
Cuando llegó la noche, Vicente se sentó en la puerta de la casa, ahí justo en el escaloncito de material que hace unos días había hecho su papá. Justamente a él lo esperaba. El Chueco (así se lo conocía en la cuadra) era uno mas de esos hombres sin rostro que todos los días viajaba temprano al centro, enlatado, compartiendo el viaje con miles de rostros que cada día se multiplicaban. Pero a pesar de todo, cuando llegaba a su casa, tenía energías para levantar a su hijo y tirar algunas paredes desde la vereda hasta la cocina, ahí donde los esperaba Bety, la mamá de Vicente.
Esa noche, cuando el Chueco apareció en la esquina, Vicente sintió como si su corazón se le saliera del cuerpo. Corrió a toda velocidad, como un wing que quiere llegar al fondo para encontrarse con la pelota delante suyo y con chanfle de afuera hacia adentro ponerle la pelota en la frente al centro delantero. La bolsita de Casa Tía flameaba en el aire cual banderín que va a ser entregado al capitán del equipo contrario.
Al llegar a su papá, el pequeño saltó y se colgó como quien festeja con el compañero a quien le había prometido dedicarle el gol. Fue entonces cuando intercambiaron las primeras palabras en este ansiado encuentro:
- Hola hijo! No sabés la noticia que tengo para darte!! – dijo el Chueco con un tono misterioso.
- Mirá Papá, mirá! - gritaba Vicente sin dejar de saltar. Don Chiarenza me regaló unos botines, mirá …
La cara del Chueco se transformó. Inmediatamente abrazó a Vicente y le dijo:
- ¿Y qué esperás para ponertelos? Los tenés que ablandar para el domingo.
- Pero … si el domingo no hay partido … el campeonato empieza el mes que viene, pá.
Fue ahí cuando el Chueco volvió a tener esa mirada misteriosa, como quien quiere alargar la sorpresa pero no puede contener la alegría, tal vez porque es demasiado para guardarlo para después.
- Recién vengo del Club. El domingo vienen dos equipos de Ferro a jugar a nuestra cancha. Dicen que quieren ver a los chicos del barrio porque llegó el comentario que hay muchos pibes con condiciones.
- ¿En serio? ¡Vamos todavíiiia! – Vicente volvió a dar saltos gigantes ante la atenta mirada de su padre.
- Lo que nadie sabe es quien hizo llegar el comentario hasta Caballito, porque así de un día para el otro llamaron al Club y avisaron que el domingo están acá a las 10 de la mañana con dos equipos para jugar. Pero eso lo de menos, hay que prepararse … dale, te juego una carrera hasta casa!!!
Antes de la cena, el Chueco fue hasta la casa de don Chiarenza y le agradeció por el gesto. Atilio, amable como siempre, lo abrazó y le dijo que su Vicentito se lo merecía, por buen pibe. Así que una vez terminado el agradecimiento, el Chueco volvió a su casa.
Esa noche, Vicente no paró de pensar. Se veía con sus botines nuevos, con la número nueve en la espalda violeta de la camiseta del Alumni, su querido Alumni. Se veía perseguido por camisetas verdes que lo miraban mientras él se acercaba al área. Hasta escuchaba los gritos de Pepe pidiéndole que se la pase: “dale, dale que estoy solo, pasaala …”
Daba vueltas y vueltas en la cama, pensando cómo iba a ser su primer partido con los botines nuevos.
- Los tendría que probar mañana – pensaba.
- ¡No, qué boludo! Mañana es sábado, tengo que ir a catecismo!! La puta madre!
Y si no voy, mamá me mata y no me van a dejar jugar el domingo.
Para cuando pensó esto, ya estaba sentado en la cama, mirando donde había dejado los Fulvencito. Tenía ganas de lustrarlos, pero se dio cuenta que todavía no los había usado, no valía la pena, así que los puso más cerca de la cama, se acostó boca abajo y dejó un brazo colgando, con la mano apoyada en los botines. Así, con su tesoro bien custodiado, se entregó al sueño. Tal vez soñando podría imaginar todas las gambetas necesarias para el domingo.
Era domingo por la mañana, el Chueco y Bety tomaban mate en la cocina. El silencio que compartían mientras miraban por la ventana se interrumpió con un ruido extraño que se acercaba por el pasillo que llevaba a la pieza de Vicente. Fue entonces cuando lo vieron: camiseta violeta de Alumni, shorcito y medias blancas y … los Fulvencito! Con los pelos revueltos y la cara típica de un chico con botines nuevos se acercó al padre:
- ¡Vamos a la cancha, pá … vamos!
- Pará, pará campeón, hay que desayunar primero! Le contestó el padre mientras le acercaba la taza de mate cocido.
- Te preparé unas tostadas con manteca como te gustan – le dijo la mamá con ese tono de voz que tienen las madres cuando uno se siente tan ansioso.
El desayuno familiar siguió en silencio, salvo por el ruido de los tapones de Vicente galopando en el piso. Por la ventana se veían unas nubes oscuras que parecían preocupar al Chueco. Claro, si se largaba a llover …chau partido y ¿qué hacía con las ganas de Vicente de estrenar los botines que le regaló don Chiarenza?
Una vez que terminaron de desayunar, llenaron la canasta con galletitas, termo, mate, y un bidón de jugo de naranja y salieron los tres caminando para la cancha. A medida que se acercaban, Vicente caminaba más rápido, hacía un trotecito, levantaba las rodillas, pateaba una pelota que no estaba…
Al llegar a la esquina de la cancha, Vicente vio a sus compañeros y emprendió una carrera veloz que incluyó un salto para cruzar la zanja que rodeaba a la cancha de Alumni. Y ahí se perdió, entre tantas caras felices con sus compañeros de equipo, que como él no veían la hora de empezar a jugar.
Cuando llegó la hora del partido, el Chueco vio a Vicente parado en la mitad de la cancha preparado para empezar el juego y no pudo contener la emoción. Lo veía tan feliz, con tantas ganas de jugar para estrenar sus botines que se acordó inmediatamente de don Atilio Chiarenza y le agradeció en silencio. Abrazó a Bety que no paraba de apludir y se preparó para disfrutar.
Del otro lado de la cancha, donde estaban los de Ferro, Don Atilio Chirenza charlaba con el Director Técnico de los de Caballito, pero el Chueco no lo había visto.
Y en la mitad de la cancha estaba Vicente: camiseta violeta, shorcito y media blancas, los Fulvencito a punto de tener su primer partido, los pelos revueltos por el viento y con la cara típica de un chico con botines nuevos.
Las nubes negras de la mañana desaparecieron, dándole lugar a un sol radiante que iluminó a toda la ansiosa gente del barrio que esperaba rodeando toda la cancha. Nadie quería perderse el partido.
Fue entonces cuando el pibe se miró los botines, miró para los costados, y con una sonrisa movió la pelota para que empiece el juego. Leer más...