El golpe de la ola lo trajo de vuelta de los recuerdos. Ya pasaron cuatro años y parece que fue ayer. Cuando la vió, no lo podía creer. En medio de la multitud, con la camiseta apretada, gritando como loca, con esos faroles entre verde y gris que lo deslumbraron desde el primer momento y que todavía le resultan increíbles.
Ya pasaron cuatro años. Al principio le costó acostumbrarse, extrañaba a los viejos, a los amigos, la previa de los partidos a dos cuadras de la cancha, meta chori y vino tinto, desenrollando los trapos, ajustando los parches, y sobre todo la adrenalina de los clásicos.
La verdad que todavía extraña mucho. Pero bueno, acá tirado en la arena, mirando el mar y la playa y meta caipirinha, la nostalgia de los domingos se aguanta un poco mejor. Además, ya tiene dos pibes, Román y Martincito, dos “mininhos” que corren por la arena, que ya empiezan a darle a la bola y se los imagina debutando en Primera.
La vida en Santos no es fácil, como en cualquier lado. Al principio le costó mucho. Desde entender lo que le decían, hasta la comida, todo fue muy difícil, sobre todo por la forma en que se quedó, con la ropa del viaje, casi sin plata, con la guita del regreso a la Argentina, que solo le alcanzó para sobrevivir la primer semana. Todo fue muy duro, pero valió la pena.
Después de todo, en Bs. As. no había mucho para hacer. Laburo muy poco, si se le puede llamar laburo a vender alfajores en Constitución o Paty y chori los días de partido. La verdad que no era gran cosa. Igual, con eso le alcanzaba. Los viejos se bancaban con la jubilación y él algo aportaba, por lo menos para el morfi y el resto le servía para rebuscarse con la pilcha y algunos vicios. Para que más.
Todo fue muy rápido. Cuando lo cuenta, nadie lo puede creer. A él mismo le parece mentira. Pero fue así nomás, de repente, sin pensarlo, como todo lo que le pasó en la vida. Es cierto, fue difícil adaptarse. La verdad que lo ayudó que a Boca lo respetan, sobre todo los brazukas, saben que con Boca no se jode. Eso le facilitó que lo aceptaran, que lo tratasen de igual a igual, sin verdugueada.
La primera que lo entendió fue Teresa. Desde el primer momento que se vieron, Teresa lo respetó. Aunque el primer encontronazo de las barras fue bravo. Después de desafiarse, de putearse, de medirse a ver hasta donde se la aguantaban, las barras se calmaron y cada uno se ocupó de lo suyo. Pero Beto los miraba y no lo podía creer. Desde que la vió entre la multitud no lo podía entender ¿qué hacía esa mina entre todos esos negros desaforados? No tenía nada que ver, no encajaba para nada entre toda esa indiada.
Por eso desde que la vió, no se la pudo sacar de la cabeza. Hasta se distrajo cuando el Chelo Delgado metió el segundo porque la estaba buscando entre la barra del Santos. Cuando terminó el partido, se separó de los muchachos y salió a rastrearla. Se metió la bandera bajo la campera y se mezcló con la “torcida” local. Habían perdido mal así que estaban todos como en una procesión, sin gritos ni quilombo.
Hasta que la encontró caminando con otra mina, que resultó ser la hermana menor, a tres cuadras de la cancha. Primero lo trataron mal, ella y la hermana, también entre los dos partidos se habían comido cinco, pero después de hacerle algunas gastadas, Teresa aflojó y le devolvió su primera sonrisa.
Empezaron a caminar juntos, y desde ese día, no se separaron más. Beto le mandó un mensaje a los muchachos diciéndoles que se quedaba unos días y después se volvía. Les avisó que tenía el trapo, que se queden tranquilos que nadie se lo había arrebatado, que vayan nomás que el se las iba a rebuscar para la vuelta.
Esa noche le pidió asilo a Teresa con la excusa de que los micros con la hinchada se habían ido y que no tenía plata para la vuelta. Teresa sonrió de nuevo y convenció a los viejos para que lo dejen dormir en un cuartito que tenían en el fondo de la casa. A los tres días tenía que definir qué hacía, pero ya no decidía solo, Teresa tampoco quería que se fuera, quería que se quede con ella para siempre. Y así fue nomás, los ojos de Teresa pudieron más que los domingos con “La Doce”, y se quedó para no volver nunca más.
Al principio los muchachos estaban preocupados. Pensaban que los brazukas lo habían tirado en la playa con un par de navajazos, pero cuando recibieron la foto de Beto abrazando a la garota de la barra del Santos envuelta con la bandera de Boca, no lo podían creer: “¡Qué pedazo de turro, con razón se quedó!” decían los barras pasándose la foto de mano en mano.
Se acuerda y sonríe, mientras el mar le moja los pies, recuerda como la conoció y vuelve a sonreír. Le parece increíble que aquella con ojos encendidos, y el gesto desafiante, que iba al frente como cualquier otro, hoy haya cambiado tanto y se haya convertido en esta mujer amorosa, que cría a sus dos hijos en la tranquilidad de la casita en la playa.
Él también cambió. Ya era tiempo que lo hiciera. Demasiadas entradas en las comisarías de la Argentina hicieron que cuando tuvo la posibilidad de empezar otra vida, agarrara viaje enseguida. Antes no tenía nada que lo atara demasiado. Fuera de los viejos y la barra, no tenía nada que valiera la pena, nada que lo obligara a cuidarse, a no arriesgarlo todo cada domingo. Una vez, hasta estuvo a punto de pasar del otro lado. Un puntazo en un entrevero en Parque Lezama contra la barra de los cuervos, casi lo despacha a visitar a San Pedro. Diez días en terapia intensiva y dos meses de recuperación no lograron acobardarlo. Apenas pudo caminar, ya estaba de nuevo firme en el paravalancha, listo para la próxima batalla, como todos los domingos, desde hacía quince años.
Pero ahora es otra cosa. Ahora tiene mucho que perder. Están Román y Martincito, la escuelita de fútbol, el laburo en el Puerto de Santos, la casita en la playa de Sao Vicente y Teresa, sobre todo ella, la que con su mirada hizo que se olvidara de todo.
Ahora es distinto, ya no puede andar jugándose la vida porque sí. Además, no es lo mismo. Acá no es hincha, acá es simpatizante. Puede ir con Teresa al Vila Belmiro, pero no es lo mismo. Nada se puede comparar con “La Doce”, la bombonera latiendo, la salida de los equipos, el canto sin parar. Los ve gritar, putear, amargarse, igual que le pasaba a él, pero no siente lo mismo. Los ve como un plateísta, sin emoción, sin entender tanta locura.
Una sola vez le salió la fiera de adentro. El Santos jugaba de local contra el San Pablo por la final del Torneo Paulista. Había ido con Teresa y los dos chicos. Román tenía un año y medio y Martincito apenas un par de meses. Habían ido con los viejos amigos de Teresa, la torcida santista. Para ella, era una forma de recordar viejos tiempos. Cuando faltaba una cuadra, doblando una esquina, de repente apareció la barra del San Pablo y se les vinieron encima. Y entonces sintió que todo se nublaba. De repente se vió corriendo por las vías, al frente de La Doce. Pero no era como entonces, no se trataba de defender un trapo o vengar alguna que otra emboscada traicionera. Era otra cosa. Esta vez, su mujer y sus hijos estaban en peligro. Y entonces, le salió el viejo barrabrava de adentro, el Capitán de cientos de entreveros. Agarró el primer fierro que encontró y empezó a voltear “morochos”. No lo podían parar. Y ahí los santistas, que siempre cobraban por ser menos, se animaron y se lanzaron como fieras. Todavía la hinchada canta recordando ese día, gozando a los Paulistas que “No paran de correr…”
Cuando recuperó la conciencia, volvió a buscar a Román y Martincito, los levantó en brazos, miró a Teresa y con una sonrisa serena le dijo: “Entremos que ya está todo tranquilo…”.
Vuelve a mirar el mar, esta vez recuerda pero no sonríe. Ya pasaron cuatro años desde que está acá, cuatro años sin ver a los viejos, sin comerse un asado con la barra, sin el olor del viejo riachuelo. Desde que se quedó, aquella noche de la Final de la Libertadores, no volvió ni para las fiestas. Por eso a veces extraña tanto.
Acá en Brasil la nostalgia es algo que siempre está presente, ellos lo sienten profundamente, pero lo llaman con una palabra distinta a todas. Teresa se la dijo el día que lo vió callado mirando el atardecer, un domingo de verano sentados en la playa: “Vocé Tem Saudade”, le dijo abrazándolo tiernamente. Y le explicó que ellos, los brasileños, hablan de saudade cuando los embarga un profundo sentimiento de ausencia, de soledad, de recuerdo doloroso. Pero también, saudade es esperanza, es saber que lo perdido alguna vez volverá a estar presente. Beto comprendió lo que quería decirle, entendió que quería consolarlo. No le recriminaba que extrañara, solo quería acompañarlo en su recuerdo. Entonces Beto la miró y le dijo suavemente: “Sabes que pasa brazukita, tengo saudade de la Bombonera…”.
Por eso, hoy que pasaron cuatro años lo come la ansiedad. Hace una semana que no duerme. Después de las semifinales, supo que la copa se definía en Brasil, en Porto Alegre. Y encima en el partido de ida, le hicimos tres en la Bombonera. Y además, Román la está rompiendo y con él encendido, la Copa seguro va para Buenos Aires.
Cuatro años preparándose para este día. Sabía que iba a llegar. Por eso les dijo a los muchachos que se quedaba con la bandera y que la próxima final que jugaran en Brasil, ahí iba a estar, como antes, como siempre.
Román y Martincito también están ansiosos. Es la primera vez que van a ver lo que su padre les contó tantas veces. Beto les prometió que un día iban a conocer el otro amor de su vida, aparte de su familia. “Algún día los voy a llevar a ver a Boca. Y ese día, seguro vamos a ser campeones, como el día que conocí a su mamá”.
Ya falta poco para salir para Porto Alegre. Teresa está terminando de vestir a los “mininhos” con el 9 y el 10 de Palermo y de Riquelme. Apura la última caipirinha, recoge la bandera estirada en la playa y con una sonrisa que hace años no tiene, se levanta lentamente, porque ya es hora de salir para la cancha, para ir a ver a BOCA…
P.D: Este es un relato para bosteros. Pido disculpas a los “Inquietos” que no son de Boca. Espero no lo consideren un atrevimiento. Como concesión a los “No bosteros”, omití el Final Feliz del cuento: Román rompiéndola contra el Gremio y BOCA CAMPEÓN POR SEXTA VEZ DE LA COPA LIBERTADORES.
AUTOR: R.D.
Imposible explicar a Román a los que no son hinchas de Boca. Lo mejor que vivi con la camiseta de Boca. Muy buen relato, emocionante, se me puso la piel de pollo...
ResponderEliminarAnte todo voy a aplaudir de pie la creación literaria. Un viaje construido armoniosamente, con imágenes descriptivas que invitan a continuar la lectura atentamente. Gracias RD por su aporte.
ResponderEliminarAhora bien, voy a tomar la posta del Refutador quien está de corresponsal en tierras paganas.
¿Muy bostero? Demasiado!!! Y encima insisten e insisten con eso de lo inexplicable ... ¡cuándo van a aprender a expresar sus sentimientos! Por Dios!
No crean que es algo que los hinchas de otros clubes no sienten de la misma manera. Por nombrar algunos nomás, que disfrutan o disfrutaron de sus ídolos: Garrafa Sanchez para Banfield; el mágico Gonzalez en Atlanta; el Tata Martino en Newells... y así tantos otros, que esparcidos por el mundo, tienen la necesidad de volver a la cancha del taladro, del bohemio o al Parque. Es decir, no son una secta, son un Club popular. Y nada mas.
Atentamente, HDP
Estimado R.D, me he tomado un tiempo para poder hacer un comentario. Quería lograr despojarme de elogios recurrentes, de teñir de algún tipo de obsecuencia mi humilde devolución. La verdad? no lo pude lograr, así que acá me tiene casi sin palabras que expresen lo que a este, que a veces se cree capaz de poder narrar una pequeña historia, le genera cuando nos deja disfrutar de su pluma.
ResponderEliminarPodría decir otra vez “yo no escribo más”, pero también como ya lo dijo Edu es un gran desafío tratar de arrimarse uno con sus ideas a sus tremendos cuentos. Gracias por ponernos en esa tarea, felicitaciones! Abrazo de topo Gigio
PD1: Permítame refutar al reemplazante del refutador. Amigo Grafo, lo que no se puede explicar en forma de prosa es la mística del equipo y de sus jugadores para resolver estas instancias. “MISTICA” le suena R.D?
PD2: que feos pantaloncitos uso Boca en esa final.
RD, si bien es un cuento muy emotivo y tengo que recnocerlo, el olor a bostero me esta apestando la PC voy a reiniciar a ver si se me mete algun virus.
ResponderEliminarPD: Que obsecuencia!!! Parece la TV Oficial!! Definitivamente este cuento esta bueno, pero chorrea grasa.
Los quiere de todas formas, El Fenicio.
Que suerte que por lo menos lo entendiste, porque en esta historia hay un equipo que sale del país y pense que te iba a costar, ja. Si señor!!, hay torneos que se juegan fuera de la Argentina aunque no lo creas quemero.. Abrazo
ResponderEliminarBuena historia, me conmovió. De vídeo también es muy bueno.
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