De la gran novela de Eduardo Sacheri “Papeles en el viento”
extraje este excelente capitulo. Espero que lo disfruten…
Ambiciones desmedidas
—¿Sabés lo que pienso a veces, Mauri? Te vas a cagar de la
risa.
—Lo dudo.
—¿De qué dudás, Mauricio? ¿De que yo piense?
—No. Dudo de que me cague de la risa.
—…
—…
—…
—…
—Pienso… ya sé que suena pelotudo, pero pienso… me pregunto,
bah… si lo que le pasa a Independiente… no tengo la culpa yo. ¿Ves? Te dije que
te ibas a cagar de la risa.
—Che, la quimio te está quemando el bocho en serio, boludo.
Yo no pensé que era tanto.
—No lo pienso desde ahora. Ahora te lo estoy diciendo, pero
lo pienso desde hace un montón.
—Sos un tipo grande, Mono. ¿Te parece andar perdiendo tiempo
con esas pelotudeces?
—Es en serio que te digo. ¿Me vas a dejar que te explique o
te vas a seguir burlando?
—Estoy serio.
—No, te estás recagando de la risa, pelotudo.
—Bueno, bueno. Dale. Te escucho.
—¿Te acordás cuando salimos campeones en el ’83?
—Más bien que me acuerdo.
—Bueno, ¿te acordás de ese equipo… de lo que pasó antes…?
—Ya te dije que me acuerdo. Éramos pendejos, Mono. Vivíamos
para eso.
—Bueno. Ahí está. Vivíamos para eso. Independiente venía de
perder dos campeonatos al hilo.
—Metropolitano ’82 y Nacional ’83.
—Exacto, Mauricio.
—Exacto. ¿Y?
—Los dos campeonatos los pierde con Estudiantes de La Plata.
—Ajá.
—Uno por dos puntos, otro por un gol de diferencia en la
final.
—Vos te acordás, yo me acuerdo. Lo que no sé, Mono, es a
dónde querés llegar.
—¿Vos sabés, vos te das una idea de lo que yo lloré con esos
dos campeonatos que estuvimos a punto de ganar y no ganamos en el ’82 y el ’83,
Mauricio?
—Me imagino, Mono.
—Bueno. La cosa es que empieza el Metropolitano ’83 y el
Rojo vuelve a ser candidato. ¿Digo bien?
—Decís bien.
—Y, para colmo, Racing andaba como el culo, ese año.
—Exacto, se terminó yendo al descenso en cancha nuestra.
—¡Ahí, ahí está! ¡A eso quiero llegar! ¿Te acordás de la
fecha?
—Veintitrés de diciembre de 1983.
—¿Ves que te la acordás como si fuera una fecha patria,
Mauri?
—Bueno, Mono. Convengamos que no es muy habitual que salgas
campeón justo jugando un clásico, en tu cancha, y que Racing se vaya a la B ese día. Mejor dicho, la
semana anterior, porque ya habían descendido.
—Bueno sí, pero es el último partido que juegan en primera,
antes de descender. Ahí quiero llegar. Vos te acordás cómo era yo a los trece…
—En qué sentido…
—Que era flor de pelotudo.
—Bueno, Mono. A los quince, a los veinte, a los treinta…
—¡Te hablo en serio! De más grande aprendí a mirar fútbol.
Pero en esa época era el típico pelotudo que repite lo que oye en la cancha,
que quería que Racing se fuera a la
B , darles la vuelta en la cara…
—Es verdad. Ahora sos más civilizado.
—Ahora porque la veo del otro lado, entendés. Yo no podía
ponerme en el lugar del dolor de esos tipos. Para mí era todo joda. Todo
fiesta.
—Éramos chicos.
—Éramos. Pero faltando dos o tres fechas de ese
Metropolitano ’83, a mí se me puso que nos iban a cagar. Que se iba a ir todo
al carajo, ¿Entendés?
—No.
—Es sencillo, Mauricio. Avanza el año 1983, Independiente
pelea de nuevo el campeonato Metropolitano, y a mí se me pone la idea fija de
que vamos a volver a salir segundos. Que Racing nos va a ganar en cancha
nuestra la última fecha, que se van a salvar del descenso, y que San Lorenzo o
Ferro, que vienen segundo y tercero, nos van a pasar y salir campeones ellos.
¿Entendés?
—Sí, más o menos. ¿Y?
—Y que nos van a gastar para toda la vida.
—¿Y entonces, Mono?
—Y que yo hice mil promesas a Dios de que por favor eso no
pasara. Que nos dejara salir campeones, y que Racing se fuera a la B. Y esto es lo delicado:
prometí, le juré a Dios, que si me daba eso que le pedía, que después hiciera
lo que quisiera. ¿Entendés?
—No. Bueno, sí lo entiendo, pero no entiendo para qué lo
traés ahora.
—Porque finalmente la cosa salió bien. Todo fue soñado.
Ganamos. Dimos la vuelta olímpica. Al año siguiente ganamos la Copa Libertadores ,
la Copa del
Mundo en Tokio.
—La última, sí.
—¡Ahí tenés! Lo dijiste vos, no yo. La última.
—¿Seguís sin entender? Pedí demasiado, Mauricio. Me pasé de
rosca. Me cebé. Me fui al carajo.
—Y…
—Y Dios me castigó. Nunca más volvimos a ser los mismos.
—Pará la moto, Monito. Esa del ’83 no fue la última vez que
salimos campeones.
—No, Mauricio, pero casi. Después seguimos un poco más por
inercia. Un par de campeonatos más, un par de copas. Y a la mierda. Nunca más,
entendés.
—Pero, Mono… todos los hinchas piden cosas parecidas. Ganar
los clásicos, salir campeones…
—Sí, pero no todo junto.
—Sí, los hinchas piden todo junto.
—Macanudo. Pero Dios no se lo da.
—¿Otra vez con este asunto de lo que Dios te da o no te da?
¿No estabas el otro día discutiéndoles al Ruso y a tu hermano que Dios no da lo
que uno pide?
—…
—…
—…
—Es que, esa vez, a mí me lo dio.
—Bueno, con ese sentido a todos los hinchas de Indep…
—No. Eso lo pedí yo. Y yo sabía que me estaba zarpando. Pero
lo pedí igual. Y ahora lo estoy pagando. Bah, Independiente lo está pagando.
—…
—Está mal pedir tanto. No se puede. No se debe. Hay que ser
menos egoísta. No, egoísta no es la palabra.
—¿Ambicioso, Mono?
—Eso. Demasiado ambicioso. Eso fui.
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