La formación inicial se compone de Edu D. (elEdu), Hugo P. (Grafo), Hernan G. (PIC), Carli C. (Calito), con la participación especial de
Jorge V. (El Alquimista) y Raúl D. (RD), pero esperamos seamos mas. En este partido como en los partidos de la vida hay alegrias, tristezas, polemicas, amores, desamores, cambios y transformaciones, seria un placer que participes de ellos junto a nosotros..

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

La casa de la calle Olleros

Yo era chico, tenía 5 años, pero para mí fue un lugar mágico. Creo que las casas de nuestros abuelos nos hacen sentir eso, la presencia de lo mágico, sobre todo cuando empezamos a comprobar que el tiempo transcurre inexorable. Parece que a medida que vamos creciendo, nuestra vida se transforma en algo así como una novela, pero con la particularidad que la escribimos hoy, a cincuenta años de ocurridos los sucesos y nuestra memoria los recuerda como una ficción, incluso a veces somos incapaces de asegurar si los hechos ocurrieron o no.
Por eso, los sucesos que voy a narrar no se a ciencia cierta si fueron realidad o ficción, pero que fueron extraños, fueron extraños, por lo menos para un pibe de 5 años.
La casa de mi abuela Rosario quedaba en la calle Olleros, casi esquina Charlone en el barrio de Colegiales. Era una casa de las que podríamos llamar de las antiguas y tradicionales. Gran puerta de madera con dos hojas y un llamador en forma de puño, picaportes de bronce y el infaltable lugar para que el cartero deje la correspondencia, con el nombre puesto en bronce “CARTAS”. Entrando, el zaguán, chiquito pero acogedor, sobre todo para mi prima mayor que lo usaba casi todas las noches para “conversar” con su novio. Al final, otra puerta con vidrios en la mitad superior y cortinas, que permitía ver el interior: un gran patio lleno de macetas en el piso o colgando de las paredes.
En un costado del patio, la escalera con peldaños de mármol ya gastados que se hacían peligrosos cuando la lluvia los mojaba. Subiendo, en lo alto, se observaba una construcción, en realidad era una pieza, en la que vivía el inquilino.
Al patio daban casi todas las habitaciones, digo casi porque, la de mis tíos, donde yo dormía, daba a la calle y para llegar a ella había que atravesar una especie de living-comedor, que era el que a su vez comunicaba con el patio. La pieza central era de mi abuela. En la última pieza, mis otros tíos y al final del corredor el baño, como siempre alejado pudorosamente del resto de las habitaciones. Finalmente la cocina, chiquita, llena de todos los olores de mi infancia: el mate de leche, las tortas fritas, el pan casero, las pastas y otras tantas exquisiteces que se comían a menudo en las familias “de antes”.
Pero nuestra historia se inicia allá arriba, en la piecita que servía de albergue al inquilino. En aquel tiempo, en el Buenos Aires del ´50, los inquilinos no duraban mucho, no porque se los tratara mal, sino porque el alojamiento era transitorio hasta conseguir alguna vivienda. Por lo general, era gente del interior y en lo de la abuela, correntinos y entrerrianos, en particular de Concordia, de donde era mi abuela hasta mudarse a Buenos Aires a mediados de los años ’30.
Los provincianos se mudaban a la Capital y conseguían trabajo, mucho más fácil que hoy. Eran los tiempos del peronismo: se inscribían en un plan de algún sindicato y luego, cuando le adjudicaban la vivienda venía la familia desde el pago chico.
En el tiempo que nos ocupa vivía en la piecita un correntino de apellido Bruno, de pocas palabras, trabajaba en un frigorífico. La función de los nietos era avisar al inquilino de las actividades de la casa, fundamentalmente cuando estaba lista la comida, ya que los servicios de mi abuela incluían desayuno, almuerzo los fines de semana –durante la semana don Bruno comía en la fábrica- y cena todos los días.
Con el correr del tiempo me enteré que a la abuela Rosario nunca le gustó el correntino, era muy parco y para colmo el anterior inquilino, entrerriano de sus pagos era la antítesis: charlatán, simpático y hasta tocaba el acordeón, lo cual era la excusa justa para armar algún bailongo los fines de semana con algunos vecinos.
En época de vacaciones me quedaba muchos días en la casa, con mi hermana Laura y mis primos Alicia y Sergio. Nuestro lugar de juegos era la terraza, pero para llegar a ella había que pasar por un pasillito frente a la piecita de don Bruno.
Un sábado de enero, caluroso y húmedo, desobedeciendo las órdenes de dormir la siesta, subimos sigilosamente las escaleras rumbo a la terraza, pasamos el pasillo casi en puntas de pie para no despertar al inquilino, pero al mirar por la ventana de la piecita lo vimos despierto y aparentemente muy ocupado ensamblando unos aparatos y llenando de líquido algunas botellas de las de litro.
Cuando nos vio se puso muy nervioso y nosotros también. Salimos corriendo hacia la terraza y después de un rato de juegos nos olvidamos del incidente.
El que parece que no se olvidó fue don Bruno, que en la hora de la cena nos mandó al frente con la abuela, alcahueteándole que habíamos estado molestando en horas de la siesta.
El castigo no se hizo esperar, durante una semana tuvimos prohibido subir a la terraza a jugar.
Pero como a todos los chicos, lo prohibido ejerce una atracción particular. Uno no hace más que prohibirles algo, para que lo quieran o busquen con mayor intensidad. Y así, a escondidas, nos íbamos a jugar a la terraza. Más aún, ahora no solo había un interés por jugar, sino también por observar más atentamente lo que hacía don Bruno.
Una tarde, cuando él no estaba, vimos desde la ventana de la pieza, un cajón con botellas y un género en los picos de cada una que parecía ser una mecha. La curiosidad nos dominó y entramos. En la mesa de luz había un papelito todo arrugado que decía:
-1 botella de vidrio
-1 pedazo de género
-bencina
Primero: colocar la bencina dentro de la botella, después mojar el pedazo de género con bencina y ponerlo en la botella. Prender el trapo y listo, a tirarla contra lo que te de la gana .OJO: al prender la mecha arrojarla rápido o explota.
¿Que era todo eso?, ¿acaso el viejo andaba en algo raro? Del susto que teníamos, salimos corriendo y no se lo contamos a nadie.
Como a la semana, el tío Carlitos vino como loco con el diario en la mano. El titular de Crónica decía:
"TOMA DEL FRIGORIFICO LISANDRO DE LA TORRE."
“En la madrugada del 17 de enero, 1.500 efectivos armados, de la Policía Federal, Gendarmería y el Ejército, con el apoyo de tanques, se lanzaron sobre el frigorífico. En un violentísimo ataque destruyeron la puerta y lograron desocuparlo. Los dirigentes fueron presos. Cinco mil trabajadores quedarían despedidos.”
Uno de ellos imagino fue don Bruno, al que jamás volvimos a ver, pero el secreto de lo ocurrido en la pieza de arriba jamás fue revelado por nosotros.
Años después comprendí la situación y don Bruno, el de pocas palabras se convirtió en un héroe, como tantos, de la resistencia peronista.
Me lo imagino, tras el desalojo, en el enfrentamiento, que se trasladó al corazón del barrio de Mataderos. Durante cinco días, militantes, obreros, vecinos y comerciantes se enfrentaron a la policía ¡y al ejército!. El barrio vivió una conmoción: en la calle, ¡con las manos!, se levantaron las vías del tranvía. Se hicieron barricadas arrancando el adoquinado, se derribaron árboles, se acumulaba madera, se prendía fuego. Participaba todo el mundo, los obreros, los militantes, los familiares y los vecinos. Inclusive los comercios se adhirieron, porque era una lucha que le pertenecía a todo Mataderos.
Durante la noche, los propios vecinos, junto a los obreros, cortaban la iluminación para impedir el ingreso de la policía. Los trabajadores de las inmensas fábricas vecinas, Pirelli y Federal, se unieron a los del frigorífico
Finalmente, toda esta enorme energía fue desarticulada. El frigorífico fue privatizado a mediados de 1960 y entregado a la CAP (Corporación Argentina de Productores de carne), que lo mantendría durante años con suculentos subsidios del Estado.
Pero a pesar de todo, es la única huelga, la del glorioso matadero Lisandro de La torre nunca se levantó y don Bruno estuvo ahí.

AUTOR: El Alquimista

4 comentarios:

  1. Lo bueno de los recuerdos es que se ajusta a nuestros relatos. O por lo menos, el que no escucha o nos lee va por el camino que nuestro relato va formando.
    Lo de verdad o ficción dejalo por nuestra cuenta! Muy bueno!

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  2. A DON BRUNO NO LO RECUERDO PORQUE TAMPOCO SE SI FUE REAL O PURA FICCION, PERO CON EL RELATO DE LA CASA, CON SU GALERIA Y LA ESCALERA DE MARMOL LOGRASTE LLEVARME BASTANTES AÑOS PARA ATRAS. QUE LINDA DESCRIPCION, CUANTAS COSAS VIVIDAS EN LA CASA DE LA ABUELA. TE QUIERO HERMANO!

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  3. En este cuento se mezcla claramente la ficcion con la realidad. Lo que sucede es que el paso de los años van transformando los recuerdos en una especie de ficcion y resulta muy dificil determinar cuanto de ficcion y cuanto de realidad hay en un relato.La casa de la calle Olleros existio y seguramente la descripciom es casi una foto de lo que era. La huelga del frigorifico tambien existio y el relato de como fue tambien forma parte de una realidad pasada, pero en el medio de estas dos realidades aparece el correntino Bruno y su actividad resistente manifestada en su capacidad para fabricar Molotvs. Existio Bruno o forma parte de la imaginacion de esos niños que deambulaban curiosos por la casa de la abuela? La magia de un relato ficcionado esta,justamente, en que la pregunta quede sin respuesta. Muy bueno, refutador.

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  4. ¿Realmente importa si un recuerdo es real? ¿Existe realidad en los recuerdos o es una reconstrucción de nuestra interpretación? Siempre tuve esos interrogantes, tengo un gran amigo que es fanático de los recuerdos, que no deja pasar oportunidad de recordar y relatar cosas vividas. Con el paso de los años he notado que su correlato se va distanciando con el que dice ser el mismo hace un tiempo atrás. Abrazo para Pitu desde aqui.
    Excelente es lo que nos deja UD Alquimista, contexto histórico en el marco de un hogar tan especial como lo es la casa de los abuelos. Felicitaciones!

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