a vos te cuentan las puteadas como a Pelé los goles. Muerto de hambre!"
"Tuzzio deja de cabecear que vas a pinchar la pelota CORNUDO!"
"Saturno andate y llevate la bicicleta al KDT horrible"
"Funes Mori, todavia no se si sos zurdo o diestro. Burro!!!"
"Mendez, andá a tirar bicicletas a los bosques de palermo, burro!"
"Abelairas corré hijo de puta, tenés menos entrega que almacén de barrio"
"Gracian muerto tenes menos sangre que el mondongo"
"Funes Mori, apuntale al córner, que capaz así te sale al arco, la concha de tu madre."
"Estaba mas adelantado que Pedro de Mendoza"
"Ese muerto tiene menos recorrido que el trencito de Puerto Madero"
"Schiavi, ¡no te reconoce ni Sandra Bullock!"
"4, no podés subir ni una escalera mecánica, ¡mueeeeeeeeeeeeeeeeeerto!"
"Balbo, avisale a tu cuerpo que no te retiraste"
"Riquelme, ¡desenganchate el trailer!"
"Tuzzio, ponele Lojack a tu señora."
"Desagradecido, gracias a este clú conociste el agua caliente"
"Dicho en los años 70 al recio defensor: "Desde que murió Mister ED sos el único caballo que habla..."
"Barijo villero! conseguime un pasacassette de taunus!!!"
"a Mareque: la empezás como Roberto Carlos y la terminás como yooo!"
"Juga con clase que esa la uso Alfaro reverendo cagon"
"Maxi Moralez estaba haciendo tiempo y se escucho "Modelo de cheeky tendrias que ser enano de mierda!"
"Barrales, tu representante es un fenomeno HDP!"
"River tenes menos profundidad que una pelopincho"
"4, tenés menos movilidad que ojo de vidrio!!!"
"Viatri, dedicate a los blindados"
"Garcia tapá las que entran no las que van al córner salame! "
"Independiente apagá el aire acondicionado!!"
"Devolve el Anillo Golum" de un hincha al Pepi Zapata"
Un hincha le grita a Caruso Lombardi: "Meté un cambio Mourinho, meté un cambio"
"Fabbiani, el único desborde que tenés es el de la cintura, gordo fracasado!"
En los 70 en un Velez-Talleres, Ludueña no paraba de acomodar la pelota para un tiro libre y un guazo de al lado le dice: "negrooo ponele loción!!!"
"Menos salida que un mehari a gas!"
"Jesus Mendez, te querés hacer el Cristiano Ronaldo y no te alcanza ni para el Clear Man, amargo!"
"Después de que Mouche tirá un centro a la tribuna: DEBE SER POR EL DOG CHOW, HORRIBLE!"
Un policia petiso y panzón iba con su perro por abajo de la tibuna y le gritaron: "Gordooo dejá de comerle la comida al perro!!!"
"Nueveeee!! tenes menos punteria que el del pronostico!!!"
"Garcia deja de comer pollo con las manos antes de los partidos, que se te resbalan todas!"
"Chichizola, sacate los pañales antes de patear!"
"Corre tranquilo que el numero no sale en la fotomulta!"
"Volve manco de piernas!" (A Carrizo cuando fue a cabecear en un partido y de contrataque le hicieron un gol)
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sábado, 26 de noviembre de 2011

Un Regalo Particular

Hugo es fana de Independiente y su cumpleaños es el 26 de noviembre, cumple 34 para ser precisos. Después de mucho pensar, no tuvimos mejor idea que regalarle el diario de ese día. En un sucucho del pasaje Obelisco Norte, conseguimos La Opinión del año 1977, plena dictadura militar. Verificamos que había nacido un sábado.
La curiosidad nos hizo leer el diario antes de la fiesta y consecuentemente antes de regalárselo, algo que no se debe hacer, por supuesto. Los títulos eran espeluznantes a la luz de los acontecimientos que terminaron en los 30.000 desaparecidos del “Proceso de Reorganización Nacional”. Apellidos tristemente célebres poblaban los titulares del diario: “Martínez de Hoz reiteró su programa de austeridad”, “Videla recorrerá la zona afectada por el terremoto en Caucete”, “Se reúnen los altos mandos del ejército”
Otras secciones menos dolorosas eran Espectáculos y por supuesto, en las últimas páginas, los deportes.
Primera curiosidad en materia deportiva: el 25 de noviembre de 1977, el día anterior al nacimiento de Hugo, Racing, el eterno rival de los Diablos Rojos había derrotado 5 a 0 a Sarmiento de Chaco. Era el Campeonato Nacional y todavía los equipos de Buenos Aires obtenían resultados abultados frente a los humildes equipos del Interior.
Segunda curiosidad: el diario informaba que ese día (26 de noviembre) se jugaría otro adelanto de la tercera fecha del campeonato, ¿casualmente?, All Boys- Independiente en cancha de San Lorenzo, en Boedo, el histórico Gasómetro de Avda. La Plata.
Acá es donde comenzamos a pensar en el destino, la predestinación, las fuerzas sobrenaturales que hicieron que este chiquito, en el momento de nacer, ya tuviera la impronta de Independiente.
¿Será así con todos y no lo sabemos?, ¿por qué no lo investigamos? Invito a todos los fanas de algún equipo a indagar en sus respectivas fechas de nacimiento. ¿Habrá conexiones ocultas o no tanto con sus respectivos equipos? A partir del caso de Huguito creo que sí.
Final de la historia.

El resultado del partido de la 3º fecha que se jugaba el domingo 27, pero por el nacimiento de este muchacho se adelantó al 26 de noviembre de 1977 fue, como no podría ser de otra manera:
All Boys 2 (Goles: Félix Nieto y Marcelino Britapaja),
Independiente 3 (Goles: Osvaldo A. Pérez, Pedro R. Magallanes y Ricardo Bochini)
Además y como dato que corrobora aún más la teoría esbozada en este artículo Independiente se adjudicó “milagrosamente” el torneo, en un partido final frente a Talleres de Córdoba con un gol brillante convertido cuando jugaba con 3 hombres menos.
Tercera curiosidad: no creemos que hayan sido 3 hombres menos. El partido final se jugó el 25 de enero de 1978 en el estadio La Boutique del Barrio Jardín en la provincia de Córdoba. Huguito ya tenía casi dos meses de edad y el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo (y por pícaro).

EL ALQUIMISTA (J.V.)
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martes, 15 de noviembre de 2011

Lista de Cuentos Argentinos Favoritos

El gran escritor Umberto Eco escribió recientemente sobre un tema que siempre me interesó: ¿por qué obsesionan tanto al ser humano las listas o enumeraciones?
Esta es la pregunta que trata de contestar Umberto Eco en su libro “El vértigo de las listas” (Editorial Lumen).
Así, con listas, se construye el canon literario: “los 10 mejores escritores”, el decálogo de las 20 mejores obras de autores argentinos.”, etc.
Sin ánimo de responder a la pregunta de Eco, mucho menos generar otro canon, la intención de esta nota es agregar una nueva lista a las ya existentes
Hace unos años, sobre el fin del milenio, aproximadamente 70 conocedores (Escritores, críticos, editores) votaron, por invitación de la editorial Alfaguara, cuáles eran sus cuentos argentinos favoritos.
A continuación el resultado de la votación y algunos detalles de interés:
Salieron trescientos catorce cuentos de noventa y un autores diferentes. Esta totalidad se acercaría a una antología perfecta. La necesidad de editarlo hizo que se eligieran 15, las opciones eran dos:
A) Elegir los 15 cuentos más votados. (Lo cual hubiese reiterado autores, con lo cual se diluía el criterio de amplitud)
B) Priorizar la variedad. (Eligiendo un solo cuento por autor siguiendo el criterio de votación)
Se eligió la segunda opción.
Es importante aclarar que se solicitó una lista de los diez cuentos favoritos de cada invitado, no de los que considerara mejores, sino de cuales le habían producido más placer.
Algunas curiosidades son las siguientes:
• Autores que se votaron mutuamente.
• Un autor que se votó a si mismo.
• Varios incluyeron cuatro o cinco cuentos de Borges
• Solo dos encuestados, no votaron ni un solo cuento de Borges
• Algunos pocos votaron más de diez cuentos. (Se anularon los posteriores al décimo)
• Una encuestada votó solo ocho cuentos
• Hubo algunos que llamaron luego de enviar el correo para corregir su lista
• Se votaron tres uruguayos, Horacio Quiroga con varios cuentos, Juan carlos Onetti con "El infierno tan temido" y "La cara de la desgracia" y Felisberto Hernández con "La casa inundada"

A primera vista al ver el listado se nota una notable ausencia de escritoras, quince hombres ocuparon los primeros puestos y ninguna mujer a pesar que veinte mujeres fueron elegidas entre los noventa y un cuentistas. Las dos más votadas fueron Liliana Heker con "La fiesta ajena" y Silvina Ocampo con "Autobiografía de Irene" y "Cielo de claraboyas", cuyos cuentos aparecieron empatados con otros en el puesto 48º. El caso de Silvina Ocampo es único en la elección; entre los 314 cuentos elegidos ella se ubica tercera con 16 cuentos diferentes, solo superada por Borges (26) y Cortazar (28), y por delante de Bioy Casares (13). En la tabla general se ubica sexta con 26 votos en total detrás de Borges (96), Cortazar (77), Walsh (38) Bioy Casares (33) y Quiroga (27).
Paradójicamente Walsh logró el primer puesto dado que sus votos no se dividieron tanto y de los 38, 18 votos fueron para esa mujer, si se hubiese utilizado el criterio de selección A) -expuesto arriba-, Borges hubiera colocado el 2º, (El Aleph con 17 votos) y el 3º (Emma Zunz con 14.)
El objetivo de esta sección es ir publicando la lista de los cuentos más votados, sobre todo teniendo en cuenta que el primero: Esa Mujer de Rodolfo Walsh, ya apareció en este blog de Mano Inquieta, lo cual habla bien acerca de su publicación.
A modo de anticipo, la lista de los primeros 15 cuentos más votados y la transcripción del segundo más votado: El Aleph de Jorge Luis Borges

La lista total de los cuentos votados:

1) Esa Mujer (Rodolfo Walsh)
2) El Aleph (Jorge Luis Borges)
3) Emma Zunz (Jorge Luis Borges)
4) Casa Tomada (Julio Cortazar)
5) El Sur (Jorge Luis Borges)
6) El Perseguidor (Julio Cortazar)
7) Sombras sobre vidrio esmerilado (Juan José Saer)
8) El Jorobadito (Roberto Arlt)
9) El Perjurio de la nieve (Adolfo Bioy Casares)
10) El Matadero (Esteban Echeverría)
11) En memoria de Paulina (Adolfo Bioy Casares)
12) A la deriva(Horacio Quiroga)
13) La madre de Ernesto (Abelardo Castillo)
14) Yzur (Leopoldo Lugones)
15) Continuidad de los parques (Julio Cortazar)


EL ALEPH DE JORGE LUIS BORGES

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el 30 de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos, Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo; la mano en el mentón... No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.
Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces no dejé pasar un 30 de abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí gradualmente confidencias de Carlos Argentino Daneri.
Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada: había en su andar (si el oximoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Tiene (como Beatriz)grandes y afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. "Es el Príncipe de los poetas en Francia", repetía con fatuidad. "En vano te revolverás contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas."
El 30 de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas copas, una vindicación del hombre moderno
-Lo evoco - dijo con una admiración algo inexplicable - en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines...
Observó que para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil; nuestro siglo XX había transformado la fábula de Mahoma y de la montaña; las montañas, ahora convergían sobre el moderno Mahoma.
Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por qué no las escribía. Previsiblemente respondió que ya lo había hecho: esos conceptos, y otros no menos novedosos, figuraban en el Canto Augural, Canto Prologal o simplemente Canto-Prólogo de un poema en el que trabajaba hacía muchos años, sin réclame, sin bullanga ensordecedora, siempre apoyado en esos dos báculos que se llaman el trabajo y la soledad. Primero abría las compuertas a la imaginación; luego hacía uso de la lima. El poema se titulaba La Tierra; tratábase de una descripción del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digresión y el gallardo apóstrofe.
Le rogué que me leyera un pasaje, aunque fuera bre- ve. Abrió un cajón del escritorio, sacó un alto legajo de hojas de block estampadas con el membrete de la Biblioteca Juan Crisóstomo Lafinur y leyó con sonora satisfacción.
He visto, como el griego, las urbes de los hombres,
Los trabajos, los días de varia luz, el hambre;
No corrijo los hechos, no falseo los nombres,
Pero el voyage que narro, es... autour de ma chambre.
Estrofa a todas luces interesante - dictaminó -. El primer verso granjea el aplauso del catedrático, del académico, del helenista, cuando no de los eruditos a la violeta, sector considerable de la opinión; el segundo pasa de Homero a Hesíodo (todo un implícito homenaje, en el frontis del flamante edificio, al padre de la poesía didáctica), no sin remozar un procedimiento cuyo abolengo está en la Escritura, la enumeración, congerie o conglobación; el tercero - ¿barroquismo, decadentismo, culto depurado y fanático de la forma? - consta de dos hemistiquios gemelos; el cuarto francamente bilingüe, me asegura el apoyo incondicional de todo espíritu sensible a los desenfados envites de la facecia. Nada diré de la rima rara ni de la ilustración que me permite ¡sin pedantismo!acumular en cuatro versos tres alusiones eruditas que abarcan treinta siglos e apretada literatura: la primera a la Odisea, la segunda a los Trabajos y días, la tercera a la bagatela inmortal que nos depararan los ocios de la pluma del saboyano...Comprendo una vez más que el arte moderno exige el bálsamo de la risa, el scherzo. ¡Decididamente, tiene la palabra Goldoni!
Otras muchas estrofas me leyó que también obtuvieron su aprobación y su comentario profuso; nada memorable había en ella; ni siquiera la juzgué mucho peores que la anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otro. La dicción oral de Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo contadas veces, transmitir esa extravagancia al poema (1).
Una sola vez en mi vida he tenido la ocasión de examinar los quince mil dodecasílabos del Polyolbion, esa epopeya topográfica en la que Michael Drayton registró la fauna, la flora, la hidrografía, la orografía, la historia militar y monástica de Inglaterra; estoy seguro de que ese producto considerable, pero limitado, es menos tedioso que la vasta empresa congénere de Carlos Argentino. Éste se proponía versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al Norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calla Once de Setiembre, en Belgrano, y un establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton. Me leyó ciertos laboriosos pasajes de la zona australiana de su poema; esos largos e informes alejandrinos carecían de la relativa agitación del prefacio. Copio una estrofa (2):
Sepan. A manderecha del poste rutinario,
(Viniendo, claro está, desde el Nornoroeste)
Se aburre una osamenta - ¿Color? Blanquiceleste -
Que da al corral de ovejas catadura de osario.
-¡Dos audacias - gritó con exultación - rescatadas, te oigo mascullar, por el éxito! Lo admito, lo admito. Una, el epíteto rutinario, que certeramente denuncia, en passant, el inevitable tedio inherente a las faenas pastoriles y agrícolas, tedio que ni las geórgicas ni nuestro ya laureado Don Segundo se atrevieron jamás a denunciar así, al rojo vivo. Otra, el enérgico prosaísmo se aburre una osamenta, que el melindroso querrá excomulgar con horror, pero que apreciará más que su vida el crítico de gusto viril. Todo el verso, por lo demás, es de muy subidos quilates. El segundo hemistiquio entabla animadísima charla con el lector, se adelanta a su viva curiosidad, le pone una pregunta en la boca y la satisface... al instante. ¿Y qué me dices de ese hallazgo blanquiceleste? El pintoresco neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantísimo del paisaje australiano. Sin esa evocación resultarían demasiado sombrías las tintas del boceto y el lector se vería compelido a cerrar el volumen, herida en lo más íntimo el alma de incurable y negra melancolía.
Hacia la medianoche me despedí.
Dos domingos después, Daneri me llamó por teléfono, entiendo que por primera vez en la vida. Me propuso que nos reuniéramos a las cuatro, "para tomar juntos la leche, en el contiguo salón-bar que el progresismo de Zunino y de Zungri - los propietarios de mi casa, recordarás - inaugura en la esquina; confitería que te importará conocer". Acepté, con más resignación que entusiasmo. Nos fue difícil encontrar mesa; el "salón-bar", inexorablemente moderno, era apenas un poco menos atroz que mis previsiones; en las mesas vecinas el excitado público mencionaba las sumas invertidas sin regatear por Zunino y por Zungri. Carlos Argentino fingió asombrarse de no sé qué primores de la instalación de la luz (que, sin duda, ya conocía) y me dijo con cierta severidad:
-Mal de tu grado habrás de reconocer que este local se parangona con los más encopetados de Flores.
Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido según un depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal... Denostó con amargura a los críticos; luego, más benigno, los equiparó a esas personas, "que no disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadores y ácidos sulfúricos para la acuñación de tesoros, pero que pueden indicar a los otros el sitio de un tesoro". Acto continuo censuró la prologomanía, "de la que ya hizo mofa, en la donosa prefación del Quijote, el Príncipe de los Ingenios". Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra convenía el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado por el plumífero de garra, de fuste. Agregó que pensaba publicar los cantos iniciales de su poema. Comprendí, entonces, la singular invitación telefónica; el hombre iba a pedirme que prologara su pedantesco fárrago. Mi temor resultó infundado: Carlos Argentino observó, con admiración rencorosa, que no creía errar el epíteto al calificar de sólido el prestigio logrado en todos los círculos por Álvaro Melián Lafinur, hombre de letras, que, si yo me empeñaba, prologaría con embeleso el poema. Para evitar el más imperdonable de los fracasos, yo tenía que hacerme portavoz de dos méritos inconcusos: la perfección formal y el rigor científico, "porque ese dilatado jardín de tropos, de figuras, de galanuras, no tolera un solo detalle que no confirme la severa verdad". Agregó que Beatriz siempre se había distraído con Álvaro.
Asentí, profusamente asentí. Aclaré, para mayor verosimilitud, que no hablaría el lunes con Álvaro, sino el jueves: en la pequeña cena que suele coronar toda reunión del Club de Escritores. (No hay tales cenas, pero es irrefutable que las reuniones tienen lugar los jueves, hecho que Carlos Argentino Daneri podía comprobar en los diarios y que dotaba de cierta realidad a la frase.) Dije, entre adivinatorio y sagaz, que antes de abordar el tema del prólogo describiría el curioso plan de la obra. Nos despedimos; al doblar por Bernardo de Irigoyen, encaré con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban: a) hablar con Álvaro y decirle que el primo hermano aquel de Beatriz(ese eufemismo explicativo me permitiría nombrarla) había elaborado un poema que parecía dilatar hasta lo infinito las posibilidades de la cacofonía y del caos; b) no hablar con Álvaro. Preví, lúcidamente, que mi desidia optaría por b.
A partir del viernes a primera hora, empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a receptáculo de las inútiles y quizás coléricas quejas de ese engañado Carlos Argentino Daneri. Felizmente nada ocurrió - salvo el rencor inevitable que me inspiró aquel hombre que me había impuesto una delicada gestión y luego me olvidaba.
El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de octubre, Carlos Argentino me habló. Estaba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con ira balbuceó que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su desaforada confitería, iban a demoler su casa.
-¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! - repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía.

No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detectable del pasaje del tiempo; además se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz. Quise aclarar ese delicadísimo rasgo; mi interlocutor no me oyó. Dijo que si Zunino y Zungri persistían en ese propósito absurdo, el doctor Zunni, su abogado, los demandaría ipso facto por daños y perjuicios y los obligaría a abonar cien mil nacionales.
El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una seriedad proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto. Daneri dio que le hablaría esa misma tarde. Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.
-Está en el sótano del comedor - explicó, aligerada su dicción por la angustia -. Es mío, es mío; yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.
-¡El Aleph! - repetí.
-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph.
Traté de razonar.
-Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?
-La verdad no penetra un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la Tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.
-Iré a verlo inmediatamente.
Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me asombró no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco. Todos esos Viterbos, por lo demás... Beatriz(yo mismo suelo repetirlo) era una mujer, una niña de una clarividencia casi implacable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes, verdaderas crueldades, que tal vez reclamaban una explicación patológica. La locura de Carlos Argentino me colmó de maligna felicidad; íntimamente, siempre nos habíamos detestado.
En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El niño estaba, como siempre, en el sótano, revelando fotografías. Junto al jarrón sin una flor, en el piano inútil, sonreía (más intemporal que anacrónico) el gran retrato de Beatriz, en torpes colores. No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije:
-Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.
Carlos entró poco después. Habló con sequedad; comprendí que no era capaz de otro pensamiento que de la perdición del Aleph.
-Una copita del seudo coñac - ordenó - y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indis-pensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación ocular. Te acuestas en el piso de la baldosas y fijas los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo!
Ya en el comedor, agregó:
-Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio... Baja; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.
Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano, apenas más ancho que la escalera, tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el baúl de que Carlos Argentino me habló. Unos cajones con botellas y unas bolsas de lona entorpecían un ángulo. Carlos tomó una bolsa, la dobló y la acomodó en un sitio preciso.
-La almohada es humildosa - explicó - , pero si la levanto un solo centímetro, no verás ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado. Repantiga en el suelo ese corpachón y cuenta diecinueve escalones.
Cumplí con su ridículo requisito; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa, la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno. Las bravatas de Carlos transparentaban el íntimo terror de que yo no viera el prodigio; Carlos, para defender su delirio, para no saber que estaba loco tenía que matarme. Sentí un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no a la operación de un narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.
Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y las circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: La enumeración, si quiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
Sentí infinita veneración, infinita lástima.
-Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman - dijo una voz aborrecida y jovial - . Aunque te devanes los sesos, no me pagarás en un siglo esta revelación. ¡Qué observatorio formidable, che Borges!
Los pies de Carlos Argentino ocupaban el escalón más alto. En la brusca penumbra, acerté a levantarme y a balbucear:
-Formidable. Sí, formidable.
La indiferencia de mi voz me extrañó. Ansioso, Carlos Argentino insistía:
-¿La viste todo bien, en colores?
En ese instante concebí mi venganza. Benévolo, manifiestamente apiadado, nervioso, evasivo, agradecí a Carlos Argentino Daneri la hospitalidad de su sótano y lo insté a aprovechar la demolición de la casa para alejarse de la perniciosa metrópoli que a nadie ¡créame, que a nadie! perdona. Me negué, con suave energía, a discutir el Aleph; lo abracé, al despedirme y le repetí que el campo y la seguridad son dos grandes médicos.
En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio me trabajó otra vez el olvido.
Postdata del 1º de marzo de 1943. A los seis meses de la demolición del inmueble de la calle Garay, la Editorial Procusto no se dejó arredrar por la longitud del considerable poema y lanzó al mercado una selección de "trozos argentinos". Huelga repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibió el Segundo Premio Nacional de Literatura (3). El primero fue otorgado al doctor Aita; el tercero al doctor Mario Bonfanti; increíblemente mi obra Los naipes del tahúr no logró un solo voto. ¡Una vez más, triunfaron la incomprensión y la envidia! Hace ya mucho tiempo que no consigo ver a Daneri; los diarios dicen que pronto nos dará otro volumen. Su afortunada pluma (no entorpecida ya por el Aleph) se ha consagrado a versificar los epítomes del doctor Acevedo Díaz.
Dos observaciones quiero agregar: una sobre la naturaleza del Aleph; otra, sobre su nombre. Éste, como es sabido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicación al círculo de mi historia no parece casual. Para la Cábala esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; también se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes. Yo querría saber: ¿Eligió Carlos Argentino ese nombre, o lo leyó, aplicado a otro punto donde convergen todos los puntos, en alguno de los textos innumerables que el Aleph de su casa le reveló? Por increíble que parezca yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph.
Doy mis razones. Hacia 1867 el capitán Burton ejerció en el Brasil el cargo de cónsul británico; en julio de 1942 Pedro Henríquez Ureña descubrió en una biblioteca de Santos un manuscrito suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zu al-Karnayn, o Alejandro Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton menciona otros artificios congéneres - la séptuple copa de Kai Josrú, el espejo que Tárik Benzeyad encontró en una torre (1001 Noches, 272), el espejo que Luciano de Samosata pudo examinar en la Luna (Historia Verdadera, I, 26), la lanza especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Júpiter, el espejo universal de Merlín, "redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio" (The Faerie Queene, III, 2, 19) - , y añade estas curiosas palabras: "Pero los anteriores(además del defecto de no existir) son meros instrumentos de óptica. Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo está en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central... Nadie, claro está, puede verlo, pero quienes acercan el oído a la superficie declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor... la mezquita data del siglo VII; las columnas proceden de otros templos de religiones anteislámicas, pues como ha escrito Abenjaldún: En las repúblicas fundadas por nómadas, es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería".
¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.
A Estela Canto.

Referencia: El Aleph, cuento de Jorge Luis Borges
© Apocatastasis.com: Literatura y Contenidos Seleccionados
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jueves, 20 de octubre de 2011

Confesiones de insomnio

Cansado de dar vueltas en la cama, con la perfecta excusa de levantarme para vaciar mi vejiga, fui al baño y me di por  vencedor en la batalla contra el sueño.
Previendo el problema, después de la cena y antes de acostarme, tomé una buena copa de vino de sobremesa (a no confundir con una copa de buen vino). Intuyendo que no sería suficiente, después me preparé un recargado te de varias hierbas (manzanilla, tilo, boldo, etc.).  Nada de esto dio resultado.
Sentado en la mesa de la cocina, leí un rato primero “María Domecq” de Juan Forn, pero como lo estaba por terminar y me gusto mucho preferí dejarlo para poder estirar una buena lectura. Después agarré la revista “Un Caño” y  del sueño ni noticias. Me fui al living, prendí la radio y me dejé caer en el sillón para escuchar a Dolina.
Mi hija, a mi hermosa Guada parece que una pasajera angina viral no le impide descansar como se lo merece, creo que el Ibuprofeno debe tener que ver con el tema. También lo merecemos nosotros (me refiero a descansar de ella), yo diría que descansamos mutuamente.
Mi mujer que acuna en su vientre al segundo fruto de nuestro amor, tampoco parece tener problemas con el sueño, unos ronquidos tan suaves como constantes resultan ser la prueba de ello. Hasta Magui (la perra) veo que duerme muy placenteramente en el lavadero.
Me levanto del sillón y voy hasta la heladera, miro con desprecio unas porciones de pizza fría pero no me le animo. Agarro una gelatina empezada y abandonada por Guadi, que no tardo más de un minuto en terminar. Descubro también un yogur en un rincón, como en penitencia, si no esta vencido debería estarlo por su gusto, pero también lo incorporo buscando por lo menos,  que algunos retorcijones de estomago hagan tal vez, que el sueño se de por fin una vuelta.
Vuelvo al sillón, apago la radio y enciendo la tele. Juego con el control remoto, tres recorridas sin volumen por los ochenta y pico de canales  son suficientes para no encontrar nada. Apago, me pongo a pensar, en realidad es muy pretencioso el termino, preferiría decir a sentir cosas o ideas o que se yo que. Se me ocurren un par de ideas… las malas, mañana las recordaré seguro y las buenas… bueno, prefiero pensar que siempre las olvido a que nunca se me ocurren.
Me concentro en el silencio de la casa, silencio que no es tal pero se le parece bastante. El reloj de pared sigue trabado como hace ya varios días, en las diez menos cuarto. Igual insiste con su molesto tic-tac, tic-tac. La heladera aporta desde la cocina el casi imperceptible pero siempre presente ruido de su motor. Me quedo con los ojos cerrados, concentrado en el silencio. Irrumpe el sonido del camión recolector de basura, algunos gritos de los muchachos recolectores se mezclan con el silbido de los frenos del camión. Se detiene justo frente a casa, la compactadora se pone en marcha y se oye el ruido de las bolsas contaminantes compactarse unas con otras, como quejándose en agonía.
Aparece el primer bostezo casi tímido, intento cerrar la idea que empecé a escribir. Vuelvo a bostezar, me doy cuenta que la idea no fue tal y que en realidad no fue nada. Bostezo largo y tendido, las lágrimas que  lo acompañan son la señal más elocuente de que el momento de abandonar ha llegado. Me voy a dormir, creo que otra vez escribir dio resultado para dejarme vencer por el sueño.
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martes, 11 de octubre de 2011

La Aventura del conocimiento y el aprendizaje

La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero. Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.

En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: "....haga el bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos....."
Quizá se supriman algunos... detalles. ¿Qué detalles? Desconfío. Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas.
Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.

¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.
A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las "señoritas livianas", los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.
Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.
Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.

Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.
Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa.
Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente.
Gane mucho "vento" sin esfuerzo ninguno.
No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable.
¡No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera!

El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina uno de aprender" reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.

Los cursos que no se dictan:
Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari. Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. "Olvide hoy, pague mañana". Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.
Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que una persona soberbia entienda que no es tan pícara como ella supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.
Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los "sistemas para enseñar lo que es bueno", "a respetar, quién es uno", etc.
Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.

Elogio de la ignorancia:
Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.
De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.

Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.

"Aprenda a tocar la flauta en 100 años".
"Aprenda a vivir durante toda la vida".
"Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje".


ALEJANDRO DOLINA
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domingo, 25 de septiembre de 2011

LA RECETA PARA ESCRIBIR UN BUEN CUENTO

¡La puta madre!, ¡me gustaría escribir un cuento como la gente, digo como la gente que sabe escribir un buen cuento, técnicamente hablando!

Ya sé, se me ocurre que podría seguir los pasos que recomienda un escritor, ¿que tal el “Decálogo personal para escribir un cuento” de Juan Ramón Ribeyro?
1. El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector a su vez pueda contarlo.
Esta es la historia del Bocha, un pibe de barrio que hasta los 4 años vivió en Parque Chacabuco, en la Capital, rodeado del amor de sus abuelos, sus padres y su hermana menor. A esa edad y siguiendo una recomendación médica para su padre que sufría de asma, la familia se mudó a Ituzaingó, en el Gran Buenos Aires, lugar con aire puro en aquel entonces y fuera de la Capital. Era el fin de la década del ´50.
2. La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada real.
Los detalles de los sucesos que narra este cuento los conocí a través de un amigo, en una noche donde corrió el vino y la cerveza, cuando yo ya tenía más de 40. Recién ahora los cuento, por lo tanto, advierto que no puedo asegurar plenamente su veracidad.
3. El cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón.
Trataré de ser breve para no cansar al que se le ocurra leer esto, aunque va a ser imprescindible que lo ubique con algunas referencias de la epoca.
4. La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto mejor. Si no logra ninguno de estos efectos no existe como cuento.
A mi los hechos me sorprendieron, pero mucho después, porque bocha era un pibe tranquilo. Yo también lo conocía del barrio, jugamos a la pelota muchas veces, aunque yo era del equipo de la placita, más cerca de la estación y él era del campito, casi fuera del barrio
5. El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin ornamentos ni digresiones. Dejemos eso para la poesía o la novela.
Fue a 29 de junio de 1966, a la noche, durante el festejo de San Pedro y San Pablo. Como era costumbre, en aquellos años, nos juntábamos los pibes del barrio para hacer la famosa fogata (“fogarata” como le decíamos) de San Pedro y San Pablo. Para eso, durante todo el día íbamos trayendo al campito toda la madera que podíamos encontrar, ya sea de troncos de árboles como de sillas viejas. Así se formaba una montaña inmensa que después en cosa de minutos se quemaba ante el asombro de los purretes.
6. El cuento debe sólo mostrar, no enseñar. De otro modo sería una moraleja.
Lo que hizo diferente ese festejo fue que el día anterior se había producido el golpe de estado que derribó el gobierno de Arturo Illia, claro que nosotros ni enterados. En esos tiempos los chicos no participaban tan directamente de los problemas de los mayores, la tele recién comenzaba a invadir los hogares, por lo tanto tampoco había una cobertura permanente de las noticias como hoy. El diario era el medio de comunicación por excelencia. Las ediciones 5ta. y 6ta. de los diarios de la tarde: Crónica y La Razón, ya daban titulares inquietantes respecto de la situación política del país.
7. El cuento admite todas las técnicas: diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola, informe, collage de textos ajenos, etc., siempre y cuando la historia no se diluya y pueda el lector reducirla a su expresión oral.
El titular del Diario El mundo del 29 de junio, que compraban en casa, decía: “Proclama Revolucionaria - Asumirá hoy la presidencia el General Onganía” y ni una palabra de las fogatas de San Pedro y San Pablo que se estaban organizando en todos lados.
El 29 estaba todo preparado para que a eso de las 9 de la noche se prenda la fogata. A las 8 y media los pibes del barrio nos fuimos acercando al campito, pero faltaba el bocha. Juan , que vivía cerca de su casa, nos dijo que el viejo, que trabajaba en el centro, tampoco había llegado. De pronto apareció doña Alicia la madre del bocha desesperada.
En aquel momento solo recuerdo el revuelo que causo la situación, pero al poco tiempo, el encendido de la fogata, el fuego llegando a alturas asombrosas y el asombro de chicos y grandes ante semejante espectáculo, hizo que el hecho pasara desapercibido.
8. El cuento debe partir de situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino.
Nadie imagino que el bocha estaba viviendo una experiencia muy distinta que cambiaria el rumbo de su vida.
9. En el cuento no debe haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente imprescindible.
El papa del bocha era docente universitario, creo que con alguna militancia política en la época. No había vuelto a la casa ese día y este pelotudo lo fue a buscar al centro, utilizando los servicios del ferrocarril Sarmiento. El viejo, creo que con otros profesores de Ciencias Exactas y Naturales se quedaron resistiendo en la Universidad de Buenos Aires, próxima a ser intervenida lo cual arrojaba por tierra la Autonomía Universitaria y el cogobierno tripartito de estudiantes, docentes y graduados. Bocha encontró a su papa pero se ligo un reto de la gran puta y por supuesto se perdió la fogata de San Pedro y San Pablo.
10. El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado.
Un mes después ocurría otro episodio tremendo “La noche de los bastones largos” donde se reprimió, se detuvo a más de 400 personas y se destruyeron laboratorios y bibliotecas en distintas universidades. Una de ellas la de Ciencias Exactas y Naturales donde trabajaba en padre de Bocha. En los meses siguientes cientos de profesores fueron despedidos, renunciaron a sus cátedras o abandonaron el país.
En total emigraron mas de 300 profesores universitarios con sus familias, uno de ellos el papa de Bocha, que termino mudándose a Canadá. Nunca más lo vimos pero su recuerdo está íntimamente ligado a algo lindo, la fogata de San Pedro o San Pablo y a algo horrible, la represión y la dictadura.
P.D.: El cuento no salió muy bien, pero la receta es buena, la pueden usar.

EL ALQUIMISTA (J.V.)
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jueves, 15 de septiembre de 2011

Homenaje a Jorge “Matelisto” y a todos los verdaderos periodistas deportivos

 Cuando los muchachos comenzaron a hacer realidad este blog, Hernán G. (Pig o Fenicio), un integrante algo perezoso del grupo fundador, me había comentado que existía una publicación en el lugar donde trabajaba en la cual escribía comentarios futbolísticos un tal “Matelisto”. Hice un contacto vía mail con él y me mandó algunos ejemplares virtuales de esa publicación: “El Chajá Deportivo Digital”. En él Matelisto comentaba los partidos del torneo interempresas que jugaban los muchachos de la compañía Akapol.
Me parecieron excelentes comentarios, porque a pesar de tratarse de particularidades propias del ambiente que solo los participantes conocen, tenían una referencia común y un gran sentido del humor que nos identifica a todos los amantes del fútbol.
El tiempo pasó, Hernán G. ya no trabaja más en esa empresa y perdí el contacto con este verdadero periodista deportivo digital.
No lo conozco, pero, por ser tocayo y a través de las cosas que escribió confieso que le he tomado un “cariño virtual” y hoy quiero compartir un numero de “El Chajá Deportivo Digital” con la familia de Mano Inquieta. Además, como dijo nuestro amigo Pig “creemos fervientemente que compartiendo esto con la gente contribuimos a creer que todavía se pueden contar las cosas de otra manera que no sea el Ole o algunas otras publicaciones poco felices...”
Muchas gracias Matelisto por esta colaboración y cuando quieras.....


CLÁSICO AKAPOLENSE
Por “Matelisto”
¡Cómo le va, amigo lector!
Hacía como tres años que no se jugaba el clásico, y el viernes pasado, en un anochecer inclemente, bajo una leve chispeada, se enfrentaron los representativos de Zelaya y Ballester en el complejo de Marangoni, en Blanco Encalada y Terrero, donde San Isidro empieza a mostrar sus luces y su lustre.
No vaya a creer que eran las selecciones de ambas plantas, no; apenas unos rejuntaditos de algunos sectores, pero valió la pena ir, ya que hemos visto un partido bastante entretenido. Eso sí, fuera de reglamento. Se había pactado formaciones de la categoría “Super 30”, de buena fe, sin constatación de documentos ni nada por el estilo, pero pudimos ver que en el estacionamiento, entre los coches de Zelaya, había un monopatín, y también nos resultó sospechoso un barrilete atado en el alambrado, que desapareció una vez finalizado el encuentro.
A las diferencias deportivas vistas sobre el sintético nos referiremos en instantes; antes queremos detenermos un momento en las de organización. El conjunto zelayense ubicó tras la raya de cal un grupo de cuatro personas cumpliendo distintas funciones: Técnico, Ayudante de Campo, Manager y Director Deportivo, o sea, las mayores jerarquías en apoyo a los que transpiran la camiseta, y como hinchada dos chicos de las inferiores, aunque en este caso no descartamos la posibilidad de que dos madres les hayan dicho a sus maridos “ma sí, andá a jugar pero llevate al nene”. Como usted bien supone, al plantel de Ballester no lo acompañó ni el loro. Y la organización, estimado lector, tiene incidencia sobre lo deportivo. Fijesé si no: los de Ballester jugaron por largos minutos con uno menos, hasta que alguien de Zelaya, con toda hidalguía, los avivó de la pifiada. Aunque, en honor a la verdad, la equiparación de fuerzas resultó más inútil que bocina de submarino, ya que ni bien ingresó otro jugador les encajaron dos pepas consecutivas.
Vamos al grano deportivo. En casi todo momento, el equipo de Zelaya fue el más compacto, el de mayor entendimiento entre sus líneas, con una base muy sólida en el arco, atacantes efectivos y un medio campo creador y dinámico, frente al tan entusiasta como falto de ideas de su oponente.
Como queda dicho, uno de los puntos más altos estuvo bajo los palos, defendidos de manera inmejorable por el “Lolo” Domínguez, quien con su actuación sin fallas dio por tierra con la primera -y prejuiciosa- impresión que nos dejara antes del inicio. Es que el hombre se presentó luciendo (es un decir), una casaca con el logo de “El pulpito” en el pecho (es otro decir). El “Lolo” es un hombre pleno de poesía, inspiración...y ravioles, motivo por el cual la camiseta no le llegó a calzar adecuadamente y el pobre cefalópodo quedó estirado como tabaquera de goma; Tupac Amaru parecía, mire. Uno de los ojitos saltones por encima del ombligo del “Lolo” y el otro por debajo, con tal expresión de espanto que parecía perseguido por una barracuda. Estableciendo un parangón con “Nemo”, se nos ocurre que bien podría desarrollarse un producto destinado al entretenimiento infantil, alguna plastilina con esa figura grotesca y cómica de “El pulpito” en el envase y -porqué no- un “tatoo” para los niños. Habría que hacer vestir de arquero al “Lolo” y fotografiarlo para copiar el modelo; pero rápido, no sea cosa que se le ocurra ponerse a dieta.
Ocupó la última posición en la línea defensiva Jorge Bengoechea, ilustre apellido del fútbol charrúa. Cumplió una actuación satisfactoria y se lo vió como un jugador preocupado por la marca. No entendemos a qué se debió tal preocupación, dado que en largos pasajes el único atacante (¿?) fue Pablito Guasasco. Como si la recia presencia de Bengoechea no fuese suficiente, lo acompaño recostándose sobre el lateral izquierdo Romeo Schneider. Y lo de recostarse no es un eufemismo; casi se nos duerme el hombre. Vio la papa por ese lado y aplicó la ley del menor esfuerzo.
En el medio estuvo lo mejor, el fútbol más puro. En cuanto vimos en acción a un jugador que gasta más suela que empeine, preguntamos: y ese ¿quién es?. "Esmolares", se nos respondió. ¿Quién? ¿Morales?, insistimos. "No, Esmolares", fue la réplica. ¡Ah!...es Molares, dijimos dándolo por comprendido. "No, no, no" se nos espetó con un dejo de impaciencia, "Esmolares, Mario Esmolares". ¡Aaaah...! soltamos, para no hacerla lunga, pero no quedamos satisfechos. Llegados a la redacción alguien nos dijo: "Mirá, si por una vez observás con detenimiento tu PC, verás un ícono que dice "Aplicaciones", hacéle clic y buscá "Select"; repetí el clic y buscá un archivejo denominado FU00085. Lo hicimos, no sin tropiezos, y vimos que el jugador que más nos gustó se llama Mario Smolares. ¡Hubiéramos empezado por ahí! Nos resulta más sencillo llamarlo "Virulazo", ya que nos lo hace recordar cuando la pisa, gira y dibuja.
Otro que no le anduvo en zaga en cuanto a calidad fue Pablo Sierra, maniobrando por la izquierda y acompañando a los delanteros. Mostró buen manejo, toque y probó de media distancia con puntería, ya que dos goles llegaron por rebotes de tiros suyos. Dado su aspecto imberbe, sospechamos que el monopatín era suyo.
Si con estos dos hombres el medio campo de Zelaya se vistió de calidad, funcionó mucho mejor con el aporte esporádico pero inteligente y práctico de un jugador que anda buscando dónde clavar el clavo para colgar los botines. Se trata de Sergio Zaccardi. Cada tanto deja la función de Ayudante de Campo y entra para mejorar la cosa. De la observación de su desempeño fuera de los límites de la cancha, concluímos que Bertón tiene un campito por aquellos pagos y Sergio le da una mano con los chanchos, gallinas, el ordeñe, la levantada de la soja y demás tareas agropecuarias, porque como auxiliar del equipo el tipo no abrió la boca ni para bostezar. Y no es para menos...¡quién se atrevería a insinuar siquiera una indicación al DT Principal, Director Supremo, Presidente de la Corte Suprema de Interpretación Reglamentaria, Comendador, Regente, Mariscal, Fuhrer, Negus y Mbareté rubichá de todos los planteles habidos y por haber en la cantera zelayense! Sabemos que Sergio está haciendo el curso de Técnico a distancia con el secreto anhelo de refregarle el título en las narices al "Zelayasaurio almaceniis". Aclaramos que lo de la distancia no significa que estará habilitado para dirigir desde lejos ni que realice el curso vía Internet, sino que el fulano vive en la loma del peludo.
Como media punta se movió Gabriel Franco. A los tres minutos tiró un lindo tiro sobre el travesaño. Es lo mejor que podemos acotar. Alguien del entorno dijo: "¡Qué bien atajaba Gabriel hace un tiempo!"
David Carrizo, repatriado después de su estrepitoso fracaso en la Liga Zarateña, eligió su club de origen. Sobre su labor vamos a estampar dos líneas:
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- El análisis final queda para el "Negro" Ibarra. Si aplicáramos el criterio "Niembro-Clos", le otorgaríamos el premio "Rififí" de la fecha por ser el goleador. El muchacho se movió menos que peón tapando un jaque, pero se las rebuscó para hacer tres goles. En cuanto marcó el tercero Bertón lo sacó. ¡Que conducción ridícula, por favor...! Entró él y...¡marcó otro...! Al ratito salió...creemos que de la vergüenza. Fue de tal magnitud el regalo que le hizo Hernán García para que la meta, que por primera vez en su vida debió experimentar tal sentimiento.
La progresión del marcador fue como sigue:
20' Pablo Sierra le pegó desde quince metros, sobre la izquierda; dio en la base de un poste e Ibarra la empujó. Solo tuvo que hacer un movimiento como muñequito de metegol. 1 a 0.
22' De nuevo el "Negro" después de una buena jugada colectiva. 2 a 0.
28' Fuerte disparo de Pablo Sierra; el arquero da rebote y el "Negro", que andaba por ahí, la guardó. 3 a 0.
33' El único de Ballester que podía hacer un gol, lo hizo; Martín Garavaglia. 1 - 3.
40' Eduardo Bertón. 4 a 1. Si quieren detalles pregúntenle a él, que estará dispuesto a abundar en ellos. A nosotros nos supera. En la Academia de Periodismo Deportivo no nos enseñan a ser estoicos.
48' Martín Garavaglia arrancó desde la mitad, sobre el costado derecho y en diagonal arrastrando gente hasta enfrentar la salida simultánea del "Lolo" y el "Pulpito". Con un toque magistral, de comba y elevación exactas, superó los tentáculos de éste y las manos de aquél para estampar el mejor gol de la jornada. 2 - 4 final.
Hubo tercer tiempo. Un momento muy agradable, de compartida y sincera camaradería. Copamos un barcito en la planta alta de una galería, con vista a la calle. Resultó el mejor paseo de vacaciones invernales para los pibes de Bertón y Romeo, que miraban extasiados los coches y las luces (el de Bertón, más crecidito, le echaba el ojo a cuanta rubia sanisidrense pasaba), mientras saboreaban una importante hamburguesa. Claro, nunca habían visto el mundo nocturno desde esa altura; a lo más que habían trepado es a lomo de caballo o a la montaña rusa de un parque de diversiones que una vez supo pasar por Matheu
¿Qué si jugó un solo equipo? ¡Aaah...no...! Estuvo Ballester. No a la altura de las circunstancias, pero individualmente no lo hicieron mal. El arquero, por ejemplo, resultó una sorpresa. Tanto, que a instantes nomás del inicio, varios de sus compañeros nos preguntaban: "Che...quién es el quía". "Es Mauricio Presaras, de Ardal". "Se coló..." "No creo; alguien lo habrá convocado". Y el hombre se destacó, pese a los cuatro goles. Creemos que será titular por mucho tiempo, por lo menos hasta la vuelta del "Gato" Corinaldesi, cuando se recupere de su lesión.
Otra sorpresa fue una jugada tipo "remolino", por lo enredada, en la que "Leonardinho" Barbieri gambeteó dos rivales con sendos caños y siguió hasta que la cancha dijo "basta, se terminó".
Si en lo individual no hubieron defecciones, salvo la inexplicable entrega del "Quemero" Hernán a Bertón, en lo colectivo reinó la desorientación. Cómo habrá sido que Guillermo Ponce le preguntó al hombre del estacionamiento dónde quedaba la Panamericana...¡la Panamericana...no el Museo Latinoamericano de Arte Preincaico! Y...son las generaciones de prisioneros de la compu, no las de la vida al aire libre con los Niños Exploradores.
Hubo un aspecto digno de destacar en el conjunto ballesterense: y es el que deriva del precepto enunciado por el filósofo chino del siglo nosecuanto Soy Chan Ta: "Sólo estarás vencido cuando dejes de luchar". El revolcón que un zapatazo de Martín Tarelli le hizo dar al "Lolo" y al "Pulpito" justo al final, lo confirma.
Pero, muchachos, hay que organizarse. Recuerden la máxima del General: "La organización sobrevive al individuo". Si les resulta demasiado profunda, no olviden aquella experiencia del fulano que fue a participar de una festichola mixta con la promesa de obtener seguro placer y que al rato, con cierta parte del cuerpo dolorida clamaba: "hay que organizarse...hay que organizarse"

Hasta la próxima, estimado lector.
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sábado, 20 de agosto de 2011

La escondida de Poy

"Este hecho no me pertenece, es más, creo que nunca me perteneció. Fui la síntesis de los deseos de miles de hinchas. La excusa y el móvil utilizado por el apetito centralista. Mi imagen, mi cuerpo, mi vuelo. Algo me dice que me utilizaron para objetivos preciosos. Motivos que se intuyen lejanos, pero que serían difíciles de calificar con el lenguaje. Por eso es hora de multiplicar el efecto. Sean ustedes yo. Porque yo soy ustedes” Aldo Pedro Poy.
Nació el 14 de septiembre de 1945 e la ciudad de Rosario, criado a solo cinco cuadras del gigante de Arroyito. En el año 1962 ingresó a las inferiores de Rosario Central, club de el que obviamente era hincha. Delantero de notables condiciones técnicas, muy oportunista, con las suficientes mañas futbolísticas para el armado de juego y muy aguerrido a la vez. Su debut en primera fue promediando el torneo de 1965, ante Huracán en Parque Patricios. Su primer gol se lo hizo a Amadeo Carrizo en el monumental el 24 de Julio de 1966, para el empate 1 a 1 del canalla con River en el Monumental.
La anécdota me la contó hace mas de 10 años mi entrañable amigo “el gordo” Ángel, que ya no es gordo y sigue siendo un angel. En diciembre de 1967 el club atlético Los Andes asciende a primera división por segunda vez en la historia, para el inicio del año 1968 el director técnico del mil rayitas Don Ángel Tulio Zof y los dirigentes del club de la zona sur de la pcia de Bs. As, viajaron a Rosario en busca de contratar como refuerzo para la temporada en primera a Poy.
Aldo Pedro no era titular en Central y la propia gente le demostraba con frecuencia su reprobación. Enterado de un principio de acuerdo entre dirigentes, se hizo negar por su madre cuando Don Ángel lo fue a buscar a su casa. Después que se fue el técnico con la negativa, el rosarino salió a caminar para despejarse y pensar como tantas veces la sabía hacer, el destino fue la zona del parque Alem que para esos tiempos se caracterizaba por ser lugar de los pescadores (hoy el balneario municipal), entre una cosa y otra terminó embarcado rumbo a la isla El Espinillo. Se quedó dos noches allí, tiempo suficiente para que Don Ángel y los dirigentes de los andes peguen la vuelta para Bs. As desestimando contratarlo.
La historia que sigue ya es muy conocida, autor de un gol mitológico para el futbol de Rosario Central (la palomita) en la semifinal del campeonato Nacional del año 1971 nada menos que ante Newell’s, ídolo absoluto y figura indiscutida. A menos de diez años de su debut en primera, una lesión en la rodilla lo obligó a retirarse del futbol. Su ultimo partido fue ante Newell’s (como no podría ser de otra manera) el 30 de diciembre de 1974, en el marco de un triangular clasificatorio para la copa libertadores de 1975, el triunfo fue canalla por 2 a 0, con goles de Kempes y Cabral. Jugó un total de 290 partidos por torneos locales y convirtió 61 goles (uno solo de penal), por copa libertadores jugó 15 encuentros y convirtió 3 goles. En la selección nacional disputó dos encuentros y formó parte del plantel que participó en el mundial de Alemania 1974.
En el final les dejo un reportaje a Poy en donde cuenta la anécdota.
Para todos los canallas y muy especialmente para Angelito González, un fuerte abrazo!


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miércoles, 10 de agosto de 2011

El Hincha - Mempo Giardinelli

Mempo Giardinelli es escritor y periodista, nació en Resistencia, Chaco en 1947. Vivió y trabajo en Buenos Aires entre los años 1969 y 1976. Fue censurado y amenazado por la dictadura militar, razón por la cual se exilió en México. De regreso en 1984, fundó y dirigió la revista “Puro Cuento” (1986-1992). Es autor de novelas, libros de cuentos y ensayos, antologías y asiduos artículos en revistas y diarios de diferentes países. Su obra fue traducida a veinte idiomas y multipremiada por todo el mundo. Se destaca la fluidez de su lectura, la sencillez de sus personajes y el marcado origen de su pago.
En 1996 donó su biblioteca personal de 10.000 volúmenes para la creación de una fundación en el Chaco, dedicada al fomento del libro y a la lectura, a la docencia e investigación en pedagogía de la lectura. Ha creado y sostiene diversos programas culturales, educativos y solidarios.

Para el final, les dejo el cuento por Alejandro Apo, altamente recomendable.


El hincha

El 29 de Diciembre de 1968, el Club Atlético Vélez Sarsfield derrotó al Racing Club por cuatro tantos a dos. A los noventa minutos de juego, el puntero Omar Webbe marcó el cuarto gol para el equipo vencedor que, diez segundos después, se clasificaba Campeón Nacional de fútbol por primera vez en su historia. A la memoria de mi padre, que murió sin ver campeón a Vélez Sarsfield.

-¡Goooooool de Velesárfiiiiiillllllll! -gritaba Fioravanti.-¡Goooooool de Velesárfiiiiiillllllll! - gritaba Fioravanti.-¡Gol! ¡Golazo carajo, saltó Amaro Fuentes, golpeándose las rodillas frente al radiorreceptor. Había soñado con ese triunfo toda su vida. A los sesenta y cinco años, reciente jubilado de correos y todavía soltero, su existencia era lo suficientemente regular y despojada de excitaciones como para que sólo ese gol lo conmoviera, porque lo había esperado innumerables domingos, lo había imaginado y palpitado de mil modos diferentes.
Nacido en Ramos Mejía, cuando todo Ramos era adicto al entonces Club Argentinos de Vélez Sarsfield, Amaro estaba seguro de haber aprendido pronunciar ese nombre casi simultáneamente con la palabra "papá", del mismo modo que recordaba que sus primeros pasos los había dado con una pequeña pelota de trapo entre los pies, en el patio de la casona paterna, a cuatro cuadras de la estación del ferrocarril, cuando todavía existían potreros y los chicos se reunían a jugar al fútbol hasta que poco a poco, a medida que se destacaban, iban acercándose al club para alistarse en la novena división. Ya desde entonces, su vida quedó ligada a la de Vélez Sarsfield (de un modo tan definitivo que él ignoró por bastante tiempo), quizá porque todos quienes lo conocieron le auguraron un promisorio futuro futbolístico sobre todo cuando llegó a la tercera, a los diecisiete años, y era goleador del equipo; pero acaso su ligazón fue mayor al morir su padre, un mes después de que le prometieron el debut en Primera, porque tuvo que empezar a trabajar y se enroló como grumete en los barcos de la flota “Mihanovich” y dejó de jugar, con ese dolor en el alma que nunca se le fue, aunque siempre conservó en su valija la camiseta con el número nueve en la espalda, viajara donde viajara, por muchos años, y aún la tenía cuando ascendió a Primer Comisario de abordo, en los buques que hacían la línea Buenos Aires-Asunción-Buenos Aires, y también aquel día de Mayo de 1931, cuando el "Ciudad de Asunción" se descompuso en Puerto Barranqueras y debieron quedarse cinco días, y él, sin saber muy bien por qué, miró largamente esa camiseta, como despidiéndose de un muerto querido y decidió no seguir viaje, de modo que desertó y gastó sus pocos pesos en el Hotel “Chanta Cuatro”; después vendió billetes de lotería, creyó enamorarse de una prostituta brasileña que se llamaba Mara y que murió tuberculosa, trabajó como mozo en el bar La Estrella y se ganó la vida haciendo changas hasta que consiguió ese puestito en el correo, como repartidor de cartas en la bicicleta que le prestaba su jefe.Desde entonces, cada domingo implicó, para él, la obligación de seguir la campaña velezana, lo que le costó no pocos disgustos: durante casi cuarenta años debió soportar las bromas de sus amigos, de sus compañeros del correo; de la barra de La Estrella, porque en Resistencia todos eran de Boca o de River; y cada lunes la polémica lo excluía porque los jugadores de Vélez no estaban en el seleccionado, nunca encabezaban las tablas de goleadores, jamás sus arqueros eran los menos vencidos, y Cosso, goleador en el '34 y en el '35, Conde en el '54, Rugilo, guardavallas de la Selección (quien se había erigido como héroe mereciendo el apodo de "El León de Wembley"), eran sólo excepciones. La regla era la mediocridad de Vélez y lo más que podía ocurrir era que se destacara algún jugador, el que, al año siguiente, seria comprado, seguramente, por algún club grande. Y así sus ídolos pasaban a ser de Boca o de River. Y de sus amigos, de sus compañeros de barra. Claro que había retenido algunas satisfacciones: en 1953, por ejemplo, el glorioso año del subcampeonato, cuando el equipo termino encaramado al tope de la tabla, solo detrás de River. O aquellas ¿temporadas en que Zubeldía, Ferraro, Marrapodi en el arco, Avio, Conde formaban equipos más o menos exitosos. Todos ellos pasaron por la Selección Nacional: Ludovico Avio estuvo en el Mundial de Suecia, en 1958, y hasta marcó un gol contra Irlanda del Norte. Amaro había escuchado muy bien a Fioravanti, cuando relató ese partido desde el otro lado del mundo, y se imaginó a Avio vistiendo la celeste y blanca, admirado por miles y miles de rubios todos igualitos, como los chinos, pero al revés, y por eso no le importó que a Carrizo los checoslovacos le hicieran seis goles, total Carrizo era de River. Amaro podía acordarse de cada domingo de los últimos treinta y siete años porque todos habían sido iguales, sentado frente a la vieja y enorme radio, durante casi tres horas, en calzoncillos, abanicándose y tomando mate mientras se arreglaba las uñas de los pies. Entonces, no se transmitían los partidos que jugaba Vélez, sólo se mencionaba laformación del equipo, se interrumpía a Fioravanti cada vez que se convertía un gol o se iba a tirar un penal, y al final se informaba la recaudación y el resultado. Pero era suficiente. Todos los lunes a las seis menos cuarto, cuando iba hacia el correo, compraba "El Territorio" en la esquina de la Catedral y caminaba leyendo la tabla de posiciones, haciendo especulaciones sobre la ubicación de Vélez, dispuesto a soportar las bromas de sus compañeros, a escuchar los comentarios sobre las campañas de Boca o de River. Genaro Benítez, aquel cadetito que murió ahogado en el río Negro, frente al Regatas, siempre lo provocaba: -Che, Amaro, ¿por qué no te hacés hincha de Boca, eh? -Calláte, pendejo -respondía él, sin mirarlo, estoico, mientras preparaba su valija de reparto, distribuyendo las cartas calle por calle, con una mueca de resignación y tratando de pensar en que algún día Vélez obtendría el campeonato. Se imaginaba la envidia de todos, las felicitaciones, y se decía que esa sería la revancha de su vida. No le importaba que Vélez tuviera siempre más posibilidades de ir al descenso que de salir campeón.
Cada año que el equipo empezaba una buena campaña, Amaro era optimista, y se esforzaba por evitar que lo invadiera esa detestable sensación de que inexorablemente un domingo cualquiera comenzaría la debacle, la que, por supuesto, se producía y le acarreaba esas profundas depresiones, durante las cuales se sentía frustrado, se ensimismaba y dejaba de ir a La Estrella hasta que algún buen resultado lo ayudaba a reponerse. Un empate, por ejemplo, sobre todo si se lograba frente a Boca o a River, le servía de excusa para volver a la vereda de La Estrella y saludar, sonriente, como superando las miradas sobradoras, a los integrantes de la barra: Julio Candia, el Boina Blanca, el Barato Smith, Puchito Aguilar, Diosmelibre Giovanotro y tantos otros más, la mayoría bancarios o empleados públicos, solterones, viudos algunos, jubilados los menos (sólo los viejitos Ángel Festa, el que se quejaba de que en su vida nunca había ganado a la lotería, aunque jamás había comprado un billete; y Lindor Dell'Orto, el tano mujeriego que fue padre a los cincuenta y siete años y no encontró mejor nombre para su hija que Dolores, con ese apellido), pero todos solitarios, mordaces y crueles, provistos de ese humor acre que dan los años perdidos.
En ese ambiente, Amaro no desperdiciaba oportunidad de recordar la historia de Vélez. Podía hablar durante horas de la fundación del club, aquel primero de mayo de 1910, o evocar el viejo nombre, que se usó hasta el '23, y ponerse nostálgico al rememorar la antigua camiseta verde, blanca y roja, a rayas verticales, que usaron hasta el '40 y que todavía guardaba en su ropero. No le importaban las pullas, el fastidio ni los flatos orales con que todos, en La Estrella, acogían sus remembranzas. Como sucedió en el '41, cuando Vélez descendió de categoría y "Dios me libre" sentenció"Amaro, no hablés más de ese cuadrito de Primera B", y él se mantuvo en silencio durante dos años, mortificado y echándole íntimamente la culpa al cambio de camiseta, esa blanca con la ve azul, a la que odió hasta el '43, una época en la que las malas actuaciones lo sumieron en tan completa desolación que hasta dejó de ir a La Estrella los lunes, para no escuchar a sus amigos, para no verles las caras burlonas. Pero lo que más le dolía era sentirse avergonzado de Vélez. Tan deprimido estuvo esos años, que en el correo sus superiores le llamaron la atención reiteradamente, hasta que el señor Rodríguez, su jefe, comprendió la causa de su desconsuelo.
Rodríguez, hincha de Boca y hombre acostumbrado a saborear triunfos, se condolió de Amaro y le concedió una semana de vacaciones para que viajara a Buenos Aires a ver la final del campeonato de Primera B. Era un noviembre caluroso y húmedo. Amaro no bajaba a la Capital desde aquella mañana en la que abordó el "Ciudad de Asunción", rumbo al Paraguay, para su último viaje. La encontró casi desconocida, ensanchada, más alta, más cosmopolita que nunca y casi perdida aquella forma de vida provinciana de los años veinte. No se preocupó por saludar al par de tías a quienes no veía desde hacía tanto tiempo, y durante cinco días deambuló por el barrio de Liniers, recordando su niñez, rondando la cancha de Villa Luro, y el viernes anterior al partido fue a ver el entrenamiento y se quedó con la cara pegada al alambrado, deseoso de hablar con alguno de los jugadores, pero sin atreverse.
Le pareció, simplemente, que estaba en presencia de los mejores muchachos del mundo, imaginó las ilusiones de cada uno de ellos, los contempló como a buenos y tiernos jóvenes de vida sacrificada, tan enamorados de la casaca como él mismo, y supo que Vélez iba a volver a Primera A. Aquel domingo, en el Fortín, las tribunas comenzaron a llenarse a partir de las dos de la tarde, pero Amaro estuvo en la platea desde las once de la mañana. El sol le dio de frente hasta el mediodía y el partido empezó cuando le rebotaba en la nuca y él sentía que vivía uno de los momentos culminantes de su existencia. Se acordó de los muchachos del correo, de la barra de La Estrella, de todos los domingos que había pasado, tan iguales, en calzoncillos, pendiente de ese equipo que ahora estaba ante sus ojos. Le pareció que todo Resistencia aguardaba la suerte que correría Vélez esa tarde. De ninguna manera podía admitir que alguno deseara una derrota. Lo cargaban, sí, pero sabía que todos querrían que Vélez volviera jugar en la A al año siguiente. Miró el partido sin verlo, y lloró de emoción cuando el gol del chico ése, García, aseguró el triunfo y el ascenso de Vélez. Y cuando salió del estadio tenía el rostro radiante, los ojos brillosos y húmedos, las manos transpiradas y como una pelota en la garganta; pero la pucha Amaro, un tipo grande, se dijo a sí mismo, meneando la cabeza hacia los costados, y después pateó una piedra de la calle y siguió caminando rumbo a la estación, bajo el crepúsculo medio bermejo que escamoteaban los edificios, y esa misma noche tomó La Internacional hacia Resistencia. Desde entonces, cada domingo, Amaro se transportaba imaginariamente a Buenos Aires, era un hombre más en la hinchada, revivía la tarde del triunfo, se acordaba del pibe García y lo veía dominar la pelota, hacer fintas y acercarse a la valla adversaria.
Y todas las tardes, en La Estrella, cada vez que se discutía sobre fútbol, Amaro recordaba:-Un buen jugador era el pibe García. Si lo hubiesen visto. Tenía una cinturita...
O bien: -¿Una defensa bien plantada? Cuando yo estuve en Buenos Aires...Y cuando los demás reaccionaban:-¡Qué me hablan de Boca, de River, de tal o cual delantera, si ustedes nunca los vieron jugar! A medida que fueron pasando los años, Amaro Fuentes se convirtió en un perfecto solitario, aferrado a una sola ilusión y como desprendido del mundo.
La vejez pareció caérsele encima con el creciente malhumor, la debilidad de su vista, la pérdida de los dientes y esa magra jubilación que le acarreó una odiosa, fatigante artritis y el reajuste de sus ya medidos gastos. Como nunca había ahorrado dinero, ni había sentido jamás sensualidad alguna que no fuera su amor por Vélez Sarsfield, su vida continuó plena de carencias y nadie sabía de él más que lo que mostraba: su cuerpo espigado y lleno de arrugas, su pasividad, su estoicismo, su mirada lánguida y esa pasión velezana que se manifestaba en el escudito siempre prendido en la solapa del saco, más con empecinamiento que con orgullo porque carajo, decía, alguna vez se tiene que dar el campeonato, ese único sobresalto que esperaba de la vida monótona, sedentaria que llevaba y que parecía que sólo se justificaría si Vélez salía campeón. Y quizás por eso aprendió a ver la esperanza en cada partido, confiado en que su constancia tendría un premio, como si alcanzar el título fuera una cuestión personal y él no estuviera dispuesto a morir sin haberse tomado una revancha contra la adversidad porque, como se decía a sí mismo, si llevé una vida de mierda por lo menos voy a morirme saboreando una pizca de gloria. Casualidad o no, la campaña de Vélez Sarsfield en 1968 fue sorprendente.
Tras las primeras confrontaciones, Amaro intuyó que ése sería el esperado gran año. Desde poco después de la sexta fecha, la escuadra de Liniers se convirtió en la sensación del torneo, y las radios porteñas comenzaron a transmitir algunos partidos que jugaba Vélez, en los clásicos con los equipos campeones, lo que para Amaro fue una doble satisfacción, puesto que también sus amigos tenían que escuchar los relatos y sólo se sabía de Boca o de River por el comentario previo o por la síntesis final de la jornada, como antes ocurría con Vélez, y éstas si son tardes memorables, gran siete, pensaba Amaro mientras tomaba un par de pavas de mate y hasta se cortaba los callos plantales, que eran los más difíciles, confiado en que sus muchachos no lo defraudarían. Era el gran año, sin duda, y la barra de La Estrella pronto lo comprendió, de modo que todos debían recurrir al pasado para sus burlas. Pero a Amaro eso no le importaba porque le sobraban argumentos para contraatacar: los riverplatenses hacía diez años que salían subcampeones, los boquenses estaban desdibujados, y todos envidiaban a Willington, a Wehbe, a Marín, a Gallo, a Luna y a todos esos muchachos que eran sus ídolos. Goooooooool de Velesárfiiiiiilllllll!La voz de Fioravanti estiraba las vocales en el aparato y Amaro, llorando, sintió que jamás nadie había interpretado tan maravillosamente la emoción de un gol. Vélez se clasificaba, por fin, campeón nacional de fútbol, tras cumplir una campaña significativa: además de encabezar las posiciones, tenía la delantera más positiva, la defensa menos batida, y Carone y Wehbe estaban al tope de la tabla de goleadores. Pocos segundos después de ese cuarto gol, cuando Fioravanti anunció la finalización del partido, Amaro estaba de pie, lanzando trompadas al aire, dando saltitos y emitiendo discretos alaridos. Dio la tan jurada vuelta olímpica alrededor de la mesa, corrió hacia el ropero, eligió la corbata con los colores de Vélez y su mejor traje y salió a la calle, harto de ver todos los años, para esa época, las caravanas de hinchas de los cuadros grandes, que recorrían la ciudad en automóviles, cantando, tocando bocinas y agitando banderas. Caminó resueltamente hacia la plaza, mientras el crepúsculo se insinuaba sobre los lapachos y las cigarras entonaban sus últimas canciones vespertinas, y frente a la iglesia se acercó a la parada de taxis, eligió el mejor coche, un Rambler nuevito, y subió a él con la suficiencia de un ejecutivo que acaba de firmar un importante contrato.
-Hola, Amaro -saludó el taxista, dejando el diario.
-A recorrer la ciudad, Juan, y tocando bocina -ordenó Amaro-.
Vélez salió campeón.
Bajó los cristales de las ventanillas, extrajo el banderín del bolsillo del saco y empezó a agitarlo al viento, en silencio, con una sonrisa emocionada y el corazón galopándole en el pecho, sin importarle que la solitaria bocina desentonara, casi afónica, con el atardecer, y sin reparar siquiera en el reloj que marcaba la sucesión de fichas que le costaría el aguinaldo, pero carajo, se justificó, el campeonato me ha costado una espera de toda la vida y los muchachos de Vélez, en todo caso, se merecen este homenaje a mil kilómetros de distancia. Cuando llegaron a la cuadra de La Estrella, Amaro vio que la barra estaba en la vereda, ya organizada la larga mesa de habitués que los domingos al anochecer se reunían para comentar la jornada. Y vio también que cuando descubrieron al Rambler en la esquina, con la solitaria banderita asomándose por la ventanilla se pusieron todos de pie y empezaron a aplaudir.
Más despacio, Juan, pero sin detenernos -dijo Amaro mientras se esforzaba por contener esas lágrimas que resbalaban por sus mejillas, libremente, como gotas de lluvia, y lo aplausos de la barra de La Estrella se tornaban más vigorosos y sonoros, como si supieran que debían llenar la tarde de Diciembre sólo para Amaro Fuentes, el amigo que había dedicado su vida a esperar un campeonato, y hasta alguno gritó ¡Viva Vélez Carajo! y Amaro ya no pudo contenerse y le pidió al chofer que lo llevara hasta su casa. Dejó colgado el banderín en el picaporte del lado de afuera, y entró en silencio. Hacía unos minutos que su corazón se agitaba desusadamente. Un cierto dolor parecía golpearle el pecho desde adentro. Amaro supo que necesitaba acostarse. Lo hizo, sin desvestirse, y encendió la radio a todo volumen. Un equipo de periodistas desde Buenos Aires, relataba las alternativas de los festejos en las calles de Liniers.
Amaro suspiró y enseguida sintió ese golpe seco en el pecho. Abrió los ojos, mientras intentaba aspirar el aire que se le acababa, pero sólo alcanzó a ver que lo muebles se esfumaban, justo en el momento en que el mundo entero se llamaba Vélez Sarsfield.




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