Atrás habían quedado las rifas y las tapaditas, mas atrás aún los partidos amistosos en el club del barrio con el mismo fin recaudatorio.
Cinco mil pesos/dólares era la cifra que habían exigido los ambiciosos dirigentes de Almagro, para ceder la ficha en AFA de su hijo Gustavo. Tita, como en realidad era mas conocido, había sido seducido por el coordinador de futbol infantil de River Plate. Le pagarían viáticos y almuerzo después de cada entrenamiento, y si todo marchaba bien en breve podrían hacerle una vacante en el colegio del club. Claro que para que esto suceda tendrían que contar con el pase en su poder…
¿Como miraría a los ojos de Tita? El vivía ilusionado desde que lo vieron en el partido que su Almagro visitó a River en la cancha auxiliar del monumental. Aquella tarde con el diez en la espalda, había sacado a relucir el más variado repertorio de gambetas, pases y remates que jamás hayan visto los hinchas del tricolor en su historia por el barrio de Núñez.
Lo irracional de la cifra era de que se trataba de un purrete de apenas once años, un caradura nacido con una pelota en la suela. Después de mucho remar palmo a palmo, codo a codo con la gente amiga del “Pan Rallado” (así llamaban al club barrial), juntaron tres mil quinientos y de nada habían servido.
Pasó por el taller para contárselo a sus amigos del alma. Roli y Perilla no lograron encontrar manera de consolarlo. Compartieron unos amargos, les devolvió el Dodge que le habían prestado y salió para su casa. En las cuatro cuadras del trayecto, ensayó en voz bien baja como comenzar a contar lo sucedido en la sede social de Almagro con los dirigentes. No logró hilvanar más de cuatro palabras coherentes juntas.
Para no crear más expectativas de las ya generadas, había elegido callar acerca de esa reunión. Incluso a su mujer y al mismo Tita. Cuando entró, en la mesa del comedor estaban los dos juntos, su mujer ayudaba a Gustavo con los deberes escolares. Se sentó en una silla que nunca utilizaba y ellos supieron advertir que algo no estaba bien.
Otra vez con los ojos cargados de lágrimas, relató como pudo lo sucedido. Se abrazaron fuerte y largo los tres, lloraron juntos un buen rato. Tita con la respiración cortada y los ojos reventados en lágrimas, les propuso a sus padres que con ese dinero recaudado por todos, se construyeran los vestuarios en el “Pan Rallado”
Hoy Gustavo, desde sus treinta y cinco años, arenga y da indicaciones a sus dirigidos de la categoría dos mil dos, en el vestuario que lleva el nombre “Ricardo Arturo Crespi” en honor al esfuerzo encabezado por su papá hace ya mas de veinticinco años.
AUTOR: Calito
El hombre de barrio en su máximo esplendor! Una de las miles de historias que el fútbol escribe en el anonimato.
ResponderEliminarGracias Carlitos por hacernos volver al asfalto, a la canchita de la esquina ...
Abrazo en posición adelantada para todos!
Con razón no entendia el cuento..., quien va a querer jugar en river?!... no me entra en la cabeza....muy bueno.-
ResponderEliminarNo creo ser objetiva, así que tampoco voy a esforzarme en serlo: me encantó!tenés una admirable capacidad de convertir anécdotas de cualquier barrio en relatos conmovedores. Muy bueno calito
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