La formación inicial se compone de Edu D. (elEdu), Hugo P. (Grafo), Hernan G. (PIC), Carli C. (Calito), con la participación especial de
Jorge V. (El Alquimista) y Raúl D. (RD), pero esperamos seamos mas. En este partido como en los partidos de la vida hay alegrias, tristezas, polemicas, amores, desamores, cambios y transformaciones, seria un placer que participes de ellos junto a nosotros..

......Tu comentario es bienvenido!! (gracias)...........
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domingo, 13 de octubre de 2013

Ambiciones Desmedidas-"Papeles en el viento". E.Sacheri






De la gran novela de Eduardo Sacheri “Papeles en el viento” extraje este excelente capitulo. Espero que lo disfruten…

Ambiciones desmedidas

—¿Sabés lo que pienso a veces, Mauri? Te vas a cagar de la risa.
—Lo dudo.
—¿De qué dudás, Mauricio? ¿De que yo piense?
—No. Dudo de que me cague de la risa.
—…
—…
—…
—…
—Pienso… ya sé que suena pelotudo, pero pienso… me pregunto, bah… si lo que le pasa a Independiente… no tengo la culpa yo. ¿Ves? Te dije que te ibas a cagar de la risa.
—Che, la quimio te está quemando el bocho en serio, boludo. Yo no pensé que era tanto.
—No lo pienso desde ahora. Ahora te lo estoy diciendo, pero lo pienso desde hace un montón.
—Sos un tipo grande, Mono. ¿Te parece andar perdiendo tiempo con esas pelotudeces?
—Es en serio que te digo. ¿Me vas a dejar que te explique o te vas a seguir burlando?
—Estoy serio.
—No, te estás recagando de la risa, pelotudo.
—Bueno, bueno. Dale. Te escucho.
—¿Te acordás cuando salimos campeones en el ’83?
—Más bien que me acuerdo.
—Bueno, ¿te acordás de ese equipo… de lo que pasó antes…?
—Ya te dije que me acuerdo. Éramos pendejos, Mono. Vivíamos para eso.
—Bueno. Ahí está. Vivíamos para eso. Independiente venía de perder dos campeonatos al hilo.
—Metropolitano ’82 y Nacional ’83.
—Exacto, Mauricio.
—Exacto. ¿Y?
—Los dos campeonatos los pierde con Estudiantes de La Plata.
—Ajá.
—Uno por dos puntos, otro por un gol de diferencia en la final.
—Vos te acordás, yo me acuerdo. Lo que no sé, Mono, es a dónde querés llegar.
—¿Vos sabés, vos te das una idea de lo que yo lloré con esos dos campeonatos que estuvimos a punto de ganar y no ganamos en el ’82 y el ’83, Mauricio?
—Me imagino, Mono.
—Bueno. La cosa es que empieza el Metropolitano ’83 y el Rojo vuelve a ser candidato. ¿Digo bien?
—Decís bien.
—Y, para colmo, Racing andaba como el culo, ese año.
—Exacto, se terminó yendo al descenso en cancha nuestra.
—¡Ahí, ahí está! ¡A eso quiero llegar! ¿Te acordás de la fecha?
—Veintitrés de diciembre de 1983.
—¿Ves que te la acordás como si fuera una fecha patria, Mauri?
—Bueno, Mono. Convengamos que no es muy habitual que salgas campeón justo jugando un clásico, en tu cancha, y que Racing se vaya a la B ese día. Mejor dicho, la semana anterior, porque ya habían descendido.
—Bueno sí, pero es el último partido que juegan en primera, antes de descender. Ahí quiero llegar. Vos te acordás cómo era yo a los trece…
—En qué sentido…
—Que era flor de pelotudo.
—Bueno, Mono. A los quince, a los veinte, a los treinta…
—¡Te hablo en serio! De más grande aprendí a mirar fútbol. Pero en esa época era el típico pelotudo que repite lo que oye en la cancha, que quería que Racing se fuera a la B, darles la vuelta en la cara…
—Es verdad. Ahora sos más civilizado.
—Ahora porque la veo del otro lado, entendés. Yo no podía ponerme en el lugar del dolor de esos tipos. Para mí era todo joda. Todo fiesta.
—Éramos chicos.
—Éramos. Pero faltando dos o tres fechas de ese Metropolitano ’83, a mí se me puso que nos iban a cagar. Que se iba a ir todo al carajo, ¿Entendés?
—No.
—Es sencillo, Mauricio. Avanza el año 1983, Independiente pelea de nuevo el campeonato Metropolitano, y a mí se me pone la idea fija de que vamos a volver a salir segundos. Que Racing nos va a ganar en cancha nuestra la última fecha, que se van a salvar del descenso, y que San Lorenzo o Ferro, que vienen segundo y tercero, nos van a pasar y salir campeones ellos. ¿Entendés?
—Sí, más o menos. ¿Y?
—Y que nos van a gastar para toda la vida.
—¿Y entonces, Mono?
—Y que yo hice mil promesas a Dios de que por favor eso no pasara. Que nos dejara salir campeones, y que Racing se fuera a la B. Y esto es lo delicado: prometí, le juré a Dios, que si me daba eso que le pedía, que después hiciera lo que quisiera. ¿Entendés?
—No. Bueno, sí lo entiendo, pero no entiendo para qué lo traés ahora.
—Porque finalmente la cosa salió bien. Todo fue soñado. Ganamos. Dimos la vuelta olímpica. Al año siguiente ganamos la Copa Libertadores, la Copa del Mundo en Tokio.
—La última, sí.
—¡Ahí tenés! Lo dijiste vos, no yo. La última.
—¿Seguís sin entender? Pedí demasiado, Mauricio. Me pasé de rosca. Me cebé. Me fui al carajo.
—Y…
—Y Dios me castigó. Nunca más volvimos a ser los mismos.
—Pará la moto, Monito. Esa del ’83 no fue la última vez que salimos campeones.
—No, Mauricio, pero casi. Después seguimos un poco más por inercia. Un par de campeonatos más, un par de copas. Y a la mierda. Nunca más, entendés.
—Pero, Mono… todos los hinchas piden cosas parecidas. Ganar los clásicos, salir campeones…
—Sí, pero no todo junto.
—Sí, los hinchas piden todo junto.
—Macanudo. Pero Dios no se lo da.
—¿Otra vez con este asunto de lo que Dios te da o no te da? ¿No estabas el otro día discutiéndoles al Ruso y a tu hermano que Dios no da lo que uno pide?
—…
—…
—…
—Es que, esa vez, a mí me lo dio.
—Bueno, con ese sentido a todos los hinchas de Indep…
—No. Eso lo pedí yo. Y yo sabía que me estaba zarpando. Pero lo pedí igual. Y ahora lo estoy pagando. Bah, Independiente lo está pagando.
—…
—Está mal pedir tanto. No se puede. No se debe. Hay que ser menos egoísta. No, egoísta no es la palabra.
—¿Ambicioso, Mono?
—Eso. Demasiado ambicioso. Eso fui.

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martes, 2 de julio de 2013

Jesus Navas, ya no extraña....

Los ataques de ansiedad, el pánico a las cámaras de televisión o el miedo a las concentraciones ya pasaron a la historia. Hace ya tiempo que Jesús Navas ha superado todos aquellos problemas que le trajeron de cabeza entre 2005 y 2007. Su reciente paternidad, su familia y por supuesto, la asistencia psicológica del Sevilla durante todos estos años, han sido decisivos para que el 'chico de Los Palacios' afronte con total normalidad la presión mediática. Su reciente fichaje por el Manchester City es una demostración más de su evidente recuperación aunque en la prensa inglesa tienen sus dudas. En las últimas horas, varios periódicos sensacionalistas se han preguntado si el internacional español "está capacitado mentalmente" para jugar en un grande como el City. "El psicólogo que le trató dijo que borrara de su mente aquellos episodios de ansiedad", asegura a ZoomNews una fuente del entorno más próximo del centrocampista. "Eso ha sido precisamente lo que ha hecho, ha reseteado por completo aquellos recuerdos. No habla del pasado", recalca con naturalidad. Su primer episodio de "ansiedad fóbica", como le diagnosticaron los doctores, tuvo lugar en 2005, justo antes del Mundial Sub-20 de Holanda. Con apenas 19 años, Navas tuvo que abandonar la concentración de la selección en Alicante y volver a su localidad natal tras sufrir un fuerte bajón anímico. Pocos días después, en plena pretemporada sevillista en la localidad onubense de Cartaya, le pasó algo parecido: durante un entrenamiento, Jesús salió corriendo de repente sin rumbo. Luego se sentó solo en un campo cercano. La temporada siguiente también tuvo que dejar la concentración hispalense en Isla Canela y por "precaución", se quedó sin ir con la selección española al Mundial de Alemania. Todo esto se precipitó tras una llamada del anterior Seleccionador, Luis Aragonés, en el verano del 2007 cuando Jesús llevaba ya varios años destacando por la banda derecha del Sánchez Pizjuán. España se disponía entonces a preparar las decisivas citas ante Islandia en Reykjavik, y Letonia en Oviedo. La ‘Roja’ se jugaría en aquellos dos partidos buena parte de las opciones de ir a la Eurocopa del 2008 y a Navas le superó la presión. No era la primera vez que le ocurría y por ello desde entonces se abrió un impás con la Selección que sólo el futbolista podría cerrar cuando él considerara oportuno Cristóbal Soria, ex delegado del Sevilla: "No puede seguir anclado a esos periodos de su vida" Sus problemas con la ansiedad durante aquellos años impidieron a Navas fichar por un equipo grande: tanto el Chelsea como el Real Madrid estuvieron tras sus pasos durante aquellas campañas. Desde 2005, el psicólogo del Sevilla, Miguel Ángel Gómez, ha trabajado sin descanso con el propio jugador para superar sus problemas. El especialista nunca quiso que el extremo diera "pasos atrás", por eso se mostró muy cauteloso con su primera convocatoria con la selección absoluta en noviembre de 2009. Los hombres más veteranos de aquel Sevilla también resultaron fundamentales para que el jugador cogiera confianza fuera de los terrenos de juego. Profesionales como Palop, Pablo Alfaro y Javi Navarro arroparon hasta límites insospechados a Navas al igual que sus entrenadores Juande Ramos y Manolo Jiménez. Siete años después, Jesús Navas es un hombre nuevo. Aunque sigue manteniendo un carácter tímido e introvertido, el nuevo futbolista del Manchester City ha sabido adaptarse al profesionalismo en el deporte. Su gran religiosidad y su profunda fe en Jesucristo han resultado determinantes en esta adaptación que no siempre ha sido sencilla. El sevillano no se esconde y lo reconoce públicamente ante los medios de comunicación. "Soy muy religioso, así que no pienso en sexo", dijo el mediocampista a El Confidencial justo antes del Mundial de Sudáfrica. Además, el día que debutó con el primer equipo de la 'Roja', Navas lució en sus botas un mensaje bordado que decía: "Dios es amor", el mismo título que una de las encíclicas del anterior Papa Benedicto XVI. Su adaptación al fútbol inglés Nadie sabe todavía cómo será la adaptación de Jesús Navas al Manchester City y a la Premier League. Lo poco que ha trascendido de su fichaje, además del montante económico de la operación, es que viajará a Reino Unido acompañado por su mujer Alejandra y de su único hijo que cumplirá un año el próximo mes de julio. Miguel Ángel Chazarri, periodista de Muchodeporte.com y uno de los informadores andaluces que mejor conoce al futbolista, considera que es "una incógnita su adaptación al futbol inglés. Todo apunta a que ha dado muestras de estar recuperado. En la selección española, por ejemplo, se le ve muy integrado gracias a Sergio Ramos, su amigo íntimo. Ahora se va a encontrar con hombres como Silva y Javi García a los que ya conoce de la selección. Por lo que sabemos, el padre de Silva va a estar muy pendiente de él". Este periódico también se ha puesto en contacto con Cristóbal Soria, delegado del Sevilla durante aquellas temporadas, quien recuerda, como testigo de excepción, como vivió aquellos momentos: "Yo he vivido en primera persona sus episodios de crisis más fuertes. No puede seguir anclado a esos periodos de su vida. Creo que remover el pasado no es positivo para él. Venían motivados por falta de confianza y por sus inseguridades. Ahora que ha pasado el tiempo puedo decir que ha madurado como persona y también como futbolista. Seguro que se adapta a las mil maravillas al fútbol inglés".
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sábado, 29 de junio de 2013

Aspirinas y Caramelos


La primera vez que tuve la sensación de que mi viejo se moría, que lo vi débil de verdad, fue yendo a ver al Rojo. Rodolfo (así se llamaba) era periodista. Trabajaba en tele, Tomamos el bondi a Avellaneda (ya no teníamos el Fiat 800 que se había ido para pagar una deuda) y encaramos la larga caminata por la siempre convulsionada Alsina. Eramos miles los que caminábamos hacia el estadio de la Doble Visera envueltos en banderas, gorros y entonando cantitos que prometían que “vamos a salir campeón…" Llegando a las boleterías, vi que el viejo encaraba para la fila de la Popular. Debe haber visto la cara de decepción del nene acostumbrado a las cabinas y las plateas. Me dijo algo así como “hoy vamos acá, es mejor". No le creí. Entendí que era lo que se podía. La fila de al lado, la de las butacas, era más ordenada. La de la General era un caos de empujones, gritos… Mi viejo -vale la pena recordar que lo suyo eran las letras más que las multitudes…- pujaba por llegar a la ventanilla, pero no avanzaba. De pronto lo vi salir de ese marea de compradores de último momento. “Vamos, esto no es para nosotros" me dijo. Me salió de adentro un “Y si vamos a la platea?" Creo que mi pregunta fue un puñal. Me contestó “No tenemos plata". Recuerdo la sequedad de la respuesta. Hoy entiendo que era la última armadura de un tipo disminuido, que no podía cumplirle “algo" a su hijo. Era grave? No, claro que no. Pero evidentemente para él tenía un simbolismo. Ya no era lo que había sido. No se le abrían las puertas de las cabinas. No llegaba a comprar dos plateas. Empezaba a no poder. Con aire de vencidos, volvimos por Alsina, una calle que siempre me pareció horrenda. Mientras nos alejábamos del estadio, recuerdo haber escuchado el rugido de las tribunas, exaltadas por la salida del equipo… A las pocas cuadras, mi viejo detuvo su caminata. Me miró y me dijo “esperá un segundo". Se sentó en el portal de una casita. “Qué te pasa?" le dije. “No me siento muy bien, ya se me pasa". Una señora que veía la escena desde adentro de la casa salió y le dio un vaso de agua. La situación no duró mucho, se recompuso rápido. Al rato estábamos de nuevo en el colectivo y media hora más tarde, en casa. Lo que podría haber sido un simple sofocón, fue para mi una señal grave. No se bien porqué, pero ese día de diciembre, algo me dijo que mi viejo se me estaba muriendo. Tenía insólitos y jóvenes 53 años, pero fumaba mucho, había tenido un pre infarto un par de años antes, no se cuidaba… Y estaba (comprendí muchos años después) muy deprimido. Rodolfo se fue un año y medio después, sin dar demasiada lucha, sin comprender que era más importante cuidarse que entregarse al vicio que lo había tomado a los 14 años y del que, para colmo, estaba orgulloso. Nos dejó rápido. Mi enojo con él, por no haber estado, por no haber bancado, por no haber peleado, duró años. Muchos años. Ese hombre que se fue envuelto en debilidades, antes de apagarse, fue mi ídolo. Ese porteño tanguero que no me legó un mango, me dejó un puñado de cosas invalorables: el gusto por la historia, la pasión por la lectura, el placer por una buena partida de ajedrez, el ateísmo, una imagen de decencia inquebrantable que fue clave para que yo no me desviara cuando me tentaron… Y claro, el paladar negro de hincha de Independiente. De muy chico aprendí dos versos : Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla (el primero) y Miceli, Ceconatto, Lacacia, Grillo y Cruz (el segundo). Se dicen de corrido, rápido, porque decirlo así es señal de que sabes… Nos recuerdo embanderando juntos la casa, mientras esperábamos que la Central Terrena de Balcarce retransmitiera la señal de alguna final de la Libertadores jugada en Montevideo, en San Pablo, en Santiago… Nos veo saltando y gritando goles de Bertoni que ya van a venir, repitiendo Bo Bo Chini hasta la afonía, aplaudiendo barridas de Pancho Sa, corajeadas del Mencho Balbuena, tiros libres de Pavoni… Me gustaba escuchar aquella anécdota de una tarde en la que Bernao se había acercado a plena platea baja y le había dedicado un gol a mi vieja… Amaba a Boneco, aquel perro pulgoso que salía a la cancha con el primer equipo, llevando en su boca el banderín del CAI. Cuando yo era chiquito, Rodolfo solía venir con un caramelo. Me lo daba y me decía “te lo manda el señor Independiente". A veces, en vez de una golosina traía una aspirina. Ante mi mirada de asco, respondía “te la manda el señor Racing". Era un tipo serio, pero cuando quería, tenía salidas memorables. El viejo se fue en junio -vaya casualidad- del 82. No llegó a ver el gol de Percudani al Liverpool. Tampoco vivió esa tarde en la que salimos campeones frente a un Racing que descendía. Pero su vida estuvo repleta de vueltas olímpicas, de hazañas, de gloria internacional. De eso, se fue lleno. Escribo esto en plena agonía. A no ser que obre un milagro, en tres semanas nos habremos ido a la B. No se que pensaría Rodolfo ahora, pero estoy seguro que jamas se le cruzó por la cabeza que su invencible equipo repleto de copas, estuviese así, casi sentenciado, a días de adquirir esa mancha imborrable. Me costó añares despedirlo, hacer un duelo como corresponde. Creo que una buena parte de mi tristeza actual tiene que ver con que no puedo parar de recordarlo. De recordarte. Volvé viejo. Aparecete de traje, envuelto en una bandera roja. Decime que todo esto es una aspirina que me mandó el señor Racing. Que nosotros comemos caramelos, porque los amargos son ellos. Enseñame de nuevo a aplaudir un sombrerito del Bocha. Agarrame de la mano para gritar un gol de Bertoni. Si no podes volver, te entiendo. Ya es hora de bancármela solo. Seré digno. Aunque, te aviso. A escondidas de Lola, voy a llorar. Chau viejito. Descansá en el cielo inexistente de los ateos. Algún día vamos a volver. Este también es un modo, tardío, de despedirte. 
en radio, en gráfica… Los viernes solía llegar con un regalo: credenciales de Prensa para la cancha. Yo crecí acostumbrado a los lugares privilegiados. Vi muchos partidos en las cabinas, al lado a los relatores de las radios, o en plateas “lujosas". Era parte de la “chapa" de mi papá. Pero en 1980, la mano venía distinta. El viejo estaba sin laburar en los medios. En la Argentina de la plata dulce, había puesto un kiosco en la galería de al lado de Sadaic. Ese negocito, último bien de una extraña herencia familiar, no daba para ningún lujo. Vivíamos con lo justo. Para colmo, al periodista le faltaba el “brillo" de la profesión. El otrora escriba reconocido y jefazo, ahora expendía alfajores, turrones y 43/70. Un dato: lo hacía de saco y corbata. Me cuesta recordarlo con otro ropaje. Era casi su uniforme. Es posible que yo, con 11 hincha-bolas años, haya insistido en ir a la cancha ese día caluroso de diciembre. Jugábamos el partido de vuelta de una semifinal del Nacional. Racing de Córdoba nos había ganado 4 a 0 en la ida, pero vaya a saber que extraño convencimiento nos llevaba a creer que lo podíamos dar vuelta.
LUCIANO OLIVERA 
Gracias Pablo J. por el aporte... Leer más...

lunes, 24 de junio de 2013

Don Ramón, DT de Brown de Adrogue


Ese abrazo fuerte y entre ojos mojados de gloria que “Sombra de alambre” recibe en el centro de Adrogué luego del ascenso a la B Nacional es un espejo, inmejorable, para entender quién es este tipo al que el barrio reconoce con ese particular apodo. Un día, en 1999, “Sombra de alambre” –por sus delgadas piernas y brazos- dejó esa pensión en la que vivió tres años luego de la separación de lo que fue su primer matrimonio. La dejó porque los dirigentes de Brown de Adrogué –club en el que se inició en el baby, luego fue goleador de la Primera y en ese entonces un multiuso entre juveniles y mantenimiento-– necesitaban a alguien de confianza para cuidar las nuevas instalaciones con la flamante concentración para el plantel y pensaron en él, en ese personaje que todo el mundo conoce en el barrio. Entonces, Pablo Vico –así se escribe y así figura en su documento, aunque desde que es entrenador alguien le puso el tilde en la o– se fue a vivir a la cancha de Brown, ahí atrás del campo de juego donde figura un cartel que dice: “Prohibida la entrada a toda persona ajena a este sector”. En un monoambiente, en ese lugar en el mundo que, dice, “no dejará por una mejor oferta” porque es ese espacio donde encuentra la felicidad. Vive junto a Dorys, su actual pareja, que atiende las canchas de tenis del predio y también está en la venta de entradas cuando Brown juega de local. Vive, también, con Rocky, su perro.Pablo Vico, el entrenador de Brown de Adrogué, líder del campeonato de la B Metropolitana es un fiel exponente del amor que un hombre del fútbol puede llegar a sentir por un club. Es que el lugar en el mundo de este técnico está literalmente en la institución de la zona Sur del GBA, pues reside en un monoambiente que se encuentra en el predio que aloja a la cancha del equipo. A lo largo de 14 años, Vico trabajó con las diversas categorías de la entidad, y por su amor incondicional a “El Trico”, se convirtió en un auténtico referente para la los hinchas. Pero no sólo es el entrenador del club, sino que es un hombre que vive por los colores celeste, negro y rojo. Es el coordinador de todas las categorías, desde las infantiles hasta la primera división, colabora en las canchas de tenis e incluso se encarga de tareas administrativas. Su hogar es Brown de Adrogué. El entrenador de 55 años --siempre acompañado por su perro Rocky, un boxer que ladra a todo aquel que se acerque a su amo-- es apodado por los hinchas como "Don Ramón" por su extenso bigote y porque suele usar una gorra. Como complemento lleva un arito en la oreja izquierda. Si bien su apellido va sin tilde, la mayoría de la gente lo llama Vicó. Según el DT, es "su nombre artístico". Nació en Parque Patricios y su carrera fustolística comenzó en el club de sus amores, Brown. Su récord fue de 28 tantos en 30 fechas. Luego de dos años allí, pasó a Temperley y tuvo una propuesta concreta para jugar en River. Su DT y ejemplo a seguir, Carlos Peucelle fue quien insistió con el pase que no pudo ser posible ya que una lesión en el tobillo se interpuso en el camino del goleador y le impidió jugar al fútbol por ocho meses. Vico vive en el club desde 1999. Luego de su separación, estuvo tres años en una pensión y cuando los directivos le ofrecieron habitar el antiguo monoambiente en el que antes vivía un casero, no dudó en aceptarlo. La única condición era que cuide el lugar, y fue seguida al pie de la letra: su hogar está siempre limpio y ordenado. Tiene dos hijos, una mujer de 29 años que trabaja en la aduana y un hombre de 33 que es dueño de una pollería. Ninguno de ellos está vinculado al ambiente futbolero, pero asisten a cada partido para apoyar a su padre. Su fiel compañera es Doris, su pareja desde hace diez años. Ella es su mano derecha. Cumple diferentes funciones ya que es la encargada de lavar la ropa de los infantiles y juveniles, cobra las cuotas y las entradas para los partidos, se encarga del buffet y cada jueves hace un asado para 34 personas que incluye al cuerpo técnico y al plantel de jugadores. Vico describe al club como una “gran familia” y resalta la importancia de la relación “de compañerismo” que hay entre todos los que constituyen la institución. El entrenador siente que su rutina es común, pero no toma noción de lo peculiar que puede llegar a ser su vida. Suele levantarse alrededor de las 6 para tomar mate y comenzar con el entrenamiento después de las 8. Luego almuerza en una parrilla y a la tarde regresa al club para encargarse de las canchas de tenis. En los ratos libres mira videos del oponente a enfrentar en la fecha siguiente y planifica el equipo. Pablo Vico asumió la responsabilidad de la primera división en 2009 y desde entonces no paró de sumar. Su equipo es el primero en la tabla del campeonato y promete luchar por el ascenso hasta el final del certamen. “Nunca me voy a ir de Brown” - ¿Por qué piensa que a la gente le llama la atención su forma de ser? -Vivo por mi pasión. Hace más de 14 años que trabajo de lo mismo. A la mañana entreno con el equipo de Primera, al mediodía a corto para almorzar en una parrilla que queda a unas cuadras y a la tarde tengo mi segundo trabajo en las canchas de tenis del club. A algunos les llama la atención mi rutina, pero es por mi forma de ser. Vivo pendiente de lo que pasa en Brown. Empecé acá en el baby y seguí hasta ser técnico de los profesionales. - ¿Y qué es lo que lo llevó a vivir en el club? - Fue la vida. Yo tenía una familia, pero como todo matrimonio que sufre un desgaste, me separé. Viví casi tres años en una pensión, y la verdad que se trató de una situación triste. Los dirigentes del club me preguntaron si quería quedarme acá y tratar de cuidar, de mantener el lugar. Y acepté sin dudarlo. Antes de estar en una pensión, preferí quedarme donde me siento más cómodo. - ¿Por qué Brown se destapó este año? - Hace más de dos años y medio que venimos trabajando con un mismo proyecto. Ahora salió a la luz todo lo que se venía construyendo. Muy en silencio y de a poco. Esto viene en crecimiento. Se están dando los resultados con mucho sacrificio. Si bien estamos pasando un buen momento, tenemos los pies sobre la tierra. Nuestro objetivo es tratar de superar la campaña del campeonato pasado, que fue la mejor que hicimos en la historia. Pero no puedo decir que vamos a ser campeones, todavía es algo que no puedo prometer. - ¿Le conviene al mundo del fútbol que ascienda un equipo chico como Brown? -Uno pensaba que por ser un club chico nos iban a tratar de voltear, como se dice vulgarmente, pero lo cierto es que el campeonato pasado y éste, en los cuales Brown tuvo una participación importante, el club no sufrió ningún perjuicio. Nunca se dio una situación como para que uno piense que me querían tirar abajo al equipo, o algo así. Desde mi lugar, te puedo decir que Brown está disputando un campeonato de igual a igual con los más grandes y hasta ahora no tuvimos ningún problema. -¿Su futuro está en Brown? - El día que vos no me vean en Primera división, voy a estar trabajando con los chiquitos de la misma manera y con las mismas ganas que ahora. A mí, de acá, no me saca nadie. Tres pesos no me van a cambiar mi vida, y menos a esta altura. Soy de Brown y no me voy a ir a ningún lado. No pienso traicionar mis pensamientos, de acá no me muevo. Quiero ser feliz, estar tranquilo, vivir en donde me siento más cómodo, sufrir y llorar por este cuadro. No es que lo digo de la boca para afuera. Lo digo de verdad. Uno tiene que ser agradecido de la gente que le dio una mano en un momento difícil. En Brown nací, y en Brown voy a morir. Es así. Fuentes: http://www.turiver.com/ http://tiempo.infonews.com/ Leer más...

martes, 14 de mayo de 2013

Crónica de una pasión Canalla


Fui por primera vez a la cancha -palabra lacaniana, vaginal- una tarde dictatorialmente hermosa, plenamente azul, del invierno de 1977. Jugaron dos equipos, Argentinos Juniors y Rosario Central, que por esos años y el par de décadas que los rodearon darían lo mejor de sí mismos, lo mejor de la leyenda a medias consumada del viejo fútbol lírico argentino, ese que produjo tanta mala poesía y tanta mala ideología, el fútbol del toque y la gambeta propinados por equipos no monopólicos. Fui a la platea, fui con mi viejo, que tenía puesta una chaqueta de cuero que le duró toda mi infancia y mi adolescencia, con mi tío Jaime y con mi hermano Lucas. Estábamos en un lateral, cerca del arco a cuyas espaldas no hay, todavía hoy, una tribuna, sino una pared. Algún jugador bestial tiró un par de pelotas a la calle, y me llamó la atención que unos chicos, agazapados en la vereda de San Blas, se abalanzaran sobre ellas para robarlas, ¡era plena dicta, prehistoria de la sensación de inseguridad! ¿Quién era el inventor de Rosario Central en mi cabeza, el tipo que me llevó de la mano a las puertas de una creencia a la que todavía adhiero? Mi viejo venía de simpatizar un tiempo, moderadamente, con los sueños armados de su generación, y ahora se las estaba arreglando como podía para arrimar el guiso a esa familia de varones que estaba fabricando con mi vieja: otro hermano más, Felipe, incubaba en la panza de ella, y Federico llegaría tres años después. A los setenta y siete minutos de ese partido del Campeonato Metropolitano del año en que el punk coronó, un partido que El Gráfico calificó como discreto -malo, regular, las misteriosas discreto e intenso, bueno, muy bueno y excelente eran las categorías que manejaba la revista monopólica-, Argentinos hizo un cambio. Un delantero con dotes equinas habrá salido al trote, un trote ni apurado ni estirado, y se habrá besado, a lo macho, con un chico delgadito, un adolescente de 16 años, petiso, rápido, decorado con unos rulos morochos, afro casi. Mi abuelo había palmado un año antes, de un infarto, a los sesentaipico. Le había dejado a mi viejo una bonita casa al pie de una barranca en Vicente López -donde vivíamos desde el '75 y de la que se mudarían, él y mi vieja, animales del museo de la costumbre, recién treinta y cinco años después- y una crisis bastante importante en el ánimo: la dictadura y la sombra de su padre self made man (de un humilde hogar inmigrante en La Boca a la vicepresidencia de Boca Juniors y la intendencia paraperonista de Avellaneda) sonreían sobre la cabeza atribulada de mi viejo. Después del partido, fuimos, como todos los domingos a la noche, a la casona de Belgrano donde ahora vivían solo mi abuela y mi tío Jaime. Mientras se hablaba, probablemente, de la plata que empezaba a ser dulce, de los partidos de esa tarde, tal vez de política (¿cómo se hablaría de política, entonces? No muy distinto que ahora, estoy seguro), mi hermano Lucas se acostó en el piso a dibujar una escena del partido. Los rulos del morocho de Argentinos ocupaban casi la mitad de la hoja. En sus trece minutos y pico en la cancha, el morocho no había podido hacer demasiado para el Bicho, pero su carril izquierdo en ese segundo tiempo estaba ahí, a metros de nosotros, y algo de su magia pelotera, que se haría célebre (el más ligero de los signos de esa celebridad sería que el estadio adonde habíamos ido llevaría décadas más tarde su nombre: Diego Armando Maradona), sedujo a nuestras neuronas inocentes, desde ahí hasta la eternidad. A mi viejo lo había seducido, casi veinte años antes, la pegada de un flaco que jugaba para Central, y que en ese año 1977 era el entrenador de la Selección. Menotti sería pronto campeón del mundo, pero postergaría por ocho años la posibilidad de que el chico de rulos también lo fuera; en lugar del delantero de Argentinos, el goleador de ese Mundial iba a ser Mario Alberto Kempes, una bestia humana que había arrollado todo a su paso por Central. Pero a comienzos de los sesenta, Menotti jugaba al trote lento en Central, y mi viejo y mi tío Jaime, que hasta entonces eran de Boca, habían visto la luz, casualmente también en un partido de Argentinos con Central, en la misma cancha de La Paternal. Los caminos del Dios de Central son misteriosos. En ese del '77 que fue mi primer partido de fútbol en la cancha como hincha, mi viejo andaba un poco a la deriva (¡es un quilombo hacer una familia con cuatro hijos, haberse mandado unos moquitos de joven, que un gobierno autoritario medio te persiga, y que tu viejo se acabe de morir!) y decidió, quizás por tener los 33 de Cristo, volver a abrazar la fe católica, refugiarse ahí, en esos antiguos rituales, del bardo de la vida. En el Argentinos-Central de los sesenta, en cambio, mi viejo y mi tío habían visto la luz y habían abrazado para siempre la fe canalla. La católica fue una creencia problemática, de la que sus hijos abjuramos promovidos por nuestras hormonas y por la democracia laica. Pero bajo esa otra fe anómala, extraña, desviada, obsesiva y rebelde que fue ser porteños hinchas de Central nos hicimos hombres los varoncitos de la familia. En el Argentinos-Central del '77, en el minuto setenta y siete, cuando el morochito de rulos pisó el pasto que treinta años más tarde llevaría su nombre, puede decirse, terminó la era del fútbol profesional y popular, y empezó la era del fútbol mediático. Yo tenía cinco años. Empezaba, de algún modo, a hacerme hombre: a eso vamos los varones a las canchas. El fútbol es una cuestión de padres e hijos: al menos lo fue en mi caso. Aunque la platea del Gigante de Arroyito es famosa por sus muchachas en flor, el espectáculo del fútbol es todavía hoy muy predominantemente varonero. Cincuenta mil tipos se juntan todos los domingos y cantan sus bravatas. Les cambian la letra a melodías románticas, le ponen vino y droga a lo que venga, juran que van a matar a todos y proclaman su amor eterno por una entidad abstracta: un acting exagerado que da ternura infinita. ¿Qué es lo que se ama? ¿Al club? ¿A la camiseta? ¿A los jugadores? Ninguna de esas respuestas es correcta: como toda fe, la del hincha de fútbol es un intento por reparar el misterio y la contradicción. Por eso el fútbol es un espectáculo que ignora los silogismos y tiene mucho de masoquismo. Se crece a partir del sufrimiento, del dolor. Ser hincha de fútbol es aceptar la fatalidad. Ya desde el primer minuto en una tribuna, las caras de los espectadores se desencajan y los maxilares braman las palabras del inconsciente. Referís, técnicos, jugadores rivales y jugadores propios son el blanco imaginario o real de cargadas o puteadas endemoniadas, gritadas, susurradas o cantadas. Creamos nuestro yo a partir de los otros. Los partidos y los campeonatos proveen la estructura del relato, un lapso en el cual los héroes (hinchas o jugadores) afrontan peripecias y salen de ellas transformados. Igual que en la vida, a veces se gana, otras se pierde y otras se empata. En lapsos más largos (un campeonato), la mayoría de las veces se promedia la mitad de tabla: ni se cumplen las expectativas más locas ni las profecías más trágicas. Pero hay excepciones, excepciones necesarias que funcionan como los grandes relatos épicos nacionales: el Mio Cid o el Martín Fierro nos tranquilizan, garantizan que un país o una civilización existen. De la misma manera, el relato oral y periodístico de las grandes hazañas futbolísticas refuerza la pertenencia imaginaria a esa experiencia mística que es ser de un equipo de fútbol. Las cábalas son los rituales de esta religión, la certeza irracional de que todo el universo está ordenado en función del propio equipo. El fútbol, dice el periodista español Santiago Segurola, es la guerra ritualizada: ahí es cuando aparecen las mujeres. La mamá que nos prepara los ravioles antes de ir a la cancha o la novia que nos acompaña en los primeros tiempos del romance son comprobación y testigo de nuestra condición varonil, enfermeras físicas y morales de nuestro pasaje por la guerra simbólica, productoras de sonrisas que creemos comprensivas con el destino fatal y cambiante que nos depara nuestra obsesión con el juego de la pelotita de cuero. ¡Pobre mi vieja! No solo nos bancó a sus cuatro hijos un total de 36 meses dentro de su vientre, sino que se bancó a los cinco (hijos y marido) conversando obsesivamente, durante todos los años ochenta y noventa, acerca del lejano, exótico, fastidioso Rosario Central (a cuya tribuna había ido un par de veces, aguja y ovillo de lana en mano, en los comienzos sesentistas de su romance con mi padre). Éramos la patrulla perdida de una utopía insistente. Lejos de la inquina con nuestros primos leprosos, estábamos rodeados de gallinas, de bosteros, de hinchas del Rojo, y muchas veces nuestra pasión venía con nota al pie: "No, cuando digo la Academia me refiero a la Academia rosarina". Entre el 84 y el 87, un equipo terrible, un par de directores técnicos estupendos, cuatro o cinco grandes jugadores y una veintena de animalitos de Dios consumaron la Edad de Oro Canalla. Entré a esa era a los 12 (luces calientes atravesaban mi mente) y salí a los 15, transformado en un adolescente ardiente, provisto de una fe que me permitía afirmar mi identidad, tener una marca en el orillo, ser reconocido, ser yo, de Central hasta la muerte. La Edad de Oro Canalla empezó, por supuesto, de manera horrible. Fue el domingo 16 de diciembre del 84, en un Falcon gris del 79 estacionado en la quinta de Arturo Goetz, un amigo de mi viejo. Tiene que haber hecho calor, pero yo me acuerdo de una tarde fría. Ahí escuché, con esperanzas cada vez más espesas, al Gordo Muñoz narrando cómo Boca le ganaba 2 a 0 a Central. Cuando terminó el partido, giré mi brazo derecho doblado en el codo, cerré el puño y extendí mi pulgar hacia abajo, mirando a mi viejo que a ochenta metros, desde la mesa de los adultos, me miraba fijo, pero fingiendo interés en la conversación con sus amigos: Boca nos había mandado a la B. A eso se le llama pasión: a sufrir. Pero en los años subsiguientes hubo milagros suficientes para completar los formularios de la fe. En el último campeonato de la B antes de que se inventara el Nacional B, el del '85, el Central de Pedro Marchetta hizo desastres de la mano del pequeño Raúl de la Cruz Chaparro, salió primero por varios puntos y dejó tercero a Racing, descendido dos años antes. Durante las vacaciones futbolísticas de Central antes de su regreso a primera, hizo magia en México aquel morocho de rulos al que habíamos visto casi debutar: la del Mundial '86 es una historia más conocida. Y, en el país de los campeones del mundo, el primer campeón fue el recién ascendido Rosario Central, que practicó el último fulbito de la vieja escuela, guiado por dos insides lentos, tocadores, campantes: el Negro Palma y el Pato Gasparini. El 2 de mayo del '87 nos preparábamos para salir hacia el partido consagratorio en la cancha de Temperley (Central le llevaba apenas un punto a sus segundos) cuando se oyó el llanto de un excluido. Mi hermano menor, alias Tito, de 5 años, no estaba contemplado en la excursión, pero su instinto de pertenencia futbolera pudo con todas las precauciones maternas. Le fue colocada la enseña auriazul y partió junto al resto a su bautismo de guerra. La célula canalla estaba completa, y partimos, desde el chalé de Vicente López hacia el conurbano sur, a ver a Palma transformar un penal anodino en un gol tan inolvidable como el que un año antes Diego les había hecho a los ingleses. La vida de un hincha de fútbol, sin embargo, se puede volver burocrática. Años y años de pelotazos impunes, gambetas cojas, goles rascados en el fondo de la olla ponen a prueba la mejor pasión. Central campeonó cuatro veces entre el año en que nací y el año en que cumplí 15. De mis 15 a mis actuales 40, nada, y cada vez más nada. Una y otra vez visité lugares impiadosos, como el mausoleo visitante del gélido Monumental de Núñez, solo para ver cómo los Francescoli, los Salas, los Aimar y los Saviola nos pintaban al óleo. In my face, ¡Conejo maldito! Pero lo peor no sé si fue padecer el genio ajeno, sino perder cada vez más seguido contra rivales cada vez más grises. Los tiempos me cambiaron terriblemente a mí, pero también a todos, incluso un poco al mundo, tan lento y largoplacista. El finísimo Diego Maradona se fue transformando en un ídolo impresentable, difícil de asimilar. El Diego, jugador de los medios, le cedió su trono a Messi, jugador de la Play. El fútbol argentino se fue precarizando a la par de la aceptación de nuestro destino social sudamericano. Las hinchadas, en particular la de Central, dejaron de mirar los partidos y se quedaron ahí, entonando drogadas sus Cantos a Sí Mismas, las canciones autorreferenciales de una fe tantas veces castigada por el apuro mercantil de dirigentes, entrenadores y jugadores. Yo en el medio hice un poquito de todo. Me mandé un par de moquitos y un par de gambetas, las mejores de las cuales fueron producir en sociedad con una bella muchacha a mi hijo, León (a la misma edad, veintiocho, que tenía mi padre cuando yo nací), y a mi hija Benita, la primera canallita mujer full full de la familia. Quizá por la falta de entusiasmo que emanaba hacia mí la ristra de mediocres que se aturrullaban con enjundia en los mediocampos centralistas, a León el bicho de la pasión tardó en entrarle. Pero otra vez un hecho trágico hizo de bautismo de esta guerra ritual, y la infección canalla le entró como un rayo a mi hijo. Una tarde de junio de 2010, Central se fue otra vez a la B después de ser humillado por All Boys en el Gigante de Arroyito. Esa tarde triste yo, desde el cinismo desesperado, cargué a mi pobre viejo con una maldición que confío equivocada: le dije que tal vez ese era el último partido de Central en la A que él veía en su vida. Desde entonces, el equipo más grande del interior del país vegeta en esa divisional que, sin embargo, se nos ha vuelto apasionante. Estoy entrando en esa edad en que el futuro se parece cada vez más al pasado: empiezo a entender a Borges, la historia es cíclica. Fingiendo que educo a mi hijo, me sumerjo otra vez en la pasión canalla. Atravesado por la corriente eléctrica de esta fe que lo convertirá en un hombre, León se pasa sus tardes preadolescentes pensando en Central desde Facebook, y sus noches soñando con lo mismo. Nuestras conversaciones empiezan a limitarse a un solo tema. Cuando trato de tener con él "esa" conversación (ya tiene 12), me interrumpe para hablarme de Jesús. De Jesús Méndez, la figura del equipo. La temporada 2012-2013 amaneció tan lluviosa para el equipo como las anteriores. Hacia la fecha one, con delanteros que eran un chiste, Central ocupaba el puesto catorce sobre veinte equipos. El horizonte de la vuelta a Primera parecía un espejismo inalcanzable. Esa vez, hicimos seiscientos kilómetros para ver perder a Central, de local, con Douglas Haig. Tres fechas más tarde, armamos una excursión peronista a Florencio Varela y ¡por fin! festejamos un triunfo, por más avaro que haya sido, contra Defensa y Justicia. Desde entonces, lentamente, empezó a producirse un milagro, y una partida de nuestra patrulla canalla iba tras sus huellas: a Rosario, a Mar del Plata, a Junín. Central ganaba siempre, uno a cero pero ganaba. Así hasta prender de nuevo la máquina de la ilusión, y, como dicen los relatores, hasta treparse a lo más alto de la tabla, después de tanto tiempo. En la última excursión, al bravo Bajo Flores para enfrentar al bravísimo Chicago en la cancha de San Lorenzo, el Azul Mecánico en que se transformó Central (por cábala, el equipo intenta no usar la tradicional camiseta azul y amarilla) hiló su duodécimo triunfo al hilo, récord histórico para los equipos del club. A mí se me mezclan los recuerdos y el presente. En mi cabeza Jesús Méndez se transforma en el Negro Palma, el lento Paulo Ferrari en el intrépido Hernán Díaz, el rosarino Encina en el cordobés Gasparini, y así. León se sabe de memoria el cancionero canalla, el fixture de las fechas que restan, el puntaje y la formación de todos los rivales. En la Play, creó un torneo de la B Nacional (los nerds del FIFA todavía no incluyeron esa división). Este curso acelerado de geografía social, de participación en un ejército informal, este tránsito hacia la contradictoria masculinidad adulta en el que hago de acompañante de mi hijo se verá dificultado, tarde o temprano, por una derrota: pero así es la vida. Habrá que rezar, levantarse, alisarse la auriazul a rayas verticales y ponerse a caminar otra vez. Mientras tanto, seguimos cantando una que empieza así: "Quiero a Central de corazón, desde hace ya mucho tiempo...". Leer más...

miércoles, 24 de abril de 2013

Nueva Exposición de Dibujo y Pintura


Les dejamos una nueva invitación para disfrutar de un espacio de Arte.

EXPOSICIÓN DE DIBUJO Y PINTURA 

MARIANA VILARRASA


Desde el 22 de Abril al 3 de Mayo. De 8 a 20 hs en el Parque Cultural de San Antonio de Padua (frente a la estación)
El 26 de Abril de 18 a 20  hs la Artista estará en el lugar compartiendo un grato momento junto a los visitantes.








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miércoles, 17 de abril de 2013

Charla Tecnica

Es obvio que el entrenador actual emplea gran parte de su tiempo en comunicarse con sus jugadores, podríamos ampliar esta definición diciendo que además de con estos también con directivos, prensa etc. Es por ello que se le atribuyen entre otras características las de un buen comunicador, a las ya conocidas de sabio del fútbol, psicólogo, motivador, líder y un interminable etc, que de darse todas en la misma persona harían de él, un hombre perfecto. No existe. En cualquier caso convendremos que a la hora de las llamadas “charlas tácticas” es imprescindible poseer rasgos de gran comunicador, exigible y necesario. Cuando leemos o escuchamos aquello de “durante la semana preparamos el partido”, la frase es tan sencilla aunque tan llena de sentido tanto como que los profesionales preparamos el siguiente partido durante toda la semana, ensayando movimientos, estrategia, probaturas de jugadores, y otros menesteres. Una vez conseguida la puesta a punto semanal, nos vemos en uno de los momentos mas complicados a la vez que excitantes para el entrenador. La charla pre-partido debería conducirse entre una y dos horas mínimo antes del partido, cuando los jugadores aún están receptivos y no envueltos en la tensión propia de los minutos antes del choque. Es habitual que conceptos básicos, como fortalezas y debilidades del contrario ya hayan sido abordadas durante las sesiones previas, pero los futbolistas son olvidadizos, como todos ante el estrés, y conviene recordarles estas pautas. El principio fundamental del mensaje es “sea positivo”, transmita a sus jugadores seguridad, por supuesto evite cualquier ápice de duda, de temor, aunque lo tenga, es usted entrenador y en su sueldo entra el confiar en sus jugadores, de otro modo es usted un entrenador pre-cesado. Recordar las virtudes del rival sin mostrarse inferior es un principio fundamental, argumentar a sus futbolistas que haciendo las cosas bien y según lo planeado puede llevarles al triunfo. Adivine (pa´provocar nomás), en las siguientes 2 charlas, de dos estilos diferentes, quien gano su partido…… 

Angelito...... 



 Ricardito.....

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lunes, 25 de marzo de 2013

La conmovedora historia de Bayan Mahmud

Llegó de Ghana en barco escapando de una guerra de tribus. Tiene 18 años, juega en la 4ª de Boca y vive en la pensión de Casa Amarilla. Quiere triunfar en Boca y ser “el primer negro en jugar en la Selección Argentina”. "Yo dormía atrás de una contena (contenedor), en el piso. Porque no tenía documentos ni nada. Estuve ahí escondido un día y medio. Al final, salí. Si no, iba a morir. Y por supuesto los que me vieron son muy buena gente. Me dijeron que me quedara tranquilo, que no saliera mucho. Cuando era el tiempo de comida, me traían. Y así estuve las tres semanas que duró el viaje. Yo no sabía que estaba viniendo a Argentina. Me subí a cualquier barco, tenía que escapar de la guerra. Mis padres habían fallecido en 2005 en la guerra y sabía que era muy peligroso. Después de eso, estuve con mi hermano en una casa de orfanatos. Pero la guerra de tribus apareció otra vez en el 2010. Yo soy de la tribu Kusazi y nos venían a perseguir. Ellos se reconocen por una marca que llevan en el cuerpo. Si me veían, se iban a dar cuenta de que no tenía ninguna marca porque nosotros no nacimos en la capital. Y me podían matar o hacer algo. Por eso, quería irme. Empezamos a correr, ese lugar es medio jodido. Y no sabía qué pasaba con mi hermano. Fui a otra ciudad para entrar a un barco. Estuve como una semana. Hice amigos en ese barco, me contaron que salía al día siguiente y me ayudaron a meterme. Era muy peligroso. Yo entré ahí pero no sabía adónde iba”. De repente los ojos se humedecen, la sonrisa se transforma en esa nostalgia aromatizada, los recuerdos lo atrapan, la voz se entrecorta, los silencios hablan y la historia se escribe en tiempo presente. Bayan Mahmud tiene ahora 18 años. Hace 28 meses se escapó de Ghana, en el oeste de Africa, para no ser víctima de una guerra de tribus que ya había arrasado con sus padres. En el camino perdió a su hermano, se subió a un barco y llegó a Argentina. Y a Boca. El club lo cobijó, lo alimentó, lo ayudó en su proceso de refugiado para poder radicarse definitivamente en el país. Bayan es integrante de la categoría 94 desde principios de 2011 y este año fue inscripto para poder jugar oficialmente. Bayan es un volante por derecha devenido en lateral, que como todo chico de su edad, sueña con llegar a Primera y deslumbrar con luces de neón en la Bombonera. Vive en la pensión del club y se entrena todos los días con la Cuarta en el complejo Pedro Pompilio. Bayan admira a Riquelme y a Hugo Ibarra. Bayan dice “jodido” y “boludo”. Bayan quiere ser “el primer negro en jugar en la Selección Argentina”. Su papá Mahmud, ex futbolista de un prestigioso club ghanés, y su mamá Fátima le dieron una educación “correcta”. Con su hermano Muntala se la pasaban de finca en finca en busca de una pelota. Así, todos los días. Por eso, tal vez, en apenas un par de pruebas en Boca se dieron cuenta de su potencial. “Cuando me bajé del barco-se acuerda Bayan- estuve tres días sin hablar. Hasta que me encontré con un par de senegaleses y nos pusimos a charlar del Mundial de Sudáfrica 2010. Ellos son muy buena gente, me llevaron a migración en un taxi. Y de ahí me mandaron a una pensión de refugiados en Flores. Después, me fui a Constitución, donde había muchos africanos. Los sábados siempre pasaba por la plaza en la que jugaban al fútbol hasta que un día me preguntaron si quería entrar. Venían perdiendo, pero pasamos a ganar todos los partidos. No sabía que estaban jugando por plata. Y me dieron $20. ¡Buenísimo, je!”, se ríe Bayan, con esos dientes blancos que ahora sí transmiten paz. “Entonces empecé a ir seguido y una persona que se llama Rubén García me vio jugando ahí y me trajo a Boca. Agarramos el form (formulario) y me tomaron la prueba. Y ese día jugué muy bien, je”. Bayan ya es todo un porteño. Está por comenzar segundo año del colegio secundario, se destaca en inglés y en matemáticas, come asados (“riquísimo”), va seguido al cine y no tiene novia porque “ahora es todo fútbol, fútbol, fútbol”. Sin embargo, hay una costumbre que no se mancha: reza cinco veces al día. “Sin Dios, no podría estar acá. Es el que me da fuerzas para seguir”. Por Dios, dice, también localizó a su hermano Muntala. “Estuve con él hasta que me escapé. Después no supe nada más”. -¿Y cómo lo encontraste? -Por Facebook. Itatí Encinas, secretaria de presidencia, y una amiga de ella me ayudaron mucho. Yo no sabía si él estaba vivo o muerto. Y un día me dijeron que lo habían encontrado. El también me estaba buscando, entonces puso su número de teléfono en su información. Lo llamaron y empezamos a hablar. Fue una emoción muy grande. Después empezamos a usar el skype, a mandarnos fotos y algunos videos. -¿Cuándo debutés en la Bombonera tu hermano tiene que estar? -Sí, ese día morir, je, je. Estoy haciendo los trámites para que pueda venir (un silencio largo como su viaje) Es el único que tengo y si él está cerca mío, voy a estar muy contento. -¿También sería un homenaje para tus papás? -Sí, yo siempre rezo por ellos. Y sé que estarían orgullosos de mí.

Gracias Javi por el aporte.
Nota completa:  http://www.bocaprogramaoficial.com.ar/programa-mahmud/  Leer más...